¿Qué es cultura?

En las relaciones del sujeto como actor social, hemos visto y creído siempre que esa palabra convoca un criterio educativo. Que se es culto cuando se ha ido a una instancia educativa de formación. O también que cultura representa los eventos culturales, las situaciones que tiene que ver con artistas de toda índole. Esa percepción del hombre en sociedad es solo una forma tímida e intuitiva de acercamiento a su verdadera concepción.

Foto/Leandro Amaya Camacho

Sin embargo, no escapa de ser valiosa porque enfrenta la situación de las interrogantes del sujeto en sociedad. Y porque además apertura el debate sobre lo que es lo concreto y lo abstracto, la verdad y la mentira. Esto digo porque al enunciar esa palabra nos parecería que estamos acercándonos a un concepto académico, a una noción que permite tener un concepto sobre el cual se vea más que su movimiento, la emoción. En ese mundo -de lo académico- se aprende y estudia el nombre de la cultura, y en los espacios donde alternan las ciencias sociales y la antropología, se enseña a ver lo que contiene esa palabra como para comprender que es una suerte de repositorio de elementos básicos que nos permiten acercarnos a modos de vida en sociedades o grupos: usos, costumbres, etc. La academia se queda en esa explicación literaria, en esa narrativa que insinúa enfrentar la palabra desde su morfología, pero no la disgrega para entenderla desde una operación más privilegiada que pueda sustentarla como herramienta que pueda llevarnos a mejores entendimientos del hombre en sociedad. Cuando yo he enseñado esa palabra, he diseñado un “diagrama antropológico”, una suerte de ecuación matemática que pudiera representar al estudiante dentro de un problema específico, para que éste pudiera operacionalizar esa palabra, con ejemplos concretos y definidos como la corrupción y la desigualdad. Entonces el resultado ha sido que en efecto, los estudiantes universitarios han podido entender que la cultura no es ese contenedor de usos y costumbres y toda esa verborrea académica que es letal y que mutila el acercamiento a los problemas de la sociedad. Entonces se ha ido definiendo que en el transcurrir de la vida, el sujeto es permisible de emociones y subjetividades respecto de su continuo avatar en el vivir. Es esa incertidumbre que lo coloca en una constante pregunta sobre su futuro y es ese futuro lo que lo convoca a sentir “necesidades” y es esa necesidad la que lo obliga a hacerse de un repositorio de elementos visibles y perennes que lo ayuden a sentirse en confianza ante un orbe incierto. Y entonces entendemos que el sujeto en sociedad al hacerse de esa suerte de ajuar, va a dirigir mejor sus procedimientos. Una necesidad primordial es la alimentación. Y es con ese objeto cultural que voy a explicar la importancia de la cultura y su concepto más práctico.

         Al incorporar alimentos, el hombre lo hace por necesidad de revertir el hambre. Pero ese encuentro entre necesidad y aplacamiento, ha estado revestido de un largo proceso de pruebas y errores sobre el cual el hombre se ha visto entramado con la domesticación de plantas y animales. Y es a partir de ese aprendizaje y dominio que aparece la confianza de comer algo que ya se ha incorporado porque el sujeto ha participado de esa experimentación y hallazgo. La cultura es entonces el continente de una serie de actos y artefactos por los cuales el sujeto en sociedad se desplaza con entera confianza, porque son actos y artefactos que se han continuado heredando como un legado perentorio de los hombres para no sucumbir. El temor más grande de las sociedades es morir y es por eso que los sujetos en grupo se cohesionan y reúnen para gestionar consensos de toda índole. Entonces retornando al ejemplo culinario, lo que vemos en los platos que nos alimentan no son solo las unidades alimentarias sino los contenidos simbólicos de esas unidades alimentarias, que como cajas de pandora, tienen en su interior todo un largo registro de hazañas, de situaciones emotivas diversas, de recuerdos, de situaciones que se han trasladado a través del tiempo y que marcan una identidad y reconocimiento. Si resolviéramos en primera instancia esa ecuación o ese diagrama antropológico, los sujetos en sociedad entenderían mejor la importancia de la cultura, sobre todo si nos ubicamos en un escenario como el nuestro, que históricamente no ha resuelto el conflicto de la agresión de 1532, es decir la llamada conquista española, pues el síntoma que tenemos hasta ahora es que en efecto, no sabemos quiénes somos, y si lo sabemos, es porque se mistifica y banaliza el pasado con argumentos como la interculturalidad y ese otro mosaico de pretensiones como la mirada exótica y excluyente que se tiene sobre “los otros”. Es decir, sobre los grupos humanos mal llamados, a veces, no conectados; que alternan en un país donde el totalitarismo e imposición del Estado homogeneizarte no ha podido debatir ni operacionalizar las formas concretas de nuestras naciones diversas que hasta la actualidad tienen presencia política porque el Perú es un país marítimo, andino y amazónico, tributario de una necesidad histórica: su cultura, que es como el ADN de un cuerpo, el dispositivo de toda una valiosa información desde nuestro pasado histórico, sin el cual vamos a tener necesariamente que mirar el paisaje desolador del conflicto en todas sus formas de violencia.

