CABO BLANCO

Pueblo milenario: paraíso de la pesca y el turismo

Un texto de Jair R. Carrasco

Edición de texto y diagramación: Leandro Amaya Camacho

*Esta crónica de viajes cuenta 3 historias. Desde las aventuras de un pescador- viejo lobo de mar- y la llegada de Hemignway hasta los sueños de un empresario hotelero. Al final del texto disfruta de nuestra galería fotográfica. 

En Cabo Blanco, a más de 150 kilómetros de Piura, las personas conviven con la mar, intuyen sus estados de ánimo, entienden las intenciones del viento, han visto a los maravillosos merlines y las grandes ballenas, y observan- en las calmadas mañanas sobre la arena- el vuelo de los pájaros marinos. Cuando llega el verano la ola  tubular más perfecta de Sudamérica se alza como el anuncio de un dios azul.  Todo eso que llama al asombro es parte de la vida diaria de los pescadores que parten hacia la pesca en sus botes de velas blancas, y permanecen en las aguas por largas temporadas; se guían en las noches por las estrellas y cuando llega la luz los cerros les marcan el camino; durante estas aventuras soportan el frío de las madrugadas, tan helado que toca hasta los huesos. Ellos parten del puerto cuando la luna aún está en lo más alto de la noche y el rumor de las olas rompe suavemente el silencio. Cargan, al igual que el peso de las madrugadas, una persistencia y valentía que ha sobrevivido a los tiempos. Las fuertes manos de los pescadores caboblanqueños han alcanzado la mayor dureza y resequedad posible, los cabos ásperos no les lastiman. 

Se dice que Cabo Blanco es una tierra pre colombina, un paraje de pescadores natos, por ello se sienten tan cómodos en el ir y venir de las olas, y saben reconocer bien un buen sitio para pescar tan solo mirando el vuelo de las aves. Allí ayudan las tijeretas. Si ellas vuelan alrededor de un pedazo de mar, allí será buena pesca. 

En las tardes algunos niños acompañan a sus padres hasta el puerto, sienten el mar al igual que ellos, aceptan su parte con las aguas, observan cómo se mueven levemente los botes, ese vaivén al que con el tiempo se acostumbran. A veces las ballenas jorobadas se asoman y lo maravilloso sobreviene en el ánimo de los niños; con el tiempo estos recuerdos se volverán cada vez más y más memorables.

         I

Eligio Pingo moja su mano con el agua del mar mientras el Nautilus avanza raudo entre las corrientes. Este roce es la conexión entre hombre y elemento. Eligio es un pescador soñador, amante de la buena literatura, valiente como los héroes de Homero y aventurero como los personajes de Verne, que durante más de 50 años ha recorrido el litoral norteño. Se ha embarcado en los grandes barcos y los pequeños botes de madera, ha pescado en distintos puertos del Perú y de una sola mirada a las redes puede identificar qué pescados ha brindado el mar hoy. Eligio aún recuerda cuando de niño su padre Laureano le enseñaba todos los fines de semana a navegar. Él le mostró el secreto de las estrellas y los cerros. En aquellos tiempos, el pez más pequeño alcanzaba el peso de 2 kilos y la cantidad, la cantidad, cosa indescriptible… el mar latía de vida. Incluso para aquel que se acercaba al puerto, resida o no resida en el mismo pueblo, se le regalaba parte de la pesca.

-Era el boom de la pesca en Cabo Blanco- Recuerda Eligio. El tiempo, las mareas fuertes y los escollos salvados lo han vuelto un pescador respetuoso de su Dios y del Mar, tiene costumbres firmes y la mirada calmada.

Eligio vive en El Alto, la capital del distrito, a 10 minutos de Cabo Blanco. Cada día baja, cerca de las 3 de la mañana en la combi de su hermano al puerto. Allí todos le conocen, lo comprobé cuando lo busqué y todos empezaron a contarme sobre él. Lo recuerdo de pie en su chalana mientras su hijo la amarraba al muelle.

– ¡Es el Nautilus, como el submarino del capitán Nemo  en Veinte mil leguas de viaje submarino!- dice orgulloso y en voz alta cuando le pregunto por su chalana. Le ha puesto así porque ese es el libro que le ha causado más impresión de los 300 que conserva en su biblioteca. 

            Quien le ayuda ahora a embarcar y desembarcar a los pescadores de Cabo Blanco es Víctor Manuel, el menor de sus 4 hijos, quien después de asistir a las clases virtuales del cuarto año de secundaria, aprende -como lo hizo su padre con el suyo- sobre el mar y las corrientes. Fito, como lo llama su padre, ha podido descubrir los movimientos bruscos y desconocidos que surgen repentinamente cuando se navega. Cuando Fito amarra al Nautilus en el muelle se muestra seguro. Ellos juntos se encargan de transportar a los pescadores artesanales desde el puerto hasta sus embarcaciones, y cuando acaba la jornada  los traen de vuelta.

