Voy a paso lento, en una fila que no parece avanzar. Son las doce de la noche y el concierto de The drums está a pocos minutos de la apertura. La cola dobla por la esquina y se interna en un callejón. Muchos de sus integrantes han venido preparados contra los 22° centígrados que sume a la ciudad capital: llevan chaquetas gruesas, camisas de franela, capuchas y bufandas. Sin embargo, algunos se quejan por el frío. La energía es vital y los rostros se manifiestan. Mi respiración, a diferencia del ritmo establecido por esa turba de jóvenes incesantes y hambrientos de adrenalina, es anonadada por la fatiga. No conozco nadie, ni nadie me conoce a mí. Soy un extraviado. Tengo dos cajetillas de Marlboro, un encendedor y un energizante destinado para el clímax del espectáculo. La ansiedad me invade, así que me dispongo a prender uno de los cigarrillos para calmar los nervios y dilatar la espera. Una bocanada de humo sale en forma de espiral desde las profundidades de mí ser. Un ser etéreo y dispar que se diluye en el ambiente. Miro desde el suelo lo fugaz que es al danzar con las corrientes de aire y casualmente deseo ser aquello. Aquello que parece ser cómplice del viento. Pero me doy cuenta que soy perpetuo, que no avanzo y que todo ese asunto de la espera me aburre.

Las primeras pruebas de sonido se deslizan por los aires en ondas invisibles, pero estruendosas. Las expectativas crecen. Mi apatía se prolonga. Y yo sigo fumando puchos a la intemperie entre la muchedumbre de estilo alternativo y de cabelleras parcialmente largas. Nadie me mira, así que yo tampoco miro a nadie. No me gusta ser un observador recurrente de la gente, pero sí de las cosas. Por eso, de vez en cuando, lo introspectivo que hay en mí, aflora y sostiene mi atención ante el mundo que le rodea. De cuando en cuando, pliego las manos y soplo mi aliento para calentarlas. Luego las froto, prendo otro cigarrillo y sigo mirando sin detenerme mucho en lo que hay en alrededor. No encuentro nada interesante. Tal vez lo hay, pero no lo veo.

Me enamore de ti y es lo más hermoso que he sentido

Recuerdo estar vacío por todo y por nada. Mi mirada se muestra sombría y la magia de la juventud que alguna vez tuve se siente drenada completamente de mi interior. Mis ojos buscan luz, pero lo único que consiguen ver son los chispazos artificiales del nocturno alambrado público de los postes. Me siento tan perdido a pesar de que tengo claro a donde me dirijo. La fila está a punto de colapsar. La gente es sociable, yo no. De todas formas, nadie se interesa en mí y eso es bueno. No tengo ganas de plantear conversación acerca de nada. Aunque los temas que se escuchan desde los murmullos cercanos y lejanos parecen ser interesantes. No son típicos, más bien pretenciosos y convulsos como las posturas de aquellos que los hablan. Los segundos siguen pasando. La multitud en línea se distiende. Por lo que, miro de repente hacía el final de esta y noto que solo soy uno más en el río de rostros que se crea en una masa amorfa.

Siento frío y mis manos tiemblan. Es octubre, es lógico que el clima trate tan gélidamente concluyó en mi mente. Sigo avanzando y me doy cuenta que la larga espera que había sido estar ahí por cuatro horas está a punto de acabar. Una intro de guitarra se amplifica y resuena como un rayo. Las voces de la audiencia en espera se alzan y se van transformando en gritos de histeria. Yo permanezco callado, pero aun así siento la necesidad de manifestarme. No soy de los fans empedernidos, solo me gusta la música que escucho. No soy poser, ni tampoco lo pretendo. Solo soy yo un chico de dieciocho años a punto de ingresar a su primer concierto. Solo necesito un poco de aquellas vibraciones psicodélicas para acariciar mis oídos con sonidos vivos. Solo necesito distorsionarme en las luces multicolores que se lanzan como espasmos desde los reflectores. Solo necesito olvidarme que estoy vacío e intentar sentir algo.

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El alboroto se acrecienta cada vez más, los quiebres de sonido envuelven y todo esto es porque los efectos de alcohol portátil que se convidaban aquellos jóvenes que me acompañan han surtido ya en sus gargantas y también en sus conductas. Miro al cielo y pronostico a partir de los nubarrones que tal vez llueva.  Yo a dos personas de poder ver en vivo a The drums y con un último pucho en la mano me mantengo apoyado contra la pared sin emociones aparentes. Entonces unos ojos difusos me miran como si tuvieran sonrisa propia y me sacan del letargo.

