A Luciano y los pescadores de cancas, guardianes de la mar

Este texto es un homenaje a los bravos pescadores de Cancas y a Luciano Amaya Jacinto, aventurero y valiente hombre de mar.

Cancas es un pequeño pueblo ubicado al norte del Perú, y este relato bien podría ser contado en varias latitudes de nuestro continente porque en América Latina nosotros debemos preservar lo que nuestros abuelos han soñado.

Luciano Baltasar Amaya Jacinto- Muelle de Cancas-2017 (4 años antes de su partida al mar y la eternidad)

Recuerdo mi infancia como un lugar feliz, asediado por las leyendas y los mares. Crecí junto a uno: el hermoso  mar del norte. Cada mañana a golpe de vela y remo los pescadores se alejaban hacia las enormes peñas sujetadas al fondo del mar. Allí echaban sus redes y veían pasar cardúmenes de peces plateados, tan bellos como la luz del sol cuando se esparce sobre las olas.

En los días gloriosos de la pesca, en aquellas peñas había pescado Luciano, mi abuelo. Estuvo allí con su valentía y sus cordeles . Solo y asombrado ante la inmensidad, observando y escuchando el latir del mar, lo rodeaba en esa soledad el zumbido del viento norteño.

Ese viento loco  llevaba el olor marino a las costas donde permacían quietos y gigantes los cerros amarillos  frente a la playa donde esperaba Marina, mi abuela. 

Eran tiempos donde el pueblo aún no era pueblo, y la mística aún andaba por el mundo, tiempos donde Luciano pudo pescar trece meros en un día. Meros Muriques, criaturas pardas y batalladoras, el pez más noble del mar. Majestuoso y gran trofeo para el pescador.

Volvió esa mañana con la balsa ladeándose por tanta carga, la felicidad le hizo remar fuerte y duro hacia la playa brillante de Cancas. Por la tarde vendió toda esa pesca por más de dos mil soles, una cantidad inconmensurable para esas épocas. Marina le dijo que él era un hombre con suerte. Ese muchacho huérfano, descendiente del antiguo pueblo Sechura, había encontrado su patria en las olas del mar.

Luciano era un niño errante que llegó a Cancas en un bote y al grito de tierra se quedó allí para convertirse en uno de los guardianes de de la mar; para nosotros es así, la mar, en femenino, criatura mitológica que nos envuelve, nos cuida y nos protege de los males del mundo, esa mar de los viejos ya idos y que ahora son uno con ella, la mar de Balto, el hombre que le enseñaba a pescar a los presidentes de Perú, la mar de los Pingos, Los Eche, los More, los Martínez, los Vite, los Amaya, los Vílchez, los Chafloque, los Paiva y los Antón, apellidos de hombres recios, labrados al golpe de las olas, acostumbrados al frío y la tempestad. Pescadores de piel morena, siempre a contraluz, siempre camino al horizonte con las velas infladas. ¡Proa adelante! pescadores devotos de San Pedro y conocedores del camino trazado por las estrellas en la oscura noche. 

Hijos de esa mar que siempre se amansa en el Día del Pescador. Esa mar que nos ha visto desde el principio de los días, con las primeras casitas y las balsas de vela blanca que como pájaros libres en la fiesta de San Pedro extendían sus alas sobre las aguas y competían alegremente para invocar a la felicidad. Toda esa mar y esos tiempos que persisten en la sangre, en la herencia espiritual de cada canqueño.

    La solemne actitud de un pescador erguido sobre su balsa es contrastable con la figura erigida en mármol de algún griego guerrero.  He visto a Samuel, viejo buzo amigo de los perros solitarios y ya parte del viento, sumergirse agarrado de una piedra hacia lo hondo del mar, con el arpón en la espalda y aguantando la respiración por tiempos imposibles. Tenía Samuel unas barbas viejísimas y blancas, caminaba como los pájaros heridos, siempre con el sol anaranjado a sus espaldas. ¿Qué habrá sido de ese viejo tan parecido a Diógenes? Tal vez perdura en las tierras de Cancas, junto con el rumor del mar, como perdura la imagen de Juan Bravo oteando la orilla para luego echarse a correr hacia las peñas donde se había acorralado un mero Murique. Juan Bravo lo pescó con sus propias manos; el mero enorme aún en la arena se negó a morir, dio fuertes coletazos hasta que sus ojos se endurecieron y el hombre agradeció a las aguas y a Dios por ese regalo. Juan Bravo le había ganado a la naturaleza en aquel verano del 2000. 

 

Caleta de Cancas- pescadores luego del concurso de veleros durante la festividad de San Pedro. (Archivo/Oswaldo Querevalú)

Empuja el hombre al bote. Marinero al mar. (Foto/Leandro Amaya)

Todo esto lo he visto, y las leyendas que mi abuelo me contaba habitan en mí. Luciano era un pescador temerario. Viajó por todos los puertos del Perú. Arponeó peces espada y vio a las grandes ballenas jorobadas en el punto más lejano del horizonte, soportó tormentas y temporales, mojó su rostro con la espuma de las olas, siempre de pie ante la mar.