Mientras navegamos por el mar de Cabo Blanco, Eligio habla sobre los peligros a los que se enfrentan. Le preocupan mucho los derrames de petróleo y las plataformas petroleras. Ve todo esto con desconfianza. Desde hace ya algunos años ha decidido que el mejor camino es la pesca sostenible. Los derrames constantes han reforzado su teoría. Tal vez tenga razón, porque en el Perú ser una capital industrial significa que pronto vendrá el olvido, y se marchitará la belleza. Ver a los pájaros volando sobre el mar, admirar a los delfines y los lobos marinos, distinguir bajo el manto de las aguas las tortugas centenarias es algo que no se puede cambiar por una riqueza efímera.

        Ya de vuelta con los pescadores, ellos deben subir al muelle por una escalera de fierro. Uno por uno van subiendo. Aún curtidos por el sol y agotados por la jornada   cargan sin inmutarse sobre sus espaldas sus cálcales o sostienen con un solo brazo los baldes que pesan entre 20 a 30 kilos, allí va la pesca del día.

          Francisca Sernaqué está sentada casi al borde del puerto esperando la pesca del día. Lleva consigo una gorra que la ha amarrado con su cabello, para que el viento fuerte de Cabo Blanco no se la haga volar y coge fuerte en su mano derecha un cuchillo pequeño. Francisca puede explicarte toda la rutina de pesca mientras filetea un diablo o un peje. Los lava, luego los ordena, más pequeños acá, más grandes allá, después los pesa y se los pasa al comprador.

-Este va hasta Piura- dice mientras señala un pescado enorme.

A las 4 de la tarde culmina su día en el puerto. Cuando llega la tarde recuerda a su padre, un pescador recio y de buena suerte. Esa memoria le dicta que nunca se olvide de su familia ni de sus amigos, por ello cada día reserva algunos cuántos pescados para llevarlos a la casa de cada uno.

Eligio Pingo y Fito Pingo en el Nautilus/ Foto: Leandro Amaya

Pescadores de Cabo Blanco fileteando pescados a bordo/ Foto: Hans Castillo

II

    ¿Qué convierte a Cabo Blanco -además de la pesca artesanal, del encuentro de las corrientes del Humboldt y de El Niño, la mejor ola para el surf, del avistamiento de los animales más grandes del mundo, de los hombres como Eligio, de los atardeceres taciturnos, de las luchas persistentes del hombre con la naturaleza- en un lugar excepcional dentro de la costa norte del Perú?

Recorramos su glorioso pasado. Allí indudablemente está el Fishing Club, una de las mejores asociaciones de pesca deportiva en los años 50. Cabo Blanco llamó mucho la atención porque en su mar habitaba el maravilloso merlín negro. Para ser parte de este club se debía pagar una membresía de 10’000 dólares mensuales, pero el requisito más exigente era la pesca de un merlín negro que tenía que sobrepasar las 1 000 libras. Así el honor de pertenecer al Fishing Club era indiscutible.

Rufino Tume era el principal capitán de las embarcaciones de esta asociación. Con él siempre iban los pescadores Jesús Ruiz, el “Taitamama” y el especialista en las carnadas, Máximo Jacinto Fiestas. Se dirigían a la mar a través de yates especializados para la pesca de altura. Estos tenían curiosos nombres como el Miss Perú, Miss Texas, Pretell y Pescador 11.

Cuando Jacinto aventaba los bonitos al mar, los merlines negros iban tras ellos. Al momento de pescarlos y llevarlos hasta el antiguo puerto construido por los norteamericanos, una especie de bolea los agarraba de la cola y el recuerdo de tal destreza se impregnaba en fotos que perduran en el tiempo.

   Fue el 4 de agosto de 1953 cuando se marcó un récord histórico en Cabo Blanco. El americano Alfred Glasell Jr., quien navegaba en el Miss Texas, pudo lograr aquella gran hazaña que hasta ahora se mantiene inalcanzable. Fue un merlín de 1560 libras (707.61 kg) el que pescó aquel martes glorioso.