–– ¡Hey! Me prestas tu encendedor. Me dice una chica de trenzas cobrizas.

Yo no emito sonido alguno, solo hago lo que me pide de manera automática. Quiero sonreírle, pero no puedo. Es increíble la inhabilidad que tengo para hacerlo en esos momentos. Ella enciende un porro de marihuana en vez de un cigarrillo. Yo la miro un poco desconcertado, ella solo hace una mueca pícara. Al terminar me propone que la acompañe en el “viaje” y yo me quedo en silencio por unos segundos. Luego la miro y con disimulado interés dejo que aquella planta psicoactiva enrollada en papel bond se deshaga en mi boca. Ella está ansiosa, mientras lo hago. Me mira como si yo fuera lo más interesante que hay en el mundo y yo me avergüenzo un poco.

–– ¿Cuál es tu nombre? Me dice ella.

Yo inflamecido por el humo en mi garganta y atolondrado por la mezcla de sensaciones que comenzaban a emerger toso irreparablemente.

–– Sebastián. Toso una vez más. Pero me puedes decir Sebas. Respondo con una extraña simpatía.

–– ¿Eres un especie de Hispter o algo así? Suelta una carcajada tierna.

–– Hum, no lo creo. Vuelvo a toser. ¿Por qué lo dices?

–– Toda la gente que está aquí lo es. Y además es The drums, indie, ósea duh. Inclina su rostro a un lado al mismo tiempo que sonríe. Su tono de voz es el típico de una limeñita pudiente.

 –– Eso no significa que yo lo sea.

Absorbo un poco más del porro que estaba a punto de apagarse y me doy cuenta que el encargado de la puerta me está pidiendo la entrada. Yo un poco atontado me demoro en extraerla de la casaca. Una vez en mis manos me dispongo a entregarla y como una furia tempestiva, la chica me anticipa arrebatándomela y entregándola con la suya. Luego de esto me da un beso en la mejilla, me agradece por el encendedor, me dice que la siga e ingresa corriendo hacia el concierto como una niña. Tanto el guardia como yo nos quedamos perplejos. Una vez pasada la impresión, este hace un ademán con el cual me daba la aprobación de que la siguiera. Sin pensarlo mucho y con una energía salida desde ningún lugar, corro atontado tras ella. 

Créditos: PA

Al entrar encuentro todo borroso a mi paso. La emoción es colectiva, las chicas deshinbidas, los muchachos rebeldes, las tonadas proscritas para los oídos vírgenes y el humo se había transformado en una atmósfera fantasmal que lo envolvía todo. Era perfecto estar ahí. Corriendo bajo los efectos del THC entre los corredores humanos que se formaban. Siendo mojado por las gotas de chela que eran desprendidas al aire por intrépidos alborotadores. Todo era tan efímero como infinito. Sigo corriendo y la diviso entre un par de chicas totalmente comprometidas con lo que parecía una especie de baile tribal. Ella me ve y alza sus hombros de una forma casi caricaturesca. Yo la miro perdido y frunzo el ceño. Ella me lanza un beso volado y yo lo tomo en el aire guardándolo metafísicamente en el pecho. Ella sonríe y me dice que vaya hacia ella. Yo lo hago, pero me es difícil. Barreras de gente amontonándose y moviéndose al son de Let´s go to surgfing me lo impide. Aun así me las ingenio y los evado con insospechada táctica.

–– Llegaste. Dijo sonriendo pícara.

Yo asiento con la cabeza e intento tomar aire para reincorporarme, acto seguido ella toma mi mano y me lanza nuevamente a una carrera hacia la deriva. Yo solo la sigo, como un mortal sigue a una ninfa, como un loco persigue su locura, como el corazón humano persigue al amor.

–– ¿A dónde vamos? Pregunto.

–– A sobrepasar los límites mortales que nos separan de la música.

–– Oh, que profunda. Le increpo irónico.

En menos de un pestañeo llegamos a las vallas que separan la zona general con la de la zona vip. Nadie nos ve. Somos locos e improvisados. Ella me mira con cierta seriedad y luego salta las vallas. Yo lo dudo un poco, pero al final termino haciéndolo. Ella cae grácil y me dice que somos ninjas. Yo tropiezo infructuosamente y le sonrió estúpido. Estábamos uno sobre el otro mirándonos de cerca y deseándonos secretamente. Sin pretenderlo, toco inesperadamente su muslo descubierto a causa de que llevaba un vestido negro de tela que se recogía por los encajes. Me sonrojo, pero a ella parece no importarle. Sin previo aviso, acerca su nariz contra la mía. No parece haber lascivia, hemos trascendido ese nivel y nos damos cuenta de eso. Era inevitable, lo que habíamos estado deseando desde hace minutos ya era casi palpable. Pero cuando el clímax de nuestra atracción se iba a concretar en un beso, los guardias de seguridad nos gritan desde unos metros de allí que regresemos a la zona general.

