Ética y Política en el Perú Bicentenario


 

En la actualidad, dentro del quehacer político, algo que resulta importante identificar, señalar y estudiar es la relación que existe entre este y la ética. Inmersos en una realidad con índices de corrupción exorbitantes, esta necrosis atraviesa todos los niveles sociales y está presente en casi todos los tipos de sociedad. En este escenario surge la imperiosa necesidad de un discurso que abrace como consigna la ética y una praxis que la cumpla, además de un freno al avance agigantado del individualismo y egoísmo que parecen haber secuestrado las instituciones con actores políticos que parecen delincuentes de alta peligrosidad. Lo vemos ahora en el proceso electoral de nuestro país, donde una fuerza política cuya popularidad está a la par de su criminalidad, por poner sólo un ejemplo.

¿Qué relación existe pues entre ética y política?

Esta pregunta ha ocupado a los grandes pensadores a través de la historia, empero, es una interrogante muy vigente en nuestra sociedad.

En el contexto actual, que desnuda los peores escenarios en la praxis política, se vuelve necesario el planteamiento a manera de urgencia, de “moralizar” la politique. Sin embargo, podría ser necesario hasta repensar el nexo o la relación entre ellas, puesto que el vínculo entre ética y política lo hemos heredado de la antigua Grecia, esto es, un “deber ser” no ajustado, quizá a nuestro tiempo. Una serie de incongruencias e imprecisiones surge   n al pensar la política bajo una óptica arcaica, sobre todo en el escenario de “posmodernidad”, por lo que cabe preguntarse: ¿debemos refundar los conceptos que rigen el quehacer político y las normas éticas que lo regulen?

Desde Locke, Rousseau, hasta Montesquieu se abordó el estudio acerca de la naturaleza de la política. Fue Maquiavelo quien con una mirada particular advirtió en su obra cumbre El Príncipe, que el objeto de la política no es otro sino el ejercicio del Poder. Aunque en aquellos tiempos la anatomía del poder era condicionada por el nido donde se nacía, una estructura social jerárquica y de castas.

Con la aparición del mercado, impulsado por el liberalismo (doctrina económica-política-social, que surge a finales del siglo XVIII), cuya consigna es la búsqueda  de la libertad individual y una intervención mínima del estado en la vida social y económica; la vida pública y vida privada empiezan a diferenciarse profundamente y con ello, la mirada distinta de lo moral en el seno familiar como en el social.
En ese sentido podemos hablar de una ética para lo privado y una ética para los asuntos públicos, que de alguna forma es lo que define esta época en la praxis política.

La imperiosa necesidad de la contención ética y moral de lo político no es un fenómeno reciente. A través de diversas formas en los distintos tipos de sociedad y gobierno se ha frenado o intentado frenar el abuso del poder, la tiranía. Una interesante dualidad surge de pensar la correspondencia entre lo público y lo privado, el fin de la contención ética puede darse ya sea a través de la ética privada que se refleje en la cosa pública, o por el contrario sea la ética en lo público lo que forme buenos ciudadanos.

Cabe preguntarse entonces cuál es el papel de la ética en la sociedad democrática de la modernidad. La democracia en nuestro tiempo, ha devenido en un mito que, en vez de abrazar la participación activa de los ciudadanos, parece ocultar las relaciones de poder que fluctúan en nuestro seno social, alejando al ciudadano de la cosa pública. En la democracia, como en toda forma de organización, se forman élites, estos núcleos de poder se ven camuflados por el discurso democrático, que a fin de cuentas es un discurso legitimador del ejercicio del poder.

Es precisamente el discurso democrático el que cumple la función de ocultar las relaciones de poder que, por naturaleza de nuestro sistema, son injustas y desiguales debido a la particularidad de nuestra estructura social, estratificada y asimétrica, con una enorme brecha entre ricos y pobres, lo que da como resultado una barrera para la participación del ciudadano de a pie en la cosa pública.

Es en este escenario donde la ética política se aleja de sus acepciones primigenias para aparecer huérfana de moral. Aunque cabe señalar que para el liberalismo esta premisa pueda parecer infundada, debido a que se produce a nivel teórico una distinción entro lo Moral y lo ético, quedando solo este último en relevancia para el análisis de lo político.

En una sociedad tan diversa como la nuestra, es necesario señalar que existen diferentes perspectivas morales por lo que la ética ha de apelar al sistema social o comunitario de valores para que rijan la actividad pública, es decir a la Moral, como sistema de valores inmanentes a la comunidad. Sin embargo, no es menos importante mencionar que toda vez que coalicionen los diversos puntos de vista en el seno social, en la pugna por el ejercicio del poder, se cuestionarán los significados que a este sistema antes mencionado le den los diferentes grupos que interactúan en la sociedad. Esta es precisamente una de las características de la sociedad democrática, resultado de la regulación de la convivencia y convergencia de diferentes grupos sociales bajo un mismo sistema, en este caso, de gobierno. Es importante también mencionar que esta característica deja abierta la posibilidad de que en ocasiones un grupo que ostenta el poder imponga sus concepciones y por ende su sistema de valores.

Es precisamente sobre este terreno que afloran los cuestionamientos éticos al ejercicio político en nuestra sociedad democrática, puesto que la ética fue y sigue siendo la mejor aliada para corregir o enderezar la desnaturalización de la democracia por parte de quienes ostentan el poder. En la pugna propia del ejercicio político en la partidocracia, es parte del juego político señalar el desvío del grupo adversario, como si de una guerra sin códigos se tratara, no importando si se emplea un solo discurso carente de sustento o si es una denuncia con base real en conductas impropias (entiendan impropias en el sentido ético de lo moralmente exigible como ciudadano). Una radiografía de la política como la actividad de los partidos, en nuestra sociedad, da cuenta de que poco tiene que ver con la verdad, es más bien, el imperio de la falsía y la mentira, las promesas vacías y el olvido.

Bajo esa mirada se percibe que existe ahora una clara tendencia a pensar que el discurso y la praxis política no deben estar orientados a la verdad, lo justo y lo correcto, sino que persiguen impresionar a la audiencia a fin de conseguir solitamente sus votos. Lo real o verdadero se torna irrelevante para los discursos políticos, ya que basta, para sus fines, que sea un discurso creíble, importando poco el posterior olvido de toda frase o promesas a quienes se dirigieron: los electores.

Llegados a este punto, pareciera que todo lo que pueda decirse respecto a la política y la democracia es negativo, sin embargo, es también pertinente resaltar lo positivo. Con ello nos referimos a que existen reglas del juego, perfectibles, que están dadas para la participación de los grupos sociales en la pugna por el ejercicio del poder. Vale decir, las pautas para que la sociedad pueda autodirigirse y tomar las riendas del curso de su historia.

Algo que es común en la democracia moderna, en teoría, es la separación de poderes, esto quiere decir que todo el poder no radique en una sola persona como en las antiguas Monarquías absolutistas, sino que las funciones, legislativas, ejecutivas y judiciales, residan en entidades bien diferenciadas y que no interfieran entre sí.

La alternancia en el poder es algo igual de importante, porque la eternidad en el poder corre el riesgo de degenerar en tiranía. Así pues, lo que inicia como un gran gobierno democrático puede desnaturalizarse en la peor de las dictaduras, y experiencias de aquellas tenemos varias para citar en Latinoamérica, región muy marcada por la presencia de gobiernos caudillistas.  La ética cumple un papel importante para la contención de los intereses perversos e individualistas y para que no se perpetren atentados contra la alternancia del poder en nuestra incipiente democracia.