Tres años después llegó el gran escritor, bardo y aventurero, Ernest Hemingway. Ya había ganado el Premio Nobel narrando la odisea de un viejo pescador que con destreza logra capturar al merlín más fabuloso y grande que sus ojos hayan visto. Hemingway pasó 33 días en Cabo Blanco. Treinta y dos noches en la que el barman del Fishing Club, Pablo Córdova, atendió a uno de los mejores escritores de la Generación Perdida (el otro es Scott Fitzgerald). El novelista y periodista había llegado hasta allí no sólo por la emoción de la aventura, quería filmar en esa pequeña caleta la película sobre El viejo y el mar. Fue la Warner Bros quien filmó las primeras escenas para este largometraje. 

Así poco a poco Cabo Blanco comenzó a ser reconocido y visitado por personajes célebres como John Wayne, John Davinson Rockefeller, Marilyn Monroe, Mario Moreno, Johnny Weissmuller, y otros. Ahora resulta difícil asimilar tanta grandeza, caminar por sus playas es recorrer lo que  grandes mujeres y hombres han recorrido y sentido en los diversos tiempos del mundo.

Foto: Hans Castillo

«En la caída de la tarde el pescador ha guardado las velas del bote y dando la espalda a los cerros amarillos de la costa observa el horizonte. Es el final de la jornada de aquel día. Tal vez  habrá pescado meros, pejes, diablos o algún gran atún. En el mar de cabo blanco late intensamente la vida…» 

«A Cabo Blanco llegó Hemingway en los años 50. Desde entonces el puerto guarda en el susurro de la brisa azul, como atesora las leyendas de los bravos pescadores, la increíble historia del escritor aventurero que cada día se echaba a la mar en busca de los maravillosos merlines negros.

Frente a las olas el tiempo es una formalidad.»

       III

         Francisco Chávez vio frente al mar una oportunidad de progresar al lado de su familia. En el 2000 escuchó sobre el merlín negro y las travesías de Ernest Hemingway y demás estrellas a un pueblo no tan lejano de Paita, así que se dirigió hacia allá. Con bambúes plantados sobre la misma arena del mar y con un techo hecho de palma asentó su restaurante de Cabo Blanco, donde apenas había servicios básicos y se guardaba el agua en bidones. Al principio iba y venía con toda su familia cada día, luego Había decidió que aquella caleta legendaria sería su nuevo hogar. A Francisco le gustaba imaginar cómo iba a ser el futuro, tenía muchos sueños, y vaya que cada uno de ellos se han cumplido. Hoy su hotel Black Marlin es uno de los más grandes del puerto.

El Black Marlin no sólo es un hotel o un restaurante común, ha tratado de convertirse en un museo donde se guarda gran parte de la historia de Cabo Blanco, esto lo convierte en un punto obligatorio a visitar. Allí, en el salón principal del restaurante están enmarcadas decenas de fotografías en blanco y negro que nos muestran a Hemingway pescando, a grandes merlines, a los pescadores míticos del pueblo y a los inconfundibles veleros de Cabo Blanco. En medio, como un ritual, está enclavada la réplica de un gran merlín negro. En el bar está pintado el retrato de Hemingway, flanqueado por botellas llenas de ron y whisky, pronto estará acompañado cuando la gente de verano llegue. El Black Marlin es un histórico homenaje a Cabo Blanco. La persistencia de Francisco y su familia, fue vista y reconocida por la Marca Perú. Su restaurante está incluido dentro de la ruta donde a Cabo Blanco se le otorgó el sello internacional Safe Travels por Mincetur. Francisco es parte de la historia del pueblo, lucha y sueña para que Cabo Blanco vuelva a la gloria de los años idos.

En Cabo Blanco la naturaleza, que late fuerte, es una con los hombres y las mujeres, a los que llegan y a los que están siempre les permite la alegría y el asombro.

Pierina Chávez

Pierina junto a sus padres han impulsado la creación de un hotel, restaurante y pequeño museo donde se combina la gastronomía, la cultura y la revaloración de Cabo Blanco. 

francisco Chávez

Francisco Chávez es un hombre amable, poseedor de una enorme pasión  por el turismo y la historia de la costa peruana. Se ha permitido en las dos últimas décadas soñar a Cabo Blanco como una capital turística. 

Despierta al asombro

En este mini documental descubre más sobre Cabo Blanco. 

Disfruta esta crónica con todos los sentidos

Reproducir vídeo

© 2021 All Rights Reserved. Este reportaje fue financiado netamente por revista Nube Roja.

Edición de texto y diagramación: Leandro Amaya Camacho

Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Señor de Sipán. Sub editor y reportero de Revista Nube Roja. 

 

Jair Rosillo Carrasco

Reportero de REVISTA NUBE ROJA

Un comentario

  1. Jesús Ruiz, también fue Capitán, del yate Miss Texas. Al igual que Rufino y Virgilio Querevalu otro capitán.
    Cada uno con su tripulación

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *