MAREA NEGRA

La persistencia del antiguo pueblo del mar

Por: Leandro Amaya Camacho

Este reportaje se produjo con el apoyo de Earth Journalism Network de Internews

 

En este reportaje de Revista Nube Roja se narra parte de la históri­ca lucha que los descendientes sechuras han iniciado con­tra la explotación petrolera en su litoral, ubicado en la costa peruana. A lo largo del relato se hace un recuento de las emergencias ambientales suce­didas en los últimos 20 años y las consecuencias y conflic­tos sociales que han provocado.

Algunas de las voces aquí recogidas se apagaron durante la pandemia de la Covid-19.

La cultura sechura, asentada en la costa norte de Perú, tiene más de 7 mil años de existencia. Durante ese tiempo este pueblo de pescadores y cantores, copiosa en historias míticas ha bordado una relación ancestral y fuerte con la mar.

A sus descendientes la presteza en la pesca y en el amansamiento de las corrientes les permitieron fundar muchos de los actuales pueblos pesqueros que se levantan en la árida costa peruana, solo refrescada por la brisa marina, y que sostienen gran parte del sector pesquero nacional.

Uno de estos pueblos es Cancas, ubicado en Tumbes, cerca de la frontera con Ecuador. Uno de los pocos lugares donde los pescadores aún navegan el mar en balsillas de velas grandes, guardando una tradición precolombina.

Esta vieja caleta, ruta de ballenas y meros muriques, se en­frentó en el año 2020 (Nube Roja cubrió este suceso y publicó la historia Pesca Sí, Petróleo No) al mandato presidencial de Pedro Pablo Kuczynski que permitía la primera ex­plotación de hidrocarburos en mar abierto.

Ante este suceso los canqueños rechazaron la llegada del Buque explorador Stena Ford y la llegada de dos multinacionales petroleras. Desde entonces los canqueños han mantenido la palabra de defender su mar a toda costa.

Palabra que también han empeñado los duros pescadores de Cabo Blanco. Caleta ubicada en la región petrolera de Talara (Piura). Pueblo escondido entre  acantilados amari­llos; de vientos fuertes y  mareas agitadas donde habitan los merlines 

y los spondylus colorados. Levantado por navegantes sechuras, y por el mítico pescador Vicente «Taita» Tume, quien lle­vó al escritor Ernest Hemingway a pescar merlínes negros en los dorados años ‘50. 

Los sechura pescadores que pueblan Cancas y Cabo Blanco han aprendido de generación en generación a reco­nocer los caminos entre las olas, a otear los mapas del cie­lo formados por las estrellas, a navegar sus balsillas con el soplo del viento y, tiempo después, recorrer la costa en bo­tes de madera liviana y fuerte. Tal vez algunos de los rasgos que más los distinguen son su carácter indómito, el gran orgullo que sienten por sus orígenes, y sobre todo la defen­sa sostenida para preservar a la mar de todo mal, en es­pecial de los temibles derrames de hidrocarburos.

Ambas caletas han sido con­sideradas importantes puntos de la pesca artesa­nal en Perú, pero ese pasado esplendoroso ya se ha marchitado.  

Hoy Cabo Blanco resiste constantes derrames de crudo en su mar, donde opera la empresa Savia Perú, y en Cancas no existe una valoración adecuada de cuántos derrames sucedieron durante las actividades de Savia Perú. 

Las regiones de Piura y Tumbes— donde se ubican Cabo Blanco y Cancas— son de las más afectadas a nivel nacional por la presencia de pasivos ambientales generados por hidrocarburos. 

Este reportaje empieza con la historia de Cabo Blanco y la marea negra que invade su mar.

Muelle de Cabo Blanco. Foto/Leandro Amaya

I

CABO BLANCO: EL MAR QUE SUFRE

El olor del petróleo en el mar es algo difícil de describir, no estoy seguro si realmente es un olor solitario como el natural aroma de la brisa o de la arena mojada, o el olor marino y fuerte que invade los muelles cuando a mitad de la mañana los pescadores descargan el pescado y los gallinazos dan vueltas en el cielo esperando las vísceras. El olor del petróleo parece quemar, corrompe al resto de olores: la brisa no es fresca, la madera no tiene el aroma agradable que le brinda la humedad, y el viento fresco del norte parece haber sido alcanzado por algún fuego remoto. Es un aire pesado que se despide de las mareas, luego va pegándose en todo lado; una mancha muy negra con franjas multicolores que crece y crece, estirándose por encima del vaivén del mar. Es una alegoría triste, de la oscuridad que se expande y tras ella va cayendo la vida. Y sabemos que la mar, verde, azul, celeste, guarda en sí la explosión multicolor de la existencia, aquello que desaparece cuando llega el petróleo.

Los pescadores sechuras más viejos ven a la mar como una criatura viviente, que tiene cambios de humor y sufre cuando se enferma. A veces enferma de causa natural, cuando hay marea roja (crecimiento de algas), y luego sana, pero cuando enferma por la mano del hombre, por la marea negra, ya no hay peces, ni tijeretas, menos gaviotas, ni siquiera gallinazos, hasta los cangrejos desaparecen de las peñas como si intuyeran algo; y las mujeres, hombres y niños- hijos, amigos y guardianes- sufren con ella.

               En la mañana fría del 5 de noviembre de 2021,  Eligio Pingo lucha contra el viento para poder amarrar El Nautilus en la punta del muelle de Cabo Blanco. Lleva prisa porque quiere contarle a algún periódico sobre el petróleo que se expande siniestramente sobre el mar. Hace 48 horas ha ocurrido un derrame de crudo en la plataforma LL, ubicada en el lote Z-2B, donde opera Savia Perú desde el 2009, en el mar de la caleta. 

Savia Perú es la primera empresa con operaciones offshore en el país. Desde el 2021 le pertenece a De Jong Capital, un grupo de capitales holandeses con gran presencia en la industria energética de Perú. Especializados en todo tipo de tecnología: desde inteligencia artificial hasta plataformas de gestión de riesgos en el sector agrícola. Savia Perú, como tal, tiene muchos antecedentes controvertidos. De acuerdo al Registro Único de Infractores Ambientales Sancionados (RUIAS) por el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) entre el 2011 y 2019 esta empresa ha cometido 283 infracciones medioambientales. Es por ello que Eligio, descendiente de sechuras y pescador desde los 8 años, junto con su pueblo han decidido iniciar una cruzada para denunciar los atentados contra quien consideran su protectora, la mar.  

—Si se siguen permitiendo estos derrames pronto veremos el colapso de la pesquería artesanal—dice Eligio, y su voz se pierde entre el silbo del viento y el reventar de las olas. A sus espaldas se levanta impasible una sombría plataforma petrolera.

El vaticinio de Eligio Pingo es una de las consecuencias más preocupantes a los que está expuesto el Perú. En el informe llamado El Atlas de la pesca artesanal del Perú se le define a esta actividad «como una fuente de ingresos y trabajo, así como fuente de proteínas, contribuyendo a la reducción de la pobreza y la seguridad alimenticia». Además de acuerdo al estudio Conservación Marina y Pesquerías, realizado por la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) y publicado en el 2019, el 80% de la pesca para consumo directo proviene de la pesca artesanal, y según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Perú es uno de los mayores países pesqueros a nivel mundial.

Eligio volvería a repetir las mismas palabras en enero, abril y junio del 2022 porque en el correr de esas fechas ocurrirían tres emergencias medioambientales en el mar de Cabo Blanco.

El 25 de enero se reportaría un derrame de crudo en la plataforma PN-14 y en el pozo PN-14 3D; de acuerdo al informe del OEFA las manchas de petróleo fueron de aproximadamente 6600 metros de largo y 23 metros de ancho. En una segunda inspección el personal del organismo constataría que cuatro días después la fuga de hidrocarburos no había sido controlada.

Cuatro meses después, el 28 de abril, se derrumbaría la plataforma VV (se conocía el riesgo desde el 2014, pero es en el 2018 cuando la empresa presenta un plan para desmantelarla, aunque esto nunca llegó a suceder). En todos los sucesos las cantidades de crudo no han sido determinadas con exactitud. 

Por su parte Eligio, al igual que otros pescadores como Juan Ecca Jacinto y Arturo Querevalú, seguirían grabando los derrames de crudo, protestando y pidiéndole al Gobierno una solución. Su esfuerzo e inmarcesible lucha por momentos cobra cierto heroísmo porque protestan desde hace más de una década, enfrentan a enormes capitales y grandes poderes, la mayoría de veces siempre obtienen la misma respuesta: indiferencia. Aún así, persisten.

   

Plataforma PN-10, ubicada frente a la costa de Cabo Blanco. El 18 de marzo del 2020 ocurrió un derrame de petróleo en sus instalaciones. Foto/Leandro Amaya.

Evidencia del derrame ocurrido en la plataforma PN-10. Fotos/Municipalidad de El Alto

Evidencias del derrame de petróleo en la plataforma UU, ocurrido el 21 de octubre del 2020. Fotos/ Municipalidad El Alto.

Reproducir vídeo

Video realizado para este reportaje que recoge el testimonio de los pescadores y muestra diversos derrames de crudo en el lote Z-2B.

     Cabo Blanco está ubicado a tres horas de Piura (capital de la Región Piura). Se encuentra dentro de la jurisdicción de la provincia de Talara y es parte del distrito El Alto, en cuyas calles aún se mantienen en pie las viejas casonas y clubes de madera construidos por los norteamericanos que explotaron estas tierras durante muchas décadas. A la caleta se llega cruzando escarpados cerros amarillos, luego se desciende por un gran acantilado, que tiene impregnada en su piel la edad de la tierra. Desde esa altura se puede ver a la mar herida por decenas de plataformas petroleras, inconmovibles a las olas; ubicadas en zigzag, alzándose como castillos tenebrosos. Se alcanza a contar hasta 20, son idénticas. La brisa y la sal les han impregnado un color oscuro y profundo. Estos castillos están enclavados allí desde hace más de 30 años y han sido utilizados por cinco empresas diferentes, que juntas han producido millones de soles.

Pero los hombres y mujeres de Cabo Blanco no han saboreado el éxito del boom petrolero: no tienen acceso al agua potable ni poseen red de desagüe, tampoco tienen conexiones de gas a domicilio; mucho menos fueron parte del auge turístico de los años 50, cuando su pueblo se convirtió en uno de los centros de pesca deportiva más importantes del mundo. Hasta allí llegaron banqueros, artistas y escritores- entre ellos Ernest Hemingway y Marilyn Monroe- a pescar el mítico merlín negro (Istiompax indica). Aunque la caleta posee el récord mundial de pesca de esta especie no hay registros del desembarque de esta especie  desde 1997, de acuerdo a las tablas de trazabilidad de IMARPE consultadas por Revista Nube Roja. Las causas de su ausencia pueden ser variadas, aunque los pescadores culpan de esto a la explotación petrolera, lo cierto es que no hay evidencia científica al respecto.

       El lote que alcanza a Cabo Blanco es el Z-2B, denominado como el segundo productor de hidrocarburos del Perú. En su extensión se han perforado más de 4500 pozos y tiene operativas 85 plataformas marinas. Está ubicado en el  Zócalo Continental del noroeste peruano, que fue explorado por primera vez en los años 50; desde entonces su historia es controvertida.

Es importante señalar que la línea histórica del petróleo en Talara, la capital petrolera del Perú, no es muy favorecedora para los intereses nacionales. Uno de los capítulos más cuestionados fue el protagonizado en 1918 por la transnacional norteamericana International Petroleum Company (IPC) en el yacimiento La Brea y Pariñas. La empresa se negó a pagar impuestos y pidió la ayuda e intervención de Estados Unidos y Gran Bretaña, mancillando de esta manera la soberanía peruana. Por aquellos años Talara era un anexo extranjero enclavado en la costa norperuana. Esta situación cambió el 09 de octubre de 1968, cincuenta años después, durante el gobierno del general Velazco Alvarado cuando el ejército tomó posesión de la Brea y Pariñas y de las instalaciones de la IPC. Posteriormente expulsó a la empresa del país. Esa fecha fue denominada Día de la Dignidad Nacional.

De esta manera el estado incentivó la creación y crecimiento de Petroperú, pero en 1993 durante el gobierno del dictador Alberto Fujimori esta empresa fue desintegrada y privatizada mediante acuerdos bastante cuestionados por expertos, políticos de oposición y la opinión pública (en las últimas décadas las investigaciones demostraron que algunos contratos en las diversas industrias tuvieron un mal manejo). Es aquí nuestro punto de partida. A partir de 1993 y con una constitución extremadamente favorable para la inversión extranjera, empiezan a surgir algunas voces de desacuerdo y los conflictos sociales con respecto a las industrias extractivas se recrudecen.

Actualmente el Lote Z-2B, como ya sabemos, es explotado por Savia Perú. Pero no ha logrado obtener una capacidad de operación óptima desde 1993, luego de su privatización, y esto se puede contrastar con las cifras que expone PeruPetro en su Informe de Regalías del año 1994  a las que accedió Revista Nube Roja

La primera empresa privada que explotó el lote fue Petrotech— operó desde 1993 hasta el año 2019—, esta registra en su primer año la producción de más de 6 millones barriles de petróleo, una cifra inferior a los más de 9 millones barriles extraídos en 1984 por PETROMAR (empresa estatal).

En el informe de junio del 2022 Savia Perú registró la extracción de 170 mil barriles mensuales y 5 mil barriles diarios, no se exploró ni perforó ningún pozo adicional, y las regalías que pagó al estado fueron de 50 millones de soles.

Según Manuel Dammert,  ex congresista y activo defensor de la independencia energética del Perú, quien falleció en el 2021 a causa de la Covid-19, las empresas concesionarias desde la privatización ocurrida en 1993 no han invertido lo esperado en la exploración de pozos y el mantenimiento de la estructura: las tuberías y plataformas que sostienen la producción del lote Z-2B tienen más de 30 años de antigüedad.

Continuando con las empresas que explotaron el Z-2B empecemos con PetroTech propiedad del magnate norteamericano William Kallop, quien amasó fortuna en la explotación offshore a partir de 1993. 

Kallop fue un hombre de muchos lujos. Esto se evidencia en sus excéntricos gustos: le compró un yate a la hija de Donald Trump, ex presidente de Estados Unidos, y adquirió el famoso yate Honey Fritz que perteneció a Jhon F. Kennedy, también ex presidente del país norteamericano.

En el 2009 William Kallop fue investigado por el Poder Judicial de Perú por el delito de corrupción de funcionarios y defraudación al estado peruano por la suma de  482 millones de dólares americanos. También se le acusó de perjudicar la infraestructura petrolera del lote donde operaba. Mientras esto sucedía PetroTech vendió el total de sus acciones a las empresas Ecopetrol (Colombia) y Korea National Oil Corporation (Corea del Sur) por 900 millones de dólares y, en un giro digno de la realidad peruana, no pagó ningún impuesto al estado porque— en ese momento todos se enteraron— la empresa estaba constituida en los Estados Unidos de América.

Para investigar esta transacción el Congreso de la República formó una comisión presidida por el  excongresista Johny Peralta. Cuyo informe final concluyó que efectivamente el Perú  había perdido 482 millones de dólares; la comisión sugirió investigar y denunciar penalmente a los posibles involucrados William Kalllop, Jaime Quijandría (ex ministro de Energía y Minas, a quien se solicitó inhabilitarlo de la vida política por diez años), Rafael Samaniego Bogovich, William Calvo, Alberto Varilla Cueto y Rosa Gadea Benavides, pero en la actualidad ninguno de ellos ha sido procesado.

Kallop, por supuesto, se marchó del país. 

De acuerdo a un reportaje de la revista Wall Street Journal entre el 2014 y 2017 el magnate petrolero se vio acosado por las deudas y muchos de sus bienes fueron confiscados. En las postrimerías de su vida, y a pesar de la evasión de impuestos y el daño medioambiental cometido por su empresa, pidió que sus cenizas sean enterradas en el país que amó. Por supuesto se refería al Perú. Hoy, su familia es dueña de Pisco Portón, una de las empresas de destilados más grandes del país. 

Así es, aquí nunca pasó nada. En el año 2019 su hijo vendería su mansión ubicada en Los Órganos (a 40 minutos de Cabo Blanco) por más de un millón de dólares.

Tal vez una de las acusaciones más graves que pesó sobre PetroTech y Kallop fue la filtración de los “Petroaudios” para posiblemente boicotear la llegada de una petrolera noruega a Perú. 

Los «Petroaudios» eran una serie de llamadas entre empresarios petroleros y funcionarios de PERUPETRO donde aparentemente se negociaba la concesión de lotes petroleros. Los principales involucrados en este caso fueron Fortunato Canaán (condenado por el Poder Judicial a 4 años de prisión por otro caso), Alberto Quimper y Romulo León (ex ministro de pesquería en el gobierno de Alan García Pérez y condenado a 4 años de prisión por un caso distinto al aquí tratado), quienes posteriormente fueron absueltos. Al día de hoy todos están libres.  