¿Qué entender por diversidad cultural?

En el escenario antes explicado es recurrente hablar tal vez cerrando los ojos, para imaginar la geografía peruana, advirtiendo que la tesis que formulo siempre es desde el materialismo cultural y desde la evolución y la historia peruana. Este país no fue creación sino del esfuerzo comunitario de los hombres y mujeres, que por necesidad, al verse imbricados ante una agreste geografía, pudieron primero conocerla visualmente y luego tocarla con las manos para transformarla. Este país dentro de esa explicación es el producto de la necesidad de transformar su fiereza. Es esa fiereza de territorio la que en primer término nos va a dividir, porque nadie quiere conocer los andes por temor a caerse a un abismo. Pero eso que parece una exageración no es sino el comportamiento de quienes naciendo y viviendo en un determinado lugar del país, no identifican el sentido de la adaptación en otro escenario y la necesidad de articularse, como forma prestataria de deseos y aspiraciones, como posibilidad de encontrar en esa otredad lo que a mi particularidad le hace falta. La diversidad cultural es esa situación de la cual Julián Marías nos habla respecto a la cultura como posibilidad o posibilitadora de imposibilidades. Y en el caso peruano, por su territorialidad dispersa y diversa, se hace visible el escenario de un territorio donde subyace una serie de naciones diferentes, que por necesidad histórica han tenido que recurrir a intercambios de toda índole, y que vemos con bastante arraigo hasta la actualidad en los andes del sur cuando por ejemplo por los cerros pasa un caminante que a manera de un mensajero va vendiendo baratijas pero a su vez va comunicando como están las aldeas de otros pisos ecológicos. Eso explica que entender la diversidad cultural es primero asumir una visión clara de la forma territorial del país, y dentro de esa mirada, explicarse que, en efecto no tendremos otra salida que enfrentar los retos de la futuridad volviendo a las formas más primigenias del intercambio. La futuridad del peruano histórico no está delante de nosotros, sino que viene desde el pasado. Ese pasado hay que trascenderlo conociendo con mejor precisión la cultura. Pienso que por error se está extendiendo una idea respecto de la diversidad que concierne a lo “diverso que somos”. Claro! Eso lo dice cualquiera, pero lo más cauto es entender el mapa territorial del país, y explicarse que en esa extensa geografía hay grupos humanos que, por esa determinación de su geografía, han producido modos de vida diferentes, pero no excluidos de un encuentro que se hace cada vez más necesario para conocer que somos una familia nuclear pero extensa. La nación peruana no es una utopía. Es por el contrario sentarse a debatir las formas y el funcionamiento de sus partes. Es un motor genuino de piezas que se necesitan entre sí para que encienda su más grande energía.

¿CÓMO SE MANIFIESTA LA DIVERSIDAD CULTURAL EN LA COTIDIANIDAD?