–– Váyanse a la mierda. Grita ella a carcajadas.

Luego de esto volvemos nuevamente a correr por el lugar y nos perdemos entre la gente. Los guardias nos persiguen, pero no logran llevarnos el ritmo que se mezclaba insospechadamente con la música del ambiente. De esta manera, nos agachamos y escabullimos en la multitud que nos rodeaba. Así nos pierden de vista y la confusión los hace tomar otro rumbo.

–– Estuvo cerca. Dice ella mirándome fijamente.

–– Muy cerca. Le respondo de igual forma.

Una nueva corriente musical se desliza por el aire. Una de estilo un tanto incendiario y provocador. Entonces ella comienza a bailar dando curvaturas imposibles desde donde estaba. Se suelta el cabello, revolotea sus canelones cobrizos, cierra los ojos y se pierde en la trayectoria de la música. Yo saco uno de los cigarrillos que tenía, pienso que es la situación perfecta y  a causa de los nervios que era estar frente a tal sensualidad, lo enciendo a duras penas. Luego, ella lo toma y lo absorbe. Entonces se acerca a mi boca e intercambiamos humo al principio y saliva al final. Es placer, pero más aún que eso. Su lengua inspecciona la mía y somos uno para el otro en ese submundo lleno de luces y sombras. Ella no tiene prohibiciones conmigo, pero yo no tengo el suficiente arrebato para sobrepasarlas. Es por eso que ella al acercarse a mi oreja y morderla me dice que soy lindo. La magia dura solo unos minutos, después de eso nos dirigimos ––esta vez caminando–– hacia al frente del escenario.

Para ese momento el concierto había bajado un poco las revoluciones. Mis oídos y ojos estaban atolondrados, pero me sentía feliz. Es decir, me hallaba en el lugar indicado, a la hora indicada y con la persona con la que debía estar. Me sentía eterno. Como si el universo y todas sus variaciones hubieran conspirado para que yo hubiera llegado hasta ahí. Nada me puede parar, mi corazón late al son de los bamboleos de la percusión y mis manos tocan las de aquella extraña que tan inadvertidamente había conocido. Ella había empezado a guiarme entre la multitud y mientras lo hacía, la gente abría paso marcándonos un especie de camino. El encanto había regresado a mi interior y me electrizaba. Cada fibra de mi ser se liberaba en distintas vibraciones y al hacerlo reactivaba mi conexión con el mundo. Sin duda, era aquella chica.

Una vez frente del escenario ella se elevó sobre la punta de pies e hizo un movimiento de tributo. Entonces me di cuenta de que los centenares de almas que estaban ahí hacían lo mismo. Casi, casi como si ella las dirigiera. Y es que el momento era propicio, pues la banda se había quedado en silencio  para crear expectativa. Las manos empezaron a moverse de arriba abajo con más fuerza, con encendedores encendidos en una especie de rito preliminar. Los murmullos se agitaban. Nombres de canciones eran gritados como sugerencias. El ambiente se había tornado oscuro y todos miraban inquisitivos al célebre Jhony Pierce parado en medio del escenario. Guturales oscilaciones de bajo rompieron el silencio, los choques efusivos de las baquetas contra la superficie de las tarolas que componían la batería se fueron acoplando. La primera guitarra por fin se hizo presente y dio una épica antesala a la voz principal. Forever and ever amen era aquella canción que habían decidido tocar. La gente lo tomó de la mejor manera posible. Todos saltaban y perdían el control. Los gritos ahogados por la borrachera llegaban desde cualquier lugar y las cortantes ventiscas del viento sureño no parecían hacer mella en su ímpetu por manifestarse.

Ella había comenzado a saltar y a cantar también. Yo al hacer lo mismo me impresionaba al ver que me sabía perfectamente la letra completa. Pasaron unos minutos y siento que soy exentó por la gravedad. Que soy ligero y que puedo flotar sobre la suelas desgastadas de mis All stars negras. Sin duda había sobrepasado mis límites, pero no me sentía mal…


Hans Castillo Chacaltana (Piura, Perú)

Narrador y periodista multiplataforma. Ha trabajado en las redacciones del los diarios locales de la ciudad de Piura: «El Tiempo» e «Infomercado». Además, escribe regularmente para el blog de Posgrados de la facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Piura.

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