Diálogos y Cultura
FAVERÓN,
AUTOR DE LA BIBLIA
Una columna de:
Elías David (escritor)*
Que una novela es, por definición, un organismo capaz de engullirlo todo, es algo que se ha dicho, repetido, probado y comprobado. Un ejemplo: en la novela anterior de Gustavo Faverón Patriau, Vivir abajo (Peisa, 2018), lo que aparentemente es una historia sobre las relaciones entre padres e hijos se convierte en una enorme radiografía de la violencia heredada generacionalmente, cómo esta ha sido plasmada en el arte a lo largo de los años y, al mismo tiempo, impuesta en los territorios. Pero también cabe decir que la novela lo duplica todo, o lo replica todo; y esto hay que recordarlo para no olvidar que así es como empezamos a contar la realidad, o la vida, que a veces no son lo mismo.
El título de mi reseña no alude al espíritu religioso ni de Faverón ni de Minimosca, sino al carácter monumental de la escritura de esta novela, como si toda la vida entrara o se replicara en ella. En Minimosca abunda lo extraño: un hombre que atraviesa continentes a pie para llegar tarde a los sucesos más importantes de su vida; una mujer que conversa con moscas parlantes que tienen cara de músicos barrocos; un niño que nace sabiendo de memoria toda la literatura hispanoamericana; un boxeador del peso Minimosca que derrota a sus contrincantes susurrándoles al oído versos de César Vallejo. Incluso aparece el cineasta clandestino George Bennett, quien, en Vivir abajo, representaba una figura oscura, cargada de obsesión y culpa, y que aquí tiene un rol diferente pero igualmente perturbador: lee la Biblia de atrás para adelante, para reinterpretarla, convirtiéndola así en su Antibiblia. En Minimosca hay un personaje al que han quemado vivo y que ahora parece un hombre-mosca. El lector encuentra eso y trata de imaginar cómo funciona la mente del autor que ha inventado a tal personaje. En ese proceso, tratando de responder esa pregunta, el lector va creando a su propio monstruo, su imagen del autor. Ese monstruo se llama Gustavo Faverón. En Minimosca, Faverón tiene un doble, un doppelganger, que vive escondido y agazapado en su propia obra, aunque él no sabe quién es, porque ha perdido la memoria y por eso los demás lo llaman el Amnésico (y tiene un perro llamado Túpac, como el Faverón “real”). Esas duplicaciones y esos extrañamientos, esos cruces de lo ficticio con lo real, producen el efecto central de esta literatura: después de tanto leer, tenemos la impresión de que esa voz interior que escuchamos en la lectura, más que llevarnos por argumentos que fluyen y se desvanecen, como en cualquier novela, empieza a narrar nuestro propio soliloquio, como si fuéramos un personaje, a veces principal y otras secundario —en realidad, eso no importa— en esta historia que vivimos y que a la vez inventamos y nos inventa.

Gustavo Faverón se erige como uno de los escritores contemporáneos más sólidos. Incluso algunos críticos se aventuran a etiquetar sus obras como “clásicos”, y no les falta razón.
En Vivir abajo, Faverón crea personajes fragmentados que funcionan como espejos de otros, una especie de héroe fractal o fragmentado, porque cada parte del personaje principal parece contener un eco de los secundarios y viceversa. En Minimosca, esta idea crece y se amplifica, ya que en ocasiones parece que perdemos de vista al personaje principal. Esto sucede porque no estamos ante una historia convencional en la que todo lo leído se relaciona directamente con una sola trama, sino frente a una narrativa que apunta hacia la radiografía total de un tiempo, o, mejor dicho, la radiografía de la conciencia o del subconsciente de un tiempo, de una época. En este caso, una conciencia/subconsciencia habitada por una multiplicidad de voces. Esto sucede gracias a que Faverón ha llevado la metaliteratura a nuevas fronteras, pero retomándola de fuentes antiguas, tan antiguas como la Biblia misma. Quiero decir que, para el cristianismo, cada figura central dentro de la narrativa bíblica puede entenderse como una variación del mismo relato original, un eco del “Hijo del Hombre”, una encarnación del verbo en distintas escenas. De manera análoga, en Minimosca, los personajes no son meros reflejos de una historia única, sino proyecciones de una voz fragmentada. Así como, en la tradición cristiana, cada patriarca, profeta o mártir es un doble de Cristo, en la novela de Faverón los distintos relatos y figuras funcionan como construcciones parciales de una verdad (un personaje) que nunca se presenta de manera absoluta. La metaliteratura aquí juega con la intertextualidad y también actúa como un mecanismo de exploración de la identidad y la memoria en donde cada voz es, al mismo tiempo, testimonio y distorsión.
