¿Tendría tiempo Liam para abandonar la habitación, tomar el teléfono móvil del aparador y regresar con vida? Nada había sido producto de su imaginación, absolutamente nada.  Desde la aparición del extraño roedor, su mundo se redujo a un rincón oscuro en el cuarto de visitas. Oculto entre unos trapos, asustado, respirando con dificultad.


-¿De verdad vas a venir, tío?

-Sí, ahora mismo salgo para allá. Solo quédate en donde estás. ¿Me escuchas? No te vayas a mover de ahí.

Al colgar, del otro lado, el auricular arroja un sonido agudo. Liam vuelve al rincón, a cubrirse con trapos. Como si la ropa pudiera protegerlo de la amenaza que ronda la casa.

***

Viernes por la mañana, Frank sale, como de costumbre, rumbo al trabajo. Una vez fuera, ve ingresar por entre sus piernas un animal peludo. Está seguro de que es una rata. No tiene tiempo de echarla. Además, el roedor acaba de pasar por debajo de la puerta. Frank promete acabar con ella a su regreso. El roedor avanza por la sala principal con dirección a la cocina, se topa con un niño somnoliento que pega un alarido. El animal desaparece de escena, se encuentra en un cuarto lleno de objetos de metal. Los gritos continúan, en aumento, abarcando el ambiente. Una nueva voz se suma al coro de ruidos. No pueden dar con el visitante, el cual permanece oculto bajo la vieja alacena. La respiración del animal se ha acelerado, pero su instinto le recomienda quietud.

Liam despierta. Entre sueños, oye la voz de su padre. Se baja de la cama, desea saludarlo, pero en el camino lo alcanza el sonido de la puerta principal cerrándose. De pronto se ve frente a un animal peludo, cierra los ojos fuertemente y grita pues siente que su vida está en peligro. Grita cubierto  de miedo. El aparente roedor tiene los ojos del color de la sangre.  Los espantosos gritos ponen en alerta a Rachel, madre de Liam, quien se halla en el cuarto de lavado. Esta intenta  obviar el escándalo generado por su hijo. Al no conseguirlo, acude adonde encuentra a un perturbado Liam.

Ambos se niegan a buscar al intruso, que no se dejará ver hasta llegada la noche.  Rachel tiene un primer encuentro con el roedor. Lamenta no contar con un gato capaz de cazarlo. Grita despavorida. Sus alaridos alteran a Liam, quien observaba la televisión. El niño también está aterrado, pues siente que el animal ha fijado sus ojos rojos en él.

El roedor ha abandonado su escondite para pasearse a sus anchas. Madre e hijo continúan aterrados para cuando Frank retorna a casa. El jefe del hogar se encierra con el animal en el cuarto de baño. Liam teme por su padre. Rachel tranquiliza al infante, papá sabe lo que hace. Tras unos minutos, Frank aparece con el roedor sujeto de la larga cola. No es una rata, nunca ha visto animal igual. Liam se cubre los ojos, no quiere ver al animal ni siquiera muerto. Rachel pide a Frank que, por favor, se deshaga del espécimen.

Frank así lo cumple, no sin antes comentar que se trataba de una hembra y que lo más probable es que haya estado buscando un lugar donde parir. Tenía el vientre exageradamente hinchado, agrega al depositar al animal en una bolsa negra que luego colocaría bajo el enorme árbol de afuera. El marido retorna hablando sobre el intruso que acaba de expulsar, pero Rachel pide que se calle, que ya no hable de esa cosa, mas su memoria proyecta al animal exageradamente gordo. El recuerdo reciente le escarapela el cuerpo.

Al interior del cuarto de baño, algunas crías del animal se arrastran luego de abandonar el vientre de su madre. Lentamente se impulsan por la superficie blanca y fría del baño. Son rosadas, gomosas, y emiten un quejido leve casi imperceptible. En la sala, Rachel nota una mancha de sangre en el brazo del marido. Me mordió, dice. Su esposa lava la herida y acuerdan visitar al médico al día siguiente. Así será, asiente Frank.

No obstante, unas horas después, Frank despierta ardiendo en fiebre. Se levanta sin despertar a su mujer, camina apoyándose en las paredes. Constantes mareos le impiden  avanzar con normalidad. El dolor es intenso y golpea desde el interior de su cabeza. Se da un golpe con la puerta, Rachel despierta por el ruido y por unas ganas incontenibles de ir al baño. Le pide a su esposo que se recueste, ella volverá con una aspirina. Frank parece escucharla, pero la fiebre es tal que ya casi no la reconoce, ni siquiera la oye, solo se deja conducir a la cama conyugal. Más tarde, desde ahí lanzará el grito más horrible que se haya oído nunca.

Antes de ir por alguna pastilla, Rachel debe ir al cuarto de baño. Un presentimiento la detiene, algo le dice que no lo haga. Pero las ganas son incontenibles. Ingresa. A cada pisada va acabando con las pocas crías que salieron del vientre de la hembra. Sin embargo, una consigue sobrevivir por ser invisible a sus ojos, ya que no se encontraba en el piso. Rachel se sienta sin poder ver que en el borde de la taza está la única cría con vida. Cumple con sus necesidades e intenta ponerse en pie, pero resbala con las crías que yacían cerca de sus pies. Resbala y su piel hace contacto con el agua del inodoro. La cría también cae y se adhiere a uno de los glúteos blancos de la mujer.

 Rachel oye a su marido gritando desde la habitación. Se sienta súbitamente. La criatura aprovecha la oportunidad para desplazarse en búsqueda de un refugio. Golpes constantes y violentos contra una puerta empiezan a ocupar el ambiente. Rachel percibe el bajar atropellado y el balbuceo de su marido, pero no logra darse cuenta de la irrupción dentro su propio cuerpo.

Frank presenta una apariencia de terror. El rostro repleto de magulladuras de las que manan hilos de sangre. Ojos desorbitados, ojeras pronunciadas y labios amoratados acompañaban aquel rictus endemoniado. Su mujer entiende que es su marido quien ha estado dándose golpes contra la puerta. Vuelve a ayudarle. Lo apoya en su hombro sin percatarse de que los ojos de Frank se han tornado rojos. Al hecho le siguen convulsiones incontrolables. Rachel lanza una serie de gritos que despiertan a todo el mundo. Liam tiembla aturdido cubierto de una sábana.

Jaime Prieto, un vecino, llega a su domicilio luego de una borrachera. Torpemente busca las llaves en sus bolsillos. En eso, oye los gritos que provienen de la casa de junto. El griterío no puede indicar nada bueno. Olvida las llaves y se ve obligado a derribar la puerta de sus vecinos. Sube hacia el dormitorio. En el camino, repite preguntas, interrogando a nadie. Porque en ninguna ocasión recibe respuesta. Al llegar a la alcoba encuentra a Frank intentando morder a Rachel. Solo los separa una silla. Jaime sale en defensa de la mujer. Él retiene por la espalda al iracundo Frank. Rachel aprovecha para huir a la alcoba de Liam. Lo encuentra debajo de la cama. Salen juntos. Caminan sin mirar atrás. Pero la curiosidad supera al miedo, y la mujer alcanza a ver cómo Frank mordiendo a Jaime en su alcoba, donde la sangre todo lo cubre.

Rachel empuja a Liam y le pide que huya, que se esconda. Ella los distraería. El mundo conocido de Liam va derrumbándose. Desciende por las escaleras y corre lo más que puede hacia el cuarto de visitas. Ahí, se queda quieto, muy quieto. Lo que acababa de ver sabía que escapaba a cualquier cuento de terror. Arriba, su padre mordía  a un vecino, a un señor que no les había hecho nada. Liam temía por su vida y por la de su madre. A sus breves siete años concebía la posibilidad de que, tarde o temprano, papá volviera a ser papá .

Los golpes, ruidos extraños, cosas quebrándose y rompiéndose no dejaban de producirse. Liam no sabía en quién podía confiar. Nadie puede ayudarlo a él ni a mamá. Es cuando se le ocurre llamar a Allan, su tío. Él era su salvación. Era joven y fuerte, vendría por él, estaba seguro. Él podría controlar a papá y evitar que le hiciera daño a mamá. Solo había un problema: ¿cómo conseguir el teléfono que estaba en la sala y volver sin ser visto? No quería, le aterraba volver a ver a su padre convertido en eso, porque papi era un monstruo, uno que daba mucho miedo.

De pronto los ruidos cesaron. Liam creyó que todo había terminado. Papá había vuelto a ser como antes y estaría con mamá en su habitación. Quizá todo haya sido un sueño. Deja su fuerte construido a base de trapos y abre la puerta. Una pequeña cabeza se asoma al exterior. Liam comprueba que no había sido un sueño, la casa está puesta patas arriba, como si un fantasma lo hubiera revuelto todo. Camina contando cada uno de sus pasos hasta llegar a la mesa sobre la que está el teléfono móvil.

