Es la segunda vez que he sentido miedo a la muerte. La primera fue en Piura, en el 2017, cuando mi madre y mi hermana se infectaron de dengue. Vivíamos en la misma casa, y yo nunca sentí síntomas, pero ellas sí: fiebre, malestar general, dolor de cabeza, sarpullido, baja hemoglobina. En ese tiempo trabajaba en un diario local y salía de comisiones para ver casos de decenas de personas que sufrían y morían por el dengue, también entrevistaba a autoridades que hablaban sobre el dengue. Todo era dengue.

Ya me tenía harto, pero cuando el zancudo malo llegó a mi casa lo primero que pensé fue en mi hermana y mi madre. El dengue las podía matar, apenas si se levantaban de la cama para hacer sus cosas. Por aquel brote el Gobierno no decretó aislamiento, solo se fumigaba. Mi hermana se recuperó primero, y mi madre demoró. Llegué a pensar que yo podría ser quien cuente su caso como una víctima más. Cuando mi hermana iba a la universidad, yo la atendía, a veces hasta me escapaba de la redacción para llevarle el suero o preparar la comida. Al salir del diario, compraba hasta diez pipas de coco para que tome mañana, tarde y noche. Eso y la medicina las curaron.

Nunca olvidaré el momento en el que llegué y se sentía mejor, sonreía y revisaba videos graciosos en su celular. “Tú eres bueno, hijo”, me murmuró, y pronto se fue a dormir. Esa fue la primera vez en que sentí miedo a la muerte, porque se me revolucionaron todas las ideas acerca de ella y los sufrimientos que otras familias pasaban con parientes postrados por el jodido dengue. Algunos se recuperaban a duras penas. Otros no, jóvenes y viejos.

La segunda vez que he sentido miedo a la muerte es este 2020. El coronavirus fue banalizado por muchos vecinos, periodistas, líderes de opinión y autoridades. Decían que el presidente Martín Vizcarra era exagerado, le decían que preste más atención, por ejemplo, al dengue, que mata también, claro está, y mira tú, ya tenemos más de mil fallecidos por COVID-19 -oficialmente- y Piura es la segunda región con más tasa de letalidad, aún con todas estas evidenciasí la gestión de las autoridades demora en cuajar y los opinólogos no hacen otra cosa que opinar. 

Ahora escribo desde mi escritorio en Lima. ¿Por qué le tengo miedo a la muerte, entonces? Porque mi madre está en un pueblo de la sierra de Ayabaca, en Piura, y no estoy yo para cuidarla. Y tengo más miedo porque, debido a la irresponsabilidad de otros, ella se pueda contagiar. La cuarentena no es respetada por muchos, y esos muchos pueden contagiar a los otros muchos que sí la respetan. El coronavirus terminó siendo un mal que se cuela por la irresponsabilidad, la confianza y el deficiente sistema de salud. Los tiempos del dengue no le llega ni a los talones a los tiempos del Covid, si desean hacer comparaciones.

Al escribir este texto, pensando en mi madre de Piura, también pienso por mi vida en Lima. Es innegable que muchos sentimos temor al salir de casa para adquirir comida en los mercados, que son, a la sazón, los mayores puntos de contagio en tiempos de cuarentena. Cuando estás allí, comprando, estás alerta frente a las demás personas. “¿Toserá, escupirá, botará saliva cuando hable? ¡Me rozó! ¡Me acerqué mucho!”. Son los síntomas del miedo a la muerte.

Desde el 15 de marzo he tratado de organizar mi vida de tal manera que mi cuerpo no sienta la pegada del aislamiento. El estrés es fatal. Puedes hacer ejercicio, cocinar nuevos platos, ver películas, leer libros, escribir lo que sea, tomar vino por las noches, pero también puedes penar por hambre, porque sencillamente no tienes un sueldo que te respalde. Así lo pasan miles. Hay que ser conscientes de ello. En redes sociales vemos mucha vida cool, noticias y críticas, selfies innecesarios de periodistas con mascarillas, sudores de policías y soldados… sin embargo, también hay mucha falta de un pan, una papa o una cebolla. “¡Qué importan los libros y los ejercicios! ¡Quiero trabajar, tener dinero y comer!”.

Y el miedo a la muerte está allí. Lo ves en las noticias, en los chats de redes sociales y hasta en las conversaciones del mercado. Hace unos días, cuando salí a comprar, un anciano le contaba a una mujer que había fallecido por coronavirus su compadre. La gente va asumiendo esta realidad como algo normal: la muerte es una cifra sin dolor si no te ha tocado aún.

Para mí el miedo está allí, no es normal el paso de la negra muerte. El miedo seguirá allí.

 

Es director periodístico del proyecto «Sucesos del Día». Ha viajado por América, Europa y África en busca de historias. Estudió Periodismo en la Universidad de Piura, Perú, y Universidad de Navarra, España. Ejerce el Periodismo desde el 2014. Trabajó para El Tiempo de Piura hasta el 2018 y colabora con El Español. Cubrió el terremoto de Ecuador el 2016, sobre el cual escribe un libro actualmente. El 2019 ganó el Concurso de Reportajes Multimedia convocado por la UDEP.

 

Gerardo Cabrera Campos

Cronista y narrador

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