Es posible que, en un inicio, la palabra “héroe” significara simplemente hombre. En Minimosca, lo que aparentemente es una historia sobre un boxeador resulta ser una historia sobre el autor mismo, pero no sobre Faverón como individuo, sino sobre todos esos autores que son un solo autor: el autor del pasado, que revisita a sus personajes; el autor del presente, que se crea a sí mismo mientras reconstruye su memoria dispersa y se enfrenta a la realidad tanto dentro como fuera de su obra; y el autor de todos los libros que lo habitan al escribir. Todo lo que leímos y leemos nos está creando constantemente. Minimosca, al ponerla a dialogar con nuestra conciencia temporal, cuando la leemos, nos obliga a reconocer algo de nosotros mismos en sus personajes, algo del autor en cada línea. Incluso nos confronta con una monstruosa y cruda realidad que, por más que Faverón intente hacernos escapar de ella, termina absorbiéndonos, como lo hacen las mejores novelas. En un momento del libro, George Bennett y Raymunda Walsh hablan sobre los dos tipos de autores que tiene un libro (un concepto que se repite y se expande varias veces a lo largo de la obra; por ejemplo, cuando un personaje amigo de Carlos Fuentes afirma que Juan Rulfo nació dos veces: uno fue quien escribió Pedro Páramo y el otro, El llano en llamas). George dice: “Así como detrás de cada libro hay un autor, dentro de cada libro hay otro”, y luego él y Raymunda se van quitando una por una todas las partes de sus cuerpos, mostrando su carácter monstruoso y ficcional. Más adelante, esta idea de autor es comparada con un monstruo específico, con el escarabajo de Kafka, y con todos esos personajes que emergen de las novelas, como el Faverón/Amnésico, quien seguramente, mientras escribía este libro, perdió contacto con su realidad al temer que quienes estaban perdidas podían ser su esposa y su hija, y no las del personaje. Esta novela no es solo una novela, sino un acto literario, o un gesto literario que nos enfrenta a la memoria, la realidad y la autoría. Y a la ficción que son la memoria, la realidad, la autoría. Si la Biblia se leyera como leemos Minimosca, no tendría ningún sentido. Pero si leemos Minimosca como se lee la Biblia, uniendo esos personajes, esas historias, entonces todo en la novela de Faverón cobra sentido. Aunque seguramente “tener sentido”, a la manera tradicional, sea algo que no le importa en lo más mínimo al autor. Es una novela que sale de sí misma para habitar nuestra cotidianidad, como quien recupera la fe en algo que no sabe bien qué es, pero que lo acompaña.
El sábado pasado, mientras conducía hacia un evento, le contaba a una amiga sobre esta novela. Al llegar, mi compañera se bajó del auto y, poco después, me alcanzó preguntando si conocía a Arturo Valladares. Atónito, en medio de la calle, volteé a verla y le dije que sí, que era el nombre del boxeador Minimosca de la novela. Ella me explicó que, justo al bajarse del auto, vio en el suelo una hoja, no sabe bien de qué, en la que estaba escrito ese nombre. Me preguntó si acaso era algo que se hubiese caído de mi auto al descender. Le respondí que no, aunque en mi mente pensé que seguramente sí, pero no de mi auto real, sino de algún auto existente en la ficción. Minimosca es una novela cuyas partes invaden la realidad, se materializan frente a los lectores y vuelan hacia las calles de la ciudad, para que quienes las encuentren inicien otras historias con ellas.
Con Minimosca, Gustavo Faverón Patriau amplía los límites de su propia obra, y redefine el espacio de la novela en la literatura peruana del siglo XXI. Si en Vivir abajo ya demostró su capacidad para entrelazar memoria, violencia y literatura, en Minimosca lleva esta exploración a un nivel más alto, convirtiéndose en un artefacto literario donde el lenguaje, la metaliteratura y la identidad se disuelven en una multiplicidad de voces o ficciones, es decir, realidades. En un panorama dominado por narrativas que exploran la historia desde el realismo, Faverón se aleja de esas convenciones para construir un mundo donde la ficción y la realidad se reflejan interminablemente. Minimosca es una de las obras más audaces de la literatura peruana actual, y, aún más allá: de toda la literatura escrita en español.