***

El alma vuelve al cuerpo de Liam al oír una voz conocida, la de su tío. Corre a abrir la puerta, pero su instinto lo conduce nuevamente a su fortín. Allan enciende la luz. Liam asoma para reconocer al hombre que ha ingresado. Es su tío. Salta a sus brazos. De la mano de su sobrino, Allan recorre la casa. No hay señales de Frank ni de Rachel, ni siquiera de Jaime, el vecino. Allan cuida que su sobrino no se lleve una fuerte impresión, por ello le pide que espere en la puerta de cada habitación. La cantidad de sangre que encontró en la alcoba de su hermana le ha helado el espíritu.

Por último, llegan al cuarto de Liam, el cual está completamente cerrado. Allan hace un gesto para que el pequeño espera afuera. Dentro, el olor es nauseabundo. No obstante, la oscuridad no permite visualizar más que la forma de las cosas. Allan busca desesperadamente el interruptor, pues siente que sus fosas nasales están a punto de reventar por el hedor. La luz encendida. Tampoco había señas de nadie ahí.

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Mientras que la luz abarca todos los objetos y espacios de la habitación en una fracción de segundo, Allan solo piensa salir corriendo ante tan abominable escenario. Retrocede tanteando la puerta, sorteando el pavor que lo dominaba.  Ni siquiera reparó en la presencia de su sobrino. De pronto, un estremecimiento lo remeció de pies a cabeza, quedando de pie, inerte, sin respuesta física alguna.

Allan intenta retroceder alarmado al encontrar tendida boca arriba a Rachel con un agujero en el vientre y las vísceras expuestas y derramadas por doquier. Tenía los ojos en blanco y la boca abierta y espumosa. Tuvo que agarrarse del marco de la puerta al ver, además, cómo un estrecho río de sangre pintaba el cuadro macabro. Aproximadamente, siete metros de cordón sanguinolento salían del cuerpo muerto de Rachel y recorrían el lugar, dejando un rastro rojizo y gomoso.

Oye la voz de su sobrino preguntando por lo que hay dentro de su cuarto. Pero Allan no puede contestar, ni siquiera está seguro de poder escapar con vida de ahí. En el extremo del intestino, una criatura pequeña y peluda muerde y remuerde los restos de su hermana. Era, en apariencia, un roedor de ojos enceguecidos por el rojo. El animal, al sentir la voz infantil, deja de roer las vísceras. Olfatea, inflando las cavidades nasales, a los recién llegados. Arroja el trozo roído y emprende una carrera hacia la puerta, donde se encontraba Allan, infundido en pánico. Era aterrador ver a esa pequeña, espeluznante, bola de pelos erizados correr hacia él. Conforme corría, emitía un sonido punzante que lastimaba los oídos, dejando huellas rojas a su paso. El hombre trastabilla antes de cogerse de la perilla. Cae. Sus pies patinan intentando ponerse en pie.

El roedor (o lo que fuera) se aproxima, chillando durante su avance, y su chillido hería los oídos de tío y sobrino. Ante la amenaza carnívora acercándose con desenfreno, Allan se impulsa con las manos y las piernas hacia atrás. El animal hirsuto cada vez más cerca, y él luchando contra el piso resbaladizo. Sentía al animal encima, sus tripas y las de Liam también estarían esparcidas por todos lados. Un esfuerzo más y conseguiría dejar atrás tamaña experiencia. Lo consigue apenas. Cierra la puerta. Se oye la primera embestida del roedor de ojos enrojecidos. Embestida tras embestida. Golpe tras golpe. Del otro lado de la madera, Allan se toma el vientre, cerciorándose de tener aún sus vísceras consigo, ante la perturbada mirada de Liam.


Antonio Zeta Rivas (Piura, 1986)

Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Piura. Ha publicado los libros de relatos Tarbush y Lo que las sombras ocultan, así como el libro coautoral  Desafío de la brevedad: Antología de la microficción en Piura

Entre sus distintos reconocimientos, ha obtenido el Primer Puesto en el Concurso nacional “Historias Mínimas 2017”, organizado por Diario El Comercio y la Fundación BBVA; finalista de la II Bienal de Cuento Killa 2018. Este año resultó semifinalista de en el Sexto Premio Internacional de Novela Infantil Altazor con la obra “Colpawálac”.

Trabajos de su autoría aparecen en distintas antologías y revistas a nivel nacional e internacional. Actualmente, es Presidente del Círculo Literario “Tertulia Cero” y miembro del Consejo Municipal del Libro y la Lectura – Piura.

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