Quienes tomaron el lugar de Petrotech en el lote Z-2B fueron Ecopetrol y KNOC, y su alianza fue nombrada como Savia Perú. Pero se marcharon con muchos cuestionamientos ambientales, sociales y económicos. Ecopetrol se vio envuelta en el escándalo de los PANAMA PAPERS (fueron mencionados en los PARADISE PAPERS). Y actualmente la Contraloría de Colombia investiga a esta empresa por vender Savia Perú, aún con concepto de pérdida, a De Jon Capital. 

 

Extender la explotación

 

En el 2022, los pescadores de Cabo Blanco se preocupan porque Savia Perú, de acuerdo a un decreto de ley, podría extender su concesión a 10 años más, aunque el contrato de la concesión debería vencer en 2023.  

Alargar la explotación de hidrocarburos, según la mirada de los pescadores y pobladores, es hipotecar el futuro del mar, como jugar a la ruleta rusa y esperar que nada suceda, aunque eso es improbable porque los hechos concretos son desalentadores y demuestran lo contrario.

De acuerdo a un análisis de la revista ambiental Mongabay Latam, con datos contrastados de Osinergmin, en el Perú se han derramado al mar aproximadamente 9743 barriles de petróleo en la última década, y el 88% se ha vertido en la costa norte: esto incluye a Cabo Blanco.  Lo alarmante es que en esta zona del mar Pacífico Tropical (entre Piura y Tumbes) se encuentra el 70% de diversidad marina de todo el litoral peruano según el informe Evaluación de la biodiversidad submarina del norte de Piura realizado en el año 2012 por el biólogo pesquero Yuri Hooker, quien actualmente es coordinador del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad Cayetano Heredia.

Estibador del muelle de Cabo Blanco limpia y ordena en jabas la pesca del día. Foto/ Hans Castillo

Para medir el impacto negativo de los derrames de crudo es necesario saber la importancia de Cabo Blanco en la pesca artesanal y en la biodiversidad marina a nivel nacional e internacional, porque es aquí donde se unen la corriente de Humboldt -que proviene desde las costas de Chile hasta Perú- y la de El Niño.  Esta última, circula de norte a sur, desde el Golfo de Guayaquil hasta Paita, generando uno de los ecosistemas marinos más importantes del planeta donde habitan decenas de especies endémicas o estacionales como la ballena jorobada cuya enormidad aparece junto con las agradables brisas de julio y se marcha durante el ardiente cielo de noviembre. Al mediodía o en la partida de la tarde la maravillosa criatura rompe la capa del agua, aparece detrás de los botes, y su salto sorprende a los bañistas o al caminante distraído que moja sus pies en la orilla fría de la playa. Entre el silencio de los acantilados que rodean a Cabo Blanco y el anchuroso mar ha sucedido un espectáculo maravilloso, esta es una de las 9 zonas marinas con más diversidad de mamíferos a nivel mundial.

La preponderancia de Cabo Blanco en biodiversidad está largamente demostrada, aunque su producción ha disminuido notablemente en los últimos años, y esto para los pescadores puede estar relacionado íntimamente con el uso de la onda sísmica que se utiliza para explorar posibles yacimientos petroleros en el mar. Para contrastar la disminución de especies se puede recurrir a la tabla de desembarques elaborada por el Instituto del Mar del Perú (IMARPE) entre los años 1999 y 2007 donde los desembarques en Cabo Blanco son menores o no están registrados, solo en el 2006 y 2007 experimenta un breve repunte de 1289.76 toneladas anuales de desembarques, pero no alcanza ni supera las 10 mil toneladas. Los peces constituyeron el 93,37% y los moluscos el 6,63% de los desembarques. Las especies con mayores promedios según los datos del IMARPE fueron la caballa (Scomber japonicus), el jurel (Trachurus picturatus murphyi), la merluza (Merluccius gayi peruanus), el chiri (Peprilus medius) y atún aleta amarilla (Thunnus albacares). En el 2022 solamente la caballa y el chiri tienen preponderancia.

Si revisamos los valores de desembarques en toda la región Piura encontramos muchas variaciones. Siguiendo el informe del IMARPE a partir del 2001 los desembarques de peces en Talara también empiezan a disminuir. Por ejemplo, en 1994 se declaró el desembarque de 194,858 toneladas de especies en todos los desembarcaderos de la región, pero en los años siguientes se desembarcaron menos de 43 mil toneladas. Tal vez se pueda encontrar que los desembarques suben a partir del 2003, pero la mayoría de ellos corresponde a la pesca de calamar gigante en el puerto de Paita, y el dato llamativo es que muchas especies como el mero, peje, congrio o pez espada empiezan a desaparecer de los balances oficiales.  En Cabo Blanco, algunas de sus especies más preciadas como el fabuloso mero Ojo Chiquito o el gigantesco mero Goliat no registran avistamientos significativos desde hace más de una década, y en la Tabla de Desembarques por Especie en la caleta de Talara realizada entre los años 1999 y 2008 solo aparecen en este último año con un porcentaje de 0.14 toneladas (140 kilos). El mero Ojo de Uva también aparece con valores muy pequeños entre las 0.05 y 0.42 toneladas, cifras que son extrañas porque en esta parte del litoral existen muriqueras y muchas peñas submarinas que son criaderos naturales de esta especie. También los delicados caballitos de mar (Hippocampus ingens) han ido desapareciendo. 

Las causas del ausentismo de especies no son determinadas, pero puede haber una relación directa con la pesca de arrastre, las actividades del sector de hidrocarburos y la onda sísmica. Las investigaciones y estudios sobre la relación entre la explotación petrolera y la ausencia de especies hidrobiológicas en esta zona son muy escasos o simplemente no existen. Los testimonios directos provienen de los pescadores, por lo que la mayoría de información es empírica; además la informalidad del sector al momento de registrar la trazabilidad de las especies (número real de especies desembarcadas), la poca precisión de los balances, las escasas investigaciones científicas sobre la relación petróleo-pesca, y los vacíos en los registros a lo largo de los años dificulta la tarea para determinar con precisión el impacto real de la industria petrolera en la masa marina.  No sabemos con datos científicos que está pasando, ni se han creado laboratorios locales que tracen una ruta de investigación, se ha priorizado completamente el valor monetario a la sostenibilidad ambiental. Incluso la Sociedad de Comercio Exterior del Perú considera a los Estudios de Impacto Ambiental como mecanismos muy complejos que frenan la producción nacional de petróleo y sostienen que la consulta previa a las comunidades es innecesaria. Tal vez un día los peruanos, que tanto adoran su gastronomía marina y es fuente inagotable de su autoestima patriótica, se den de bruces con la ausencia de peces en el mar.

Aunque no se haya determinado en Cabo Blanco y demás pueblos pesqueros el impacto de la explotación offshore, podemos apoyarnos en estudios extranjeros que demuestran los impactos de la industria de hidrocarburos en la fauna marina. Por ejemplo, las investigaciones de Nikolina Rako Gospic, PhD en Ciencias Marinas Aplicadas y especialista en bioacústica, toman en cuenta el ruido ocasionado por la construcción de plataformas en altamar, los ruidos impulsivos con un rango de frecuencia entre 100 Hz y 1 kHz provocados por el uso de martillos hidráulicos, y el uso de la onda sísmica- que son pulsos acústicos de alta intensidad y baja frecuencia entre 5 y 300 Hz- cuyo alcance es de miles de kilómetros altera el comportamiento de las especies marinas hasta trastornar, en el caso de los peces, sus ciclos reproductivos; dañar la fauna marina; variar el comportamiento de apareamiento; e incluso provocar migraciones masivas.  El impacto del ruido antropogénico es enteramente contrastable.  Y en el caso de los derrames de crudo la situación torna a ser irreversible o se toma muchos años de recuperación; cuando un derrame no se contiene rápidamente el sedimento se adhiere a la pradera marina, pudiendo contaminar kilómetros de playa. Precisamente en Cabo Blanco una de las especies más abundantes según el IMARPE son los moluscos, especie muy vulnerable a un derrame de crudo.

       Los testimonios de Eligio Pingo y Medardo Fiestas, pescador y teniente alcalde de El Alto, respecto a la disminución de la pesca coinciden en señalar al año 1997 como el punto de quiebre. Ahora el producto de la faena de un velero se ha reducido de 50 kilos a 7 o 9 kilos si tienen fortuna. Pingo y Fiestas afirman que la causa directa podría ser los constantes derrames de petróleo. El déficit en la pesquería afecta al desarrollo económico del puerto y ralentiza la mejora de la calidad de vida, y disminuye el acceso a la educación y otros derechos. En el Censo de pescadores artesanales realizado en el 2012 se registró que el 89% de pescadores solo habían asistido a la primaria o secundaria, y en el ENEPA III realizado el 2015 se registra que los pescadores suelen ganar más de 500 soles (128 dólares) mensuales. Con estas cifras y la escasez de las especies, enviar a sus hijos a la universidad puede resultar imposible. En Cancas, pueblo donde nací, desde su fundación hasta el año 2008 solo hubo un profesional graduado de la Universidad Nacional de Piura, hijo de un pescador artesanal; es después de ese año que empieza poco a poco a desarrollarse el salto generacional. En Cabo Blanco ese proceso se ha visto detenido en los últimos años según señala Medardo Fiestas, quien añade que la responsabilidad social de las empresas petroleras asentadas en su territorio es mínima. Cuando Medardo empieza a contar la historia de los pescadores con el petróleo da una muestra clara de lo lejano que suele ser el Perú para los peruanos.

—Antes pasábamos inadvertida la explotación petrolera porque no sabíamos muy bien qué sucedía— hace aproximadamente 20 años la información sobre derrames de petróleo en el litoral norteño era muy limitada— Ahora debemos ir a pescar millas más allá, y ya vemos la consecuencia. Acá en Cabo Blanco siempre hemos sido pinteros— la práctica más característica de la pesca artesanal—, pescamos con anzuelo porque es pesca selectiva, no sobreexplotamos la especie, además la zona lo permite porque hay muriqueras (peñas) y bancos pesqueros— en este punto una luz se enciende en los ojos de Fiestas—Cuando había buenos tiempos abastecíamos a Piura, Chiclayo, Trujillo. Los mismos pescadores fundamos una empresa y vendíamos nuestro producto al mercado, pero quebramos en 1998— y luego esa luz se apaga, lentamente acomoda sus papeles llenos de asuntos municipales—, fue en 1997 cuando la pesca empezó a disminuir, antes había pesca de todas las especies… el mero colorado, el mero ojo de uva, el ojo chiquito, la cabrilla, la perela. Ahora esas especies se ven poco— y su relato empieza a tener silencios profundos en cada frase—…, las empresas grandes que aquí han explotado no asumen la responsabilidad social con los pueblos- Medardo Fiestas ha nacido en Cabo Blanco, al igual que su padre, tal vez por eso su tristeza honda al sentir la contaminación de su mar; a pesar de su investidura como autoridad local y de las constantes reuniones con Savia Perú tiene la sensación de que ningún acuerdo se cumple como debe ser. Guarda en su pecho la misma sensación taciturna de sus compañeros de mar, sospechan que las fiscalizaciones y denuncias hechas por los organismos estatales como OEFA no tienen mayor impacto sobre las actividades de la empresa. Todos desean que se pueda hacer más, sienten que se puede hacer más o tal vez será como aquello que dijo uno de los pescadores en la punta del muelle de Cabo Blanco, al final de su faena y con la amargura de haber pescado poco… Tal vez así es el Perú y ya.

             En enero del 2022, Eligio Pingo dirige El Nautilus hacia la gran plataforma petrolera que se levanta a menos de 900 metros de las costas de Cabo Blanco, la mañana también es fría, como hace algunos meses. Y es curioso que en verano el cielo esté gris y el viento sople muy fuerte, pareciera que el mar y el ambiente anunciaran su enfermedad. Una semana atrás, el 25 de enero, ha ocurrido otro derrame de petróleo, y aunque ya no hay nada qué observar, la conversación de los pescadores que navegan en El Nautilus va reconstruyendo la escena.

—La plataforma chorreaba de petróleo. Si continúan explotando petróleo en la mar, la pesca artesanal va a colapsar… va a desaparecer— se escucha hablar a Eligio entre el ruido del motor y las olas del mar. El derrame ocurrió en la plataforma PN-14. El informe que publicó Savia Perú señala que se derramaron 1.18 barriles de petróleo, pero Eligio y los demás pescadores se rehúsan a creer esa versión.

—Siempre es lo mismo, siempre reducen la cantidad, porque las autoridades llegan un día después o a veces hasta una semana después de los derrames, cuando el viento y la corriente ya han arrastrado el petróleo mar afuera o lo han varado. Nosotros no sabemos cuántos derrames hay, a veces sólo aparece una mancha en el mar, otras veces en la playa, y después la pesca disminuye; hace tiempo que ya no vemos un mero, hace tiempo que con las justas pescamos siete kilos nomás, porque en las peñas de pesca, en nuestros bancos naturales han levantado las plataformas petroleras— vuelve a hablar Eligio y uno de los pescadores levanta su pequeña bolsa con la pesca del día. Es muy pequeña, lleva diablitos, pejes y algunos pescados más que no logro identificar. Después la pone entre sus pies y echa una mirada melancólica al horizonte. Los tiempos gloriosos de la pesca han quedado atrás.

De aquel derrame existe un video. Uno de los pescadores a vela descubrió por la tarde la emanación de petróleo en las coordenadas de la Plataforma UU (donde dos años antes también ocurrió otro derrame de crudo) en la zona de Peña Negra (en  2012 se produjo un derrame de 117. 5 barriles de crudo por una falla del oleoducto que afectó un área de 5000 m2 de suelo arenoso, según informe de OEFA). Mientras el pescador graba cuenta sus desavenencias. “Lamentablemente siempre hacemos estos videos, pero nunca sancionan a nadie, pero seguiremos nosotros tomando evidencias para que el gobierno tome cartas en el asunto y nos ayuden. Por esto no llevamos ni pesca. Voy a 6 nudos corriendo y ya llegaré a la plataforma SS y sigue el petróleo” dice con voz desanimada, mientras una forma iridiscente va rodeando el bote y manchas negras se extienden sobre el mar.

El pescador que hace un instante levantó su pequeña bolsa de pesca asegura que el hombre del video dice la verdad. “Ahora lo que tenemos que hacer es luchar para defender nuestro mar”, añade. Y sus palabras son inquebrantables. Noto que tiene los brazos fuertes, acostumbrados a amansar el ímpetu del viento, es un pescador de porte firme y manos gruesas, habituado al frío de la madrugada y al calor del norte. “Solo nos queda protestar”, repite, y el sol, oculto hasta entonces, nos alumbra el rostro.

        El 1 de febrero del 2022 los pescadores iniciaron un paro pacífico en Peña Negra, una de las instalaciones más importantes de Savia Perú, para exigir el cese de las actividades petroleras. Antes del amanecer, entre la luz tenue y amarilla de las farolas, cruzaron la única calle de Cabo Blanco y llegaron hasta el muelle para embarcarse en sus botes que bamboleaban solitarios en el oscuro mar. Pero los guardacostas, con sus fusiles al hombro, les cortaron el paso. Nadie podía ingresar al muelle. Durante largo rato intentaron explicar los motivos, lo que para ellos era obvio, pero el silencio de la autoridad peruana, del Perú mismo, fue más insondable, más indiferente que nunca. Antes de marcharse un anciano pescador les dijo a los jóvenes soldados, con voz solemne: ustedes también son peruanos. Luego, cuando ya asomaba el alba y el cielo empezaba a recuperar su color, con sus banderas rojas y blancas alzadas hacia el viento frío del amanecer salvaron a trancos el cerro pardo que rodea al pueblo.  Eran muchos. Fue Eligio Pingo quien grabó su llegada a las instalaciones petroleras, allí en la cima volvieron a levantar sus banderas del Perú, y dieron vivas para el mar. ¡Pesca sí, petróleo no!, gritaban. Después, entre el ruido de la maquinaria, Eligio Pingo volvió a pedirle ayuda a cualquier señor con corbata a quien la democracia le haya dado poder. Aquí estamos en pie de lucha para defender nuestro mar que poco a poco muere por los derrames de petróleo. Sentenció el viejo pescador. Pero el silencio fue, como la mayoría de veces, la respuesta.

     Clemencio Sánchez, un anciano pescador de rostro amigable, recuerda ese día y otros más. Él es uno de los activistas más reacios, y podría contar sin problemas todos los sucesos que guarda aquella lucha silenciosa.

-Nosotros vemos que siempre viene OEFA, pero no hay ninguna sanción, ninguna solución, estamos luchando contra un gigante- dice con amargura Clemencio. Aquel día lleva una chompa cuello tortuga de color azul que contrasta con sus cabellos blancos. Y me recuerda, mientras está allí de pie en la punta del muelle, el estilo de la estatua dorada de Hemingway que se levanta en la pequeña y soleada plaza del pueblo. Clemencio sostiene un pequeño pez rojo en la mano mientras conversa conmigo, cuando ha dicho todo lo que podía decir susurra que todo aquello es una lástima. Una lástima, una lástima lo que pasa. Su mirada se ha perdido en algún punto del mar.

       La realidad es que la población en la costa noroeste no es formalmente consultada sobre si está de acuerdo o no en el inicio de explotaciones petroleras, por ello germinan muchos conflictos sociales, y por eso se oponen a asistir a las charlas informativas que brinda PERÚPETRO, que de acuerdo al mecanismo previo de explotación petrolera sirven como prueba de que la empresa informó sobre sus futuras actividades.

Eligio Pingo, pescador desde los 8 años, sueña con ver al mar de Cabo Blanco libre de derrames de crudo. Foto/ Hans Castillo.

Medardo Fiestas, pescador y teniente alcalde de El Alto, muestra su preocupación ante los derrames ocurridos en las plataformas que opera Savia Perú. Foto/Leandro Amaya.

Clemencio Sánchez durante mi último viaje a Cabo Blanco se mostraba optimista en el avance para librar su mar de la contaminación, a pesar de los dos sucesos que ocurrieron desde mi primera visita. Foto/ Leandro Amaya.

               Durante mi última visita a Cabo Blanco en junio del 2022, Eligio volvió a contarme malas noticias. El 28 de abril de 2022, la plataforma VV de Savia Perú se hundió en el mar de Lobitos (https://www.youtube.com/watch?v=OhefdUU7zbs) y la incertidumbre volvió al pueblo. A pesar de las denuncias por parte de los pescadores y el pedido desde hace cuatro años para el desmantelamiento de la plataforma, la situación nunca se llegó a controlar. Actualmente, los pescadores de manera independiente exigen un balance final sobre el estado de todas las plataformas petroleras (hay 85 operativas), porque algunas de ellas son muy antiguas, y la mayoría se ubica a una profundidad menor a los 120 metros.  

El 12 de julio pobladores de El Alto junto al teniente alcalde del distrito llevaron a cabo una protesta contra el taller informativo sobre explotación de hidrocarburos en el lote Z-69 (incluye el lote Z-2B. El 14 de julio la población debatió con los funcionarios de PERÚPETRO y plantó su posición anti hidrocarburos. En la protesta uno de ellos alzaba un cartel donde se había escrito Cabo Blanco no se vende. Mientras marchaban en los parlantes sonaba El pueblo unido jamás será vencido, aquel canto latinoamericano que parece ser la voz de los invisibles. Era de esta manera como continuaba la lucha de los hijos e hijas de la mar.

 

Botes y balsillas a vela pasan al lado de la plataforma PN-10. Algunos de ellos ya vuelven de su faena. Según los pescadores la pesca ha disminuido a cifras dramáticas. Foto/ Leandro Amaya.

***

El último día que estuve en Cabo Blanco, antes de marcharme miré por última vez a la mar. Allí iban los veleros artesanales, estupendos artefactos, alentados por la fuerza del viento. Desde la distancia parecían pájaros blancos que volaban de costado como planeando sobre el mar. Cuando pasaron al lado de las plataformas petroleras fue como la colisión de dos tiempos, una escena irreconciliable.

Policías se enfrentan a pobladores de Cancas el 14 de enero del 2020, dos meses antes de la cuarentena por la llegada de la covid-19. Los canqueños exigían la retirada del buque perforador Stena Forth. Foto/Leandro Amaya.

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Castillos en el mar

Cancas, un pueblo de pescadores ubicado en la región de Tumbes, fue tal vez el único lugar- después de Sechura- donde la lucha contra el petróleo se volvió una batalla cruenta. Ocurrió el 14 de enero de 2020, cuando los pescadores protestaron por 19 horas contra las fuerzas de la Policía Nacional del Perú para oponerse a la primera perforación petrolera en aguas profundas en la historia del país; la expedición le fue encargada al buque perforador Stena Forth y el pozo exploratorio era el Marina 1X en el Lote Z-38. Los recuerdos de ese día aún siguen intactos en los pobladores de Cancas, incluso lo consideran un momento histórico por ello lo nombraron como el Día de la dignidad. Cecilia Chulle, profesora del colegio de la localidad, recuerda que aquella vez tuvieron que refugiarse en los cerros para huir de las bombas lacrimógenas que lanzaba la policía. Para ella fue un uso de fuerza indiscriminada contra niños y ancianos. Pero está segura que volvería a defender a su mar si se diera la oportunidad. La protesta que llevaron a cabo logró que la empresa Tullow Oil (compañía británica) y Karoon Gas (compañía australiana) den largas al proyecto offshore que tenían en mente. Ahora la meta de los pobladores es liberar su litoral de proyectos de hidrocarburos, así no se arriesgarán a derrames de crudo ni a daños medioambientales. Lo complejo es que Perú en el año 2021 gastaba 60 millones diarios para poder importar combustible, y actualmente casi el 80% de su matriz energética depende de los hidrocarburos. En el 2022 el presidente de Asociación Peruana de Profesionales de Hidrocarburos y Energía, Pedro Chira, declaró que la meta es reducir la importación. Por otra parte, el premier Aníbal Torres indicó que, apuesta por una transición energética, y esta podría ser una solución a determinados conflictos sociales y ponerse a la par con otros países que ya están buscando maneras de dejar los hidrocarburos.

Para la población de Cancas y el resto de pueblos que rodean al distrito y dependen de la pesca fue gratificante que aparentemente no hayan encontrado petróleo en sus costas. Uno de los que recuerda como gesta heroica el día que se opusieron a las petroleras es un joven pescador que prefiere no dar su nombre, pero se enciende un brillo en sus ojos cuando cuenta como defendió a la que el considera su madre, la mar.

— ¿Y cuándo volverán a venir a perforar? ya no vienen, nos plantamos bien ese día- dice mientras arranca su mototaxi, y sonríe.

Baltazar Fiestas Querevalú- descendiente sechura, pescador y dirigente pesquero- luego de la protesta lideró el movimiento que exigió a PERUPETRO el estudio de Impacto Ambiental y pidió que el estado evalúe los contratos petroleros en el mar de Tumbes. Baltazar fue elegido por los canqueños para representarlos porque lo respetaban por su experiencia como pescador y por ser uno de los poetas populares del pueblo. Cuando el buque Stena Forth se retiró de las costas norteñas, él y el pueblo sintieron que habían ganado. Este mítico pescador murió durante la pandemia de la covid-19, y así Cancas perdió a uno de sus defensores ante una posible reactivación del lote Z-38. De igual manera, durante la pandemia, murió mi abuelo Luciano Amaya Jacinto. Él era uno de los últimos ancianos fundadores del pueblo, descendientes directos de los sechura, pescador de hazañas míticas, y quien aquel día, mantuvo una lucha sostenida para defender el mar que le permitió educar a sus hijos, superar la pobreza y sobrevivir a una vida de orfandad. Luciano, aquel día de la protesta, se puso de pie ante el mar y se preguntó: “¿tanta será la ambición para destruir la mar? ¿tanto poder tienen esas empresas que ni deben saber que existimos?”. Solía recordar esa protesta con una sonrisa, fue una pequeña victoria, un año después se marchó y tal vez volvió al origen, a las olas.

El motivo por el cual los canqueños se oponen férreamente a la explotación petrolera es por los dos derrames ocurridos en enero y setiembre del año 2004 donde se responsabilizó a la empresa BPZ Exploración y Producción, cuya sede funcionaba en Houston. El primer derrame ocurrió en la plataforma CX-1 del lote Z-1. La cantidad exacta del petróleo derramado no se determinó porque la empresa omitió información y por ello fue sancionada. Lo mismo ocurrió en el segundo derrame, no hay información exacta de la cantidad de crudo derramado. Esta empresa, al igual que otras, se benefició durante 3 años con la Ley 2030 que permitía reducir las multas por infracción, limitaba el campo de acción de OEFA y exoneraba de diversas responsabilidades a las empresas. En el 2017 esta ley se derogó. En el año 2020, mediante la resolución 317-2020 publicada por el Ministerio de Energía y Minas se declaró la condición de Responsable No Identificado respecto a los pasivos ambientales ubicados en el distritos de Canoas de Punta Sal (Cancas). Esto quiere decir que como las empresas han cesado sus actividades, no hay quien remedie los pasivos ambientales y por ende no hay responsables. Es por ello que no será sancionada ninguna empresa, y el estado será el responsable de remediar aquellos pasivos ambientales.

                Cuando era niño me maravillaban las plataformas petroleras en el mar. Frente a Cancas había una, pero estaba muy lejana, apenas se veía. Y le llamábamos castillo.  Existía cierta fascinación entre los chiquillos al verlo en las noches con sus luces rojas y parpadeantes que avisaban su presencia en la oscuridad. O cuando en el inicio de la mañana todos esforzábamos los ojos desde la playa para distinguirlo tras la niebla, muy cerca de la línea horizontal. Allí está el castillo, decíamos luego de encontrarlo, lo señalábamos y tapábamos con un dedo. Era nuestro juego, aún no podíamos entender las voces de los viejos pescadores que miraban con recelo esos armatostes, sólo ellos los habían mirado de cerca, los habían tocado y sabían quiénes los habitaban. Tampoco había muchos periódicos que hablaran sobre derrames de petróleo en los años 90, y nosotros a los siete años, sólo queríamos hacer volar a aquel pelícano moribundo que había varado una tarde cualquiera y se arrastraba por la playa con una mancha extraña en las alas, esperando alzar pronto el pico al cielo y morir. Sufríamos intentando que vuele, lo cogíamos de las alas y corríamos grandes distancias para darle impulso, pero nada funcionaba. Luego, tristes, nos marchábamos a casa. Al día siguiente, una mancha negra se dibujaba en la orilla del mar. Nunca nos preguntamos qué era, a veces servía para hacer más fuertes los castillos de arena que construíamos luego de bañarnos en la mar.

Una niña vestida con la camiseta de la selección peruana observa una plataforma petrolera durante la procesión marítima de San Pedro, santo patrono de los pescadores, en Cabo Blanco. Foto/Malú Ramahí.

Este reportaje se produjo con el apoyo de Earth Journalism Network de Internews.

Cancas, 1993. Perú. Director de la revista Nube Roja. Ganador del premio mundial de periodismo Young Journalist Award 2020 organizado por Thomson Foundation y FPA (Foreign Press Association London), fue elegido como el Periodista Joven del 2020. Fue becado por Sembramedia para ser parte de su programa Sembra Educativo de capacitación a periodistas a nivel de Latinoamérica. Ganó el premio periodístico Perú Se Reactiva, organizado por la Sociedad de Comercio Exterior del Perú y Scotiabank. Ganador del premio de periodismo nacional «Cuidemos el Agua, Cuidemos la Vida» organizado por la Autoridad Nacional del Agua (ANA) y el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego del Perú. Finalista del premio de fotografía de conservación «Naturaleza que Cuida» organizado por Forest Trends y USAID. Mentor en el taller de periodismo ambiental «Periodismo mar adentro», organizado por SOA PERÚ y la Embajada de los Estados Unidos. Mentor y co-autor del taller de periodismo medioambiental «Periodismo Verde», impulsado por la Embajada de los Estados Unidos. Becario en el centro Earth Journalist Network.
También Dirigió y fundó la revista cultural Malos Hábitos(publicación que fue seleccionada por el Ministerio de Cultura de Perú para participar en la 1ra edición de la feria La Independiente). Sus textos han sido publicados en el Perú y el extranjero. Recibió la Medalla Institucional de la Universidad Nacional de Piura, alta distinción otorgada por sus méritos periodísticos a nivel internacional.

Leandro Amaya Camacho

director y cronista de REVISTA NUBE ROJA

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