Entonces, identificamos que hay cosas que son positivas dentro de nuestra perfectible democracia moderna y que la diferencia entre un buen gobierno y otro que no lo sea, radicará en la ética del individuo, del partido, de los grupos de poder que ejerzan presión sobre aquel, y del sistema incluso. Es decir, todo un conjunto de factores que intervienen, condiciona o determina el curso de la historia política, económica y social de un país en un tiempo determinado.

El sistema condiciona las nobles intenciones de un actor político. Un sistema entregado por completo al dinero y el beneficio privado, desconoce del bien común y les pone todas las trabas posibles a propuestas antagónicas. No es la mejor forma posible de vivir, sino la que los poderosos han impuesto a todos los sectores, el capitalismo salvaje, el individualismo egoísta; no pensar en comunidad sino en individuo, quizá sea uno de los más grandes triunfos del capitalismo. Por lo tanto, cabe preguntarse, hasta qué punto es ético escalar socialmente si en el camino tienes que aplastar los sueños de otros.

 La política no es buena o mala en sí misma, son los actores que en ella intervienen quienes le dan tal o cual dirección. La política ha existido y seguirá existiendo. A medida que las sociedades cuenten con estándares morales más altos que se reflejen en las relaciones sociales y en la interacción de los individuos, cambiará también la esfera política.

Necesitamos una nueva clase política que se divorcie de las viejas prácticas instauradas por la corrupción. Es necesaria para dar el cambio cualitativo, una clase nueva que refleje en la práctica su compromiso con el bien común y cuya brújula al actuar sean altos principios morales. Que la sociedad vea en esta nueva clase una verdadera representación que trabaje para el pueblo, que cada decisión sea tomada bajo una nueva política, desprovista de herencias contaminadas. Es necesario poner fin a la instrumentalización de los ciudadanos como meros depositarios del sufragio, acudir a ellos sólo en periodo de elecciones y luego dejarlos en el eterno olvido. Hay que acercar la política a la gente y que sean partícipes de su historia.

«…que escriban la historia, su historia, los hombres que pueblan el playa girón.»

Silvio Rodríguez 

Esta frase encarna una demanda  justa, la de permitir a los hombres vivir en libertad,  no como meras piezas de un tablero económico o político, sino como seres libres, con sueños y anhelos perseguibles.

Hacia qué orillas nos llevará el curso de la historia, afirmar algo sería especulativo, lo cierto es que dependerá de las decisiones que tomemos ahora como sociedad. Necesitamos articular esfuerzos desde todos los niveles para generar el cambio que anhelamos y poder mirar el futuro con ojos de esperanza, sabiendo que no heredaremos a las generaciones futuras un mundo caótico con un sistema perverso, sino un mundo cada vez más humano y más justo, en donde la búsqueda de la felicidad no sea a costas del otro, un mundo donde la igualdad defina las relaciones sociales, el respeto a la diversidad y la tolerancia marquen el camino a la conquista de nuevos derechos sin perder los ya ganados. Hay que transformar nuestra realidad, en una en la que queramos vivir y seamos libres de soñar y que esos sueños se puedan alcanzar.

 

Henos aquí, ad portas del bicentenario. Superados los nombres y partidos, los pueblos quedarán. Como sostuviera el ex presidente de Uruguay, José Alberto “Pepe” Mujica, en entrevista con la revista española Ethic:

 

“No existiremos si no tenemos la capacidad de sobrellevar nuestras diferencias y constituir un único cuerpo compatible con un mundo que, aún con contratiempos, idas y venidas, y retrocesos coyunturales, marcha hacia grandes unidades. Creo que estaremos algún día juntos o estaremos vencidos, ese es nuestro principal desafío…”

Profesional en Arte y Cultura, con mención en Folklore.

Especialidad en Música por la Escuela Nacional Superior de Folklore «José María Arguedas».

Es compositor e investigador cultural.

Se ha presentado en escenarios del Perú y de países extranjeros.

Rolando Talledo Ramírez

ARTISTA

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