Me llamo Pablo Coaquira Mamani, tengo 75 años.

El anciano Pablo Coaquira viste un polo de rayas claras y oscuras. Su mascarilla también es oscura, y en ella se nota la suciedad diseñada por el polvo de las calles, pero la tiene sujeta alrededor del cuello. Sus manos y rostro están quemados por el sol: cuarteada la piel, mugrientas las uñas. Sigue husmeando entre la basura. Necesita cartón y plástico, que luego venderá, dice. Es 8 de abril de 2020, y el presidente Martín Vizcarra acaba de anunciar una ampliación de la emergencia. El anciano Pablo es un reciclador más como cientos hay en todo el Perú. Así se gana la vida.

Pablo Coaquira hace sus cálculos de venta en la Av. Dos de Octubre, a pocos metros del jirón Santa Teresita de la Urb. Santa Ana, Los Olivos, y a unos 13 kilómetros del salón histórico donde el mandatario peruano detalla las acciones contra el COVID-19, un enemigo invisible. A su lado hay un letrero que indica “No botar basura ni desmonte, la municipalidad multa”. Sin embargo, esto no se respeta.

-Estamos juntando para poder vender. Esto nos afecta. Nosotros vivimos de acá… Recolectamos plástico, cartón… el cartón cuesta una miseria. Dos kilos por 10 céntimos…sería 100 kilos, 10 soles…. El plástico está a un sol (el kilogramo). Ahorita, como no hay movimiento de plata, va a bajar todito.

Son las tres de la tarde. La Av. Dos de Octubre se alarga en cuatro carriles desde la Panamericana Norte hasta la Av. Canta Callao; unos mil setecientos metros de bermas centrales con arbustos, pistas sin mantenimiento, postes de luz y montículos de basura en el único punto donde confluyen en armonía un mercado formal y un mercadillo informal. Explicado de otra forma: a un lado de la gran avenida, en el jirón Santa Teresita, se ubica el mercado San Bartolomé, en el que unos 50 comerciantes con licencia venden verduras, abarrotes, carnes, frutas, plantas medicinales y ropa.

Mientras que, al otro lado, en la calle Las Fresas, se erige un paraíso ambulante y sin fiscalización. Se compran las verduras desparramadas en el piso, se ven carretilleros que ofertan fruta, se plantan puestitos al aire libre donde trozar pollos pelados o pescados es espectáculo de moscas. También aparecen viviendas que se extendieron con palos y calaminas en puestos ilegales. La cuarentena no importa; la informalidad sigue su curso, gana espacio, y también respeta los horarios. Esta es una realidad que no solo ocurre en el cono norte de Lima, sino en cada región del Perú.

Y entre esos dos mundos persiste Pablo Coaquira, un hombre viejo que camina silencioso bajo la polvareda que producen los camiones o los colectivos que pasan por la Av. Dos de Octubre. Vive cerca de allí, por un colegio que se llama Fujimori. Alguien lo saluda, alza la mano. Él sigue auscultando entre los cartones de basura, los sacos de desmonte y las bolsas con desperdicios putrefactos.

Pero no está solo. Llegan a este punto más personas dedicadas a explorar entre la porquería. Aparece una pareja en una carretilla con muchos cartones; aparece una anciana que, según narra, busca comida para sus cerdos; aparecen vecinos o vendedores que botan la basura pese a estar prohibido; aparece un patrullero de la Policía Nacional y pasa de largo, con luces intermitentes; aparecen perros callejeros que quizás hallarían algún hueso de res o pellejos de ave. Y aparecen las palomas…

– Yo recorro por acá, tengo amistades, me dicen “lleva”, me regalan. A veces, cuando la gente me dice “dame la mano”, yo le doy…me dicen limpia esto… cualquier cosa que puedo hacer, que salga (dinero) para algo. Ahorita hay competencia. Estamos acumulando (reciclaje) y no habrá dónde meterlo.

Las palomas que antes volaban por los parques, donde recibían el pan tieso y el maicito de los niños y los padres, ahora levantan vuelo sobre los mercados formales e informales. La cuarentena ha afectado la vida de las palomas. Se cuentan decenas andando a dos patas por las vías desiertas de la urbanización, así como anda Pablo Coaquira por el cono norte de una capital peruana que tiene más de 20 mil casos positivos de coronavirus.

-Yo tengo mis años… ¿quién me va a recibir ahorita? Nadie. Una señora, que conocía de años, me ha dado posada hasta que pueda conseguir un lotecito. Antes vivía en Canto Grande (en el distrito San Juan de Lurigancho), vine a Los Olivos hace 9 años… Sí me dieron el bono de 380 soles, ya cobré. Algo me sirve, me alivio, tengo que colaborar con mi familia.

El anciano Pablo Coaquira, al contar parte de su historia, busca plástico y cartón, aparta lo innecesario, elige, observa. Qué oficio este el de identificar lo necesario dentro de lo que para otros solo son sobras. ¿Quién se acuerda de los recicladores, de los chatarreros, de los que buscan entre la basura comida para animales? ¿También pueden ser llamados héroes, aunque sea para sus familias?

Antes juntaba, vendía, juntaba, vendía todos los días. Ahorita…esto va a durar 90 días. Saca conclusión, cuántos muertos y contagiados hay…, las palabras de Pablo explican una realidad cruda, cercana y creíble. El tono de su voz no denota tristeza, ni siquiera cuando recuerda que trabajó para una familia en el “tiempo de Velasco” y no tenía amigos que le aconsejaran para la vida y la vejez. Aun recuerda que tiene una hija costurera en Canto Grande, aunque no quiere irse con ella.

Antes de despedirse para seguir buscando hasta que las fuerzas le permitan, suelta una respuesta:

Soy de Puno, vine a Lima a los 10 años.

El anciano Pablo Coaquira es un peruano que viste un polo de rayas claras y oscuras. Son las tres de la tarde con dieciocho minutos. Su mascarilla también es oscura, y en ella se nota la suciedad diseñada por el polvo de las calles.

Es director periodístico del proyecto «Sucesos del Día». Ha viajado por América, Europa y África en busca de historias. Estudió Periodismo en la Universidad de Piura, Perú, y Universidad de Navarra, España. Ejerce el Periodismo desde el 2014. Trabajó para El Tiempo de Piura hasta el 2018 y colabora con El Español. Cubrió el terremoto de Ecuador el 2016, sobre el cual escribe un libro actualmente. El 2019 ganó el Concurso de Reportajes Multimedia convocado por la UDEP.

 

Gerardo Cabrera Campos

Cronista y narrador

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