Lo cotidiano no es sino una construcción del sujeto. Yo me levanto por costumbre y luego de mis rituales domésticos de aseo, me toca enfrentar la calle, el día día. Entonces estoy dándome cuenta que al salir de mi casa ingreso constantemente a una escena que todos los días tiene una forma que se parece a la anterior pero que en esencia ya no es la misma porque las necesidades cuando son resueltas no es que se solucionan para siempre, sino que de inmediato dan origen a nuevas necesidades. La cotidianidad es ese enfrentamiento diario con la experiencia y la necesidad. Pero de pronto vemos que la escena por donde discurrimos, está constituida por una serie de situaciones que las elaboran otros sujetos con otros pareceres, con otros puntos de vista, con otros imaginarios, con otras lógicas. La antropología urbana entiende el escenario como una construcción constante donde los sujetos se resignifican en relación a formas estáticas y dinámicas de enfrentar la experiencia, pero sobre todo el espacio donde interactuamos. Yo salgo y nunca pienso encontrarme con un charlatán que vende una pomada para curar cicatrices, entonces le estoy comprando esa manifestación del discurso, pero al llegar a casa, el discurso se arruina porque enfrento mi identidad doméstica y otro tipo de necesidades. Y la pomada pasa a un territorio de segundo orden y olvido. En ese ejemplo podemos conocer que, en efecto, la escena pública tiene un ente opositor, o una oposición binaria: la escena íntima o privada. Somos diversos cuando estamos en el escenario de lo público pero nuestra mentalidad es privada, es decir está contenida de una cultura propia. Y la cultura también es una forma de crianza. Es esa crianza la que refleja su fotografía más clara en la escena pública, porque deja ver una situación patética: que cuando en una plaza pública aparece una mujer asháninca con sus atuendos amazónicos, la miramos de pies a cabeza, pero cambia cuando al lado de esa mujer está sentado un ciudadano extranjero. La mirada cambia por esa complejidad hacia la cual hemos sido conducidos con cierto desdén hacia “el otro”. El miedo es existencial en tanto vamos a creer que la mujer amazónica es una salvaje y que el extranjero es un civilizado. Pero si acaso entendemos esas dos terminologías. Lo que acontece es que no es ni uno ni lo otro, sino que allí se está censurando la diversidad, no se está entendiendo la vinculación de ese otro en un escenario como la plaza o el parque poco usual para la interactuación de desconocidos. Sin embargo, es posible que la mujer asháninca y el propio extranjero si estén produciendo el sentido de diversidad dentro de su imaginario. A veces no es posible ver así porque en el Perú, los connacionales pocas veces viajan o salen de su tierra natal, y cuando lo hacen exotizan al otro con el imaginario impuesto por la cultura homogeneizarte. Debe haber algo convocante que articule la dispersión para conglomerarla y hacerla una sola patria de identidades. En Ayacucho, por ejemplo, hay una fiesta ritual del calendario santoral: la semana santa, que convoca miles de visitantes. Las calles se atiborran de extraños o foráneos como los huamanguinos suelen llamarlos. Y es curioso que en la percepción de estos visitantes haya un sector que comienza a buscar tiendas donde vendan chullos, porque creen que al estar en los andes es necesidad colocarse un chullo en la cabeza… ¡un chullo con llamitas y la palabra Ayacucho!  Esa imposición ha sido producida por las agencias del reduccionismo turístico que vende una imagen de , y no está mal porque nos sirve de material para el análisis. Lo que quiero explicar sobre eso es que las valoraciones que el extranjero o foráneo tiene del local es una construcción que va por entenderlo como extraño. Porque de alguna manera lo es ante un orbe descomunal que a través de los medios pone ante nuestros ojos un biotipo de ciudadano y una parcelación del orbe y su externalidad. 

" En el Perú, los connacionales pocas veces viajan o salen de su tierra natal, y cuando lo hacen exotizan al otro con el imaginario impuesto por la cultura homogeneizante... "

Pero, ¿cuándo se cae toda esa armadura de disfraces? Pues cuando luego de las procesiones y días de recogimiento espiritual, la ciudad se concentra en la Plaza Mayor para celebrar el interesante , que es una fiesta dramática que interrumpe los modos del equilibrio y la paz social y el ambiente religioso para dar paso al desenfreno incontrolable porque allí se desarrollan identidades de furor contra la cultura dominante. Es un toro al que azuzan de diversas maneras como una representación de las masas juveniles que, vestidas de camisetas rojas, se cohesionan y en un solo agrupamiento la expresan. ¿Pero qué expresan? pues porque en un orbe líquido, de violencias perennes, en un país de santurrones y de hipocresías, de incertidumbres y frustraciones, la vida es tan breve que hay que expresarla por el consenso de encontrar en el toro al enemigo histórico que quiérase o no está derrotado por la diversidad de un país que, con el pretexto de los días largos de los feriados de semana santa, vienen al rincón de los muertos para simbolizar esa reversión de sus derrotas. 

¿Cómo se puede promover la valoración y respeto por la diversidad cultural?