Hay una imagen que me fue legada por sus palabras. Quizá la más gloriosa de mi abuelo: va en la proa de un botecito a vela, sostien un arpón en la mano, persiguen a un Merlín desde hace una hora. El pez, aún herido, rompe las corrientes con su pico. El sol enciende la mañana. Luciano hace fuerza con las piernas y mantiene el equilibrio, él es también una fuerza de la naturaleza.  El pequeño bote cruza el horizonte. En esa doblez Luciano por fin pudo ver la inmensidad. ¡Ahí está! debió de haber dicho, y cayó vencida la belleza bajo el duro golpe del valiente pescador. El arpón rasgó el aire y fue a clavarse en el merlín. El mar tan manso hasta ese entonces se encrespó, el pez empezó a luchar, saltaba, coleteaba, salía y el hombre sostenía con todas sus fuerzas la guía. Fue un combate duro, hasta que todo quedó quieto. Luego sobrevino el silencio en el mar, como sobreviene el silencio en el mundo cuando mueren los héroes. Fue de tarde cuando lo levantaron, 200 kilos, gran honor para los vencedores. Una leyenda desconocida, una victoria silenciosa.  

      Estas historias anónimas las guardó en su canto de la tarde, durante la brisa azul, nuestra mar. Y aprendió a oírlas Balto, cantor popular y gran pescador, que ahora después de haber partido hacia los limpios cielos de nuestro pueblo ha de volver a la punta del muelle para mirar desde allí a los canqueños, a mirarlos con ese espíritu de pájaro libre que siempre tuvo, con esa libertad de un pez espada que recorre majestuoso, ahuyentando tiburones, la mar. Para cantarles mediante el viento a todos los nacidos y aquellos por nacer la historia de los primigenios, de Luciano con su mero ojo chiquito de 60 kilos, de Juan Bravo, Milico, Garrincha, Pablo More, Octavio Pazos, Daniel Galán, Julio Pingo, El Chino Chuye, Querevalú, y todos aquellos que supieron llamarse hijos de la mar, pescadores bravos que marcaban las rutas del pescado de acuerdo a las crestas áridas de los cerros que detienen el viento. Todas esas historias nos habrán de recordar que nuestro espíritu pertenece a las olas, y a ella siempre volveremos; aún viejos y cansados, asediados por el mundo y la muerte, sabremos que hay paz, amor y recuerdos hermosos en esa extensión nuestra, la mar.

Texto dedicado a mi abuelo Luciano Baltasar y a todos los canqueños que fallecieron durante la pandemia de la Covid-19.

¡Balto, Minino, Marcelino, Luciano, Lino y todos los hombres y mujeres de mar… VIVEN!

Viento vuelve a ser como ayer
para sentir el comienzo de mi vida
oh, viento vuelve a ser como ayer
para sentir el comienzo de mi historia
como aquel entonces tan solo era un niño
que feliz yo era

Viento-Chacalon

Cancas, 1993. Director de la revista Nube Roja. Premio FPA LONDRES 2020 en la categoría Young Journalist Award Thomson Foundation organizado por Thomson Foundation y FPA (Foreign Press Association London), fue elegido como el Periodista Joven 2020. También ganó el premio periodístico nacional Perú Se Reactiva, organizado por la Sociedad de Comercio Exterior del Perú. Ganador del premio de periodismo ambiental “Cuidemos el Agua, Cuidemos la Vida” organizado por la Autoridad Nacional del Agua (ANA) y el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego del Perú. Finalista del premio de fotografía de conservación «Nature that Cares» organizado por Forest Trends y USAID. Mentor en el taller de periodismo ambiental “Periodismo mar adentro”, organizado por SOA PERÚ y la Embajada de los Estados Unidos. Mentor y co-autor del taller de periodismo ambiental «Periodismo Verde», promovido por la Embajada de los Estados Unidos.
Becario del centro Earth Journalism Network. En 2022 fue uno de los 3 periodistas becados por Climate Tracker en Latinoamérica para el programa Mentorías de Periodismo Climático. Ganador del fondo Independent Media Response Fund otorgado por Meedan para combatir la desinformación climática.

También dirigió y fundó la revista cultural Malos Hábitos (publicación que fue seleccionada por el Ministerio de Cultura del Perú para participar en la 1ra edición de la feria La Independiente). Autor de «Cuentos que inspiran» edición 1 y 2, por encargo de Plan Internacional.

Sus textos han sido publicados en el Perú y en el extranjero. En el 2020 recibió la Medalla Institucional de la Universidad Nacional de Piura, alta distinción otorgada por sus méritos periodísticos a nivel internacional.

 

Leandro Amaya Camacho

director y cronista de REVISTA NUBE ROJA

Un comentario

  1. Hermoroo relato y un buen homenaje a los pescadores de Cancas y de cualquier lugar donde exista un mar tan hermoso como el de sus playas….que bellos recuerdos de su gente y en especial, se siente el orgullo por el abuelo…Ojalá todos se encuentren en un lugar mejor y con una vista hermosa del ocaso..

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