Masificando el cuento PACO YUNQUE, de Cesar Vallejo. Allí está el resumen de esa fragmentación del poder y también la trama del problema peruano. Mientras no hayamos encontrado y conocido que la cultura es la principal linterna para aclarar la oscuración de nuestra historia, el conflicto y la violencia van a ir incrementándose. Otra de las formas es -aunque no me parece que esto se entienda como un método de eficacia simbólica- ubicarnos en la dimensión geopolítica del país que, por su geografía diversa, tiene actores también diversos, pero que al tratarse de un país, es urgente cohesionar esas partes para que la participación sea más lúcida y productiva e identitaria. Conocer el país es o debería ser una tarea colectiva. Se me ocurre. Que las famosas pasantías en el campo de la educación se den a nivel de estudiantes del nivel escolar. Que los alumnos de una institución educativa de Tacna hagan una convivencia en Ayacucho y que de una institución de Piura salgan a convivir la experiencia en Saposoa. Ese experimento daría resultados increíblemente conmovedores en el anhelo que redefina la mirada del país y sus identidades diversas respecto de sus culturas.

¿Cuál es el rol de la cultura en los procesos de desarrollo?

Actualmente no veo una claridad específica. Para empezar la disciplina antropológica ha caído en un sesgo que la ha reducido a ser una instancia que contempla y no cuestiona. Esa condición no es casual puesto que todas las ciencias históricas sociales son instancias del conocimiento comprometido. Y en ese escenario, los procesos de desarrollo se tornan deficitarios y sin una matriz de consistencia de lo que realmente significa la palabra cultura como instrumento, como herramienta para avanzar y desarrollarnos con mejores capacidades. Es la capacidad de entender lo tan privilegiado que somos como país diverso para comenzar a darle el valor y significado que requiere todo proceso de desarrollo. Lo que vemos es solo un intento. La antropología ha avanzado en poner una cuota laboral en el mercado de los puestos de trabajo, pero sin capacidad resolutiva, son trabajadores que se asumen en un despacho y cumplen las tareas de actores que sin conocer de cultura ni de sociedad se atreven con bastante insolencia a redactar la agenda política del país, que culminan en un gasto despótico del presupuesto público. Si esto es así, entonces de qué desarrollo vamos a hablar si aquella palabra se reduce al manejo operativo de los presupuestos en base a obras de infraestructuras. Cuando, contrario a esa definición del manejo presupuestal, la inversión comenzara por reinventar la sociedad, con actores que, a manera de una familia extensa, participen de un modelo de país, entonces se haría más visible ese discurso de mejorar nuestra calidad de vida en base al deseo y necesidad de los ciudadanos. Lo que sucede es que la intolerancia institucional del Estado, su burocracia estatal entiende que los actores solo sirven para sufragar, pero no para acceder al ejercicio de su ciudadanía como derecho fundamental. Al incrementarse una posibilidad científico social de la disciplina antropológica y su aplicación lógica en las instituciones, la sociedad va a tener especialistas de su desarrollo y un mejor tejido y menos violencia ni dispersión. Son los antropólogos los encargados de ese campo no los otros campos del conocimiento. Allí podríamos comprender por qué por ejemplo las gestiones de los gobiernos locales y regionales incluyendo el gobierno nacional terminan siendo gestiones para el olvido: porque no conocen ni su sociedad ni su comportamiento cultural, porque los acercamientos a esas variables lo hacen intuitivamente, como si en la seudo creencia se entendiera que hablar de cultura es solo de un concepto literario, entendiendo que este tiempo es como de corrupciones, de aprovechamientos y otros ilícitos en nombre del desarrollo.  La cultura es esencial en ese proceso si la entendemos como un campo donde estamos actuando todos en función a un destino obligatorio: el desarrollo.

¿En un País con tanta diversidad cultural cuál es el enfoque que se debe asumir en los procesos de diálogo para el desarrollo?

La alteridad es una herramienta con la que se llega a poner sobre la mesa las dos partes de lo social. Lo determinante de un centro y la sujeción de su periferia. Esos dicen los métodos etnocéntricos de los tratados antropológicos que se aplican tomando el modelo externo del país. Sin embargo, este país es una suma de realidades distintas, de formas de amar, de hablar, de cantar, de cocinar, de sentir distintas también. Fragmentario por su método de enseñanza geográfica que desde nuestra infancia lo parte en tres regiones definidas como costa, sierra y selva, con un discurso excesivo en la exclusión de la diferencia. Ese conflicto aun no resuelto hace o produce una visión antagónica, sumada a los regionalismos que esconden entre sí la carga de la frustración histórica del choque. Para que eso no asome como un señalamiento político, la disciplina antropológica deficitaria, aquella que fue deformando su capacidad de cuestionamiento y de crítica, acepta las políticas de Estado diseñadas por técnicos de la burocracia de Estado pero al salir a campo a aplicarlas y explicarlas, se da cuenta que ese bodrio colapsa, que esa mentira no sirve, que se hizo por hacerse, que se gastó el presupuesto público para beneficiar a los técnicos expertos en expedientes y estudios, que a ellos no les importó el país ni sus sociedades ni sus culturas sino gastarse y echarse a los bolsillos los presupuestos y los fondos públicos. Entonces ese escenario desproporcionado nos pone una realidad constitutiva: que sus problemas urgentes hasta de economía no los solucionarán los expertos en mediciones micro y macroeconómicas sino antropólogos, esos profesionales que hasta ahora no son visibilizados y que cuando son buenos solo se dedican a producir textos científicos pero que no coadyuvan a la solución de las necesidades porque no se les da el espacio que les corresponde. ¿Es posible que en una mesa de trabajo donde se ponga como agenda enfoques de desarrollo no estén sentados allí muchas veces los científicos sociales sino los técnicos agrarios, los ingenieros civiles los actores paramédicos?  ¿Quiénes resuelven las situaciones del descontrol social? ¿La represión policiaca o los científicos sociales que conocen de cerca el conflicto y saben con qué herramientas se llega a acuerdos sin usar lacrimógenos y sin cegar vidas humanas? Entonces el Desarrollo vamos a entenderlo que es una categoría de las ciencias sociales y sus operadores son eminentemente antropólogos. Sin esos actores todo intento será una ilusión.

 

¿Qué es interculturalidad?

En un mundo global se apuesta por la alternativa de conocer al otro dentro de un ejercicio del respeto de sus formas de vida, de sus costumbres. Pero esa alternativa está diseñada dentro de una narrativa que no siempre funciona pero que hace creer que funciona porque entraña en su interés mayúsculo el uso de presupuestos. Es esa la ambición: gastar dinero, despilfarrarlo en nombre del otro, de la otredad, de la inclusión. Hoy por ejemplo a través de los ministerios como el de Inclusión social se gestiona la capacidad de conocer esa categoría para acceder al otro sin dificultades, para acercarse a ese otro desconocido y no conectado. Sin embargo, las coberturas apuntan a desconectarlo de la tierra cuando fundamentalmente los actores focalizados son quechuas y de otros escenarios periféricos. Desconectarlos porque culturalmente son un peligro para los planes de desarrollo y otras situaciones que se van a dar en la escena de la globalización. Entonces la interculturalidad tiene ese contrasentido, suena agradable, es convocante, pero apunta a esa continuidad histórica de reducir la sabiduría popular, el arte popular, el conocimiento médico, el saber de los pueblos a una simple señal que busca valorar entrecomillas los conocimientos ancestrales. Eso también suena bonito, pero el contenido de esa averiguación es un embuste. Como por ejemplo el tema del agua y su enfoque intercultural. Los pueblos andinos crían el agua, ésta es un familiar de las comunidades, le hablan, le hacen canciones, le hacen ofrendas porque es una deidad de sus cosmovisiones. Pero llegan los emisarios del desarrollo, los expertos del desarrollo a convocar una reunión de salud pública porque el agua que beben produce parasitosis y enfermedades que dañan la salud de los comuneros fundamentalmente de ancianos y niños. Entonces los comuneros se preguntan si alguien se murió en años por beber agua del manante, del pukyo. Entonces la respuesta es negativa. Lo que prioriza a esta emergencia del desacuerdo, del escaso entendimiento, es que, en efecto, la lógica que se maneja en el caso del agua es colocando casetas de cloración que a la comunidad no le sirve ni le interesa. Y no le sirve porque culturalmente no es un elemento visible de sus actividades más resaltantes. La interculturalidad es un tema más ideológico que está en permitir conocer al otro para en la medida de las posibilidades de un país más integrado, esos conocimientos se puedan aplicar en torno a la resolución de problemas porque son los comuneros los que conocen el día y la noche, las constelaciones, las señas y todos los elementos e indicadores de nuestra biodiversidad. Sobre todo, ahora que está en la agenda mundial el cambio climático.

"La interculturalidad es un tema más ideológico que está en permitir conocer al otro para que esos conocimientos se puedan aplicar en torno a la resolución de problemas... "

Se hace necesario ese enfoque, pero como herramienta que facilite las soluciones de esas formulaciones más concretas no esa otra forma que activa el otro ministerio, el de cultura que para comenzar tiene en su alta gerencia a un abogado que puede conocer de leyes, pero escasamente puede comprender la complejidad humana del hombre en sociedad y que, probablemente cree que hablar de cultura es hablar de trajes típicos y de comidas típicas. Los ministerios son esos espacios donde se puede replantear lo que se quiere hacer con el país a partir de la escena de este tiempo y la actividad de sus actores, pero enfrentar a un arraigo político despótico que diseña y formula planes de desarrollos regionales desde el centralismo implica inconvenientes muy lamentables.

¿Qué es el diálogo intercultural?

Es eso que hemos mencionado antes: conocer al otro, pero no para utilizar sus saberes y hacer de estos una feria artesanal de exotismos, con la cara dura de ayudar a sacarlos de su pobreza material. La vida en la periferia no es miserable ni pobre. La exclusión gestiona la expropiación de la cultura como bien porque atenta contra intereses de un segmento de la población peruana que es como minúsculo el que diseña las normas y las reglas de juego desde la negación de la diversidad y la diferencia. Se usan esas categorías solo para mostrar al otro en su condición de emergente, de ciudadano que esta visibilizado, aunque sea como pieza arqueológica para los museos de la posmodernidad.

¿Cómo concebir el arte desde la diversidad Cultural?

Esa es una interesante pregunta porque el arte dentro de la concepción del materialismo cultural es una necesidad histórica en tanto refiere una manifestación cultural cuyos dispositivos no están necesariamente entramados dentro de la estética que es consustancial a esa definición, sino que están producidos dentro de un registro de la memoria colectiva porque como un texto nos va a narrar la historia de nuestra vida desde etapas muy remotas.  Entonces lo interesante de esa producción humana es que, al ser distinta, al tener espacios que van a darle identidades propias, lo enriquece y lo hace genuino. Entonces en esa distinción tarde o temprano va a existir un hilo de coincidencias, de similitudes que van a afianzar y acercar: el sentido de convocatoria colectiva que en resumidas cuentas es la integración que a pesar de estar escondida tarde o temprano aparecerá de su extravío provocado porque entonces la cultura ha de ser el continente que lo irá mostrando. Eso por ejemplo puede entenderse cuando en un escenario de rock urbano, las bandas tocan piezas musicales híbridas. El híbrido es una primera etapa para mostrar el contenido de la integralidad. Si habría que definir la cultura y el arte actual, diríamos que estamos en una etapa culminante de su hibridación y que en los próximos años va a aparecer un gran movimiento de algo superior en todos los campos de la creación.

¿Cuál es rol del Arte tradicional y cómo interactúa con el arte occidental? ?

El arte tradicional es un señalamiento que se ha usado como una suerte de conservadurismo identitario un tanto mezquino. Hace poco escuché en una radio de cobertura nacional que un señor hablaba por ejemplo de que a Felipe Pinglo se le debería dar la denominación de padre de la música peruana por sus aportes al valse criollo, etc.  Ese atrevimiento convoca una reflexión si queremos darnos cuenta que toda paternidad acusa de alguna manera una forma de represión de la libertad. Y la creación y el arte que se inhibe de la libertad cae en el conservadurismo. Lo que ese señor decía era que en efecto, Pinglo era canónico y que en esa base deberían circular todos los nuevos valses. Dentro de esa geografía podemos advertir que el arte no por ser tradicional debe asentarse como una forma conservadora, sino por el contrario por su continuidad histórica ya es permisible de cambios y de formas diversas en su producción. ¿Qué pasaría si los retablistas ayacuchanos siguieran el canon de Joaquín López Antay? Acaso no se estaría produciendo el desenlace de una frustración? Sobre todo en este tiempo de aperturas más significativas y universalizantes. El sentido del arte es decantarlo en todas sus formas bajo lenguajes que contengan en esencia nuestro origen porque lo que la globalización ha querido es borrar nuestra historia originaria, o llevarla a competir con occidente, pero en el otro lado del mundo, nos hemos dado con la sorpresa que los artistas y el arte tiene más de una coincidencia con nuestra cultura porque la necesidad es universal.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *