¿ADÓNDE IRÁN LAS AVES?

Santa Julia, el humedal que agoniza

Piloto de drone/ Robinson Paiva

Por: Leandro Amaya Camacho

Este reportaje se produjo con el apoyo de Independent Media Response Fund otorgado por Meedan

Una suave brisa llega desde más allá de los altos y viejos algarrobos que crecen en la otra orilla del humedal; el soplo del viento perturba la calma de la laguna y algunos patos silvestres se agitan entre las diminutas islas flotantes de totora y deshechos. En todo el camino amarillo, de polvo y calor, angosto y sin empedrar que conduce desde la ciudad hasta el humedal no hemos sentido ninguna brizna de viento. El sol está en lo más alto del cielo y se expande terrible sobre las pequeñas casas de triplay y techos de aluminio que se han levantado frente al humedal, algunas incluso se sostienen por sobre el agua. Esas son las viviendas más pobres, con paredes formadas por parches sobre parches de aluminio, sacos y cartones que se unen hasta formar un pequeño refugio. Acosados por pilas de desmonte y la figura ubicua de un gallinazo aparecen entre los umbrales niños y mujeres, cargan con baldes, grandes los de ellas y medianos los de ellos; descalzos andan sobre latas y desperdicios que han llegado allí desde toda la ciudad. Tienen miradas esquivas, van hacia una pila que se levanta en medio de un circulo de tierra flanqueado por una gran poza de agua que antes fue parte del humedal, y que ahora muerta y oscura apenas devuelve el reflejo del cielo.

Los habitantes del humedal han sido empujados hasta allí por la pobreza y el crecimiento desordenado de Piura, una de las más grandes ciudades del norte de Perú que se estira más y más entre el desierto y el bosque seco.

Para llegar hasta las casas se debe seguir un sendero que cruza los totorales. En el lado más estrecho del camino— rellenado con restos de ladrillos, baldosas y botellas de plástico que el agua empieza a tragar poco a poco—, un hombre y una mujer se han detenido a mirar la laguna; a su lado una gaviota picotea un colchón desvencijado. 

 

Un hilo de agua negra, que mana de los desagües clandestinos, se filtra incesante y va mermando el color verde de las aguas. En el cielo el sol sigue fuerte y no permite ver los rostros de la mujer y del hombre, pero se escucha claro cuando se dicen el uno al otro, con algo de rabia contenida: «cuando será el día que por fin esa laguna se seque». Y de golpe se revela aquella creencia terrible que recorre la ciudad sobre el humedal de Santa Julia, aquel ecosistema maravilloso y único, refugio de aves y regulador térmico  que los ha salvado —sin que ellos sepan— de las inundaciones que se han sucedido a lo largo de los diversos fenómenos de El Niño en las últimas décadas y también de las tormentas recientes y copiosas, que cortaron caminos y ocultaron las estrellas, del terrible ciclón Yaku nacido en la cercana costa del Pacífico.

La convención Ramsar Sobre Humedales indica que en los últimos 35 años los desastres naturales se han duplicado y el 90% tiene que ver con el agua. Piura, una ciudad azotada por lluvias, inundaciones, olas de calor y sequías, cuyo sistema de drenaje e infraestructura son deficientes—y que aguarda la probable llegada de El Niño Costero en 2023 y 2024 según las estimaciones de La Comisión Multisectorial Encargada del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño (ENFEN)— ha podido sortear los embates porque al oeste de su ciudad, en el punto con más depresión de su territorio, resiste, rodeado por túmulos de basura y desmonte industrial, el escudo azul que lo protege contra el cambio climático: el humedal de Santa Julia, una de sus ultimas esperanzas, reconocido por el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR) como ecosistema frágil 

Diversas escenas del humedal de Santa Julia. Fotos/ Malú Ramahí – Leandro Amaya.

         I

El mar se ha calentando frente a las costas de Tumbes y el Ecuador. Ha llovido durante semanas en Piura, tres tormentas que no arreciaban inundaron parte de la ciudad. El gobierno peruano declaró en emergencia la región y hubo peligro de un nuevo desbordamiento del Rio Piura, tal como ocurrió en marzo del 2017. Las aguas se estancaron en las cuencas ciegas y los drenajes de la ciudad volvieron a fallar. Todos aquellos torrentes, más del 70% del agua pluvial, mediante una red intrincada de drenes deben encontrar su destino en el humedal Santa Julia, pero eso no sucedió como se esperaba. Bloqueada por toneladas de basura — de acuerdo al Ministerio de Ambiente Piura genera 300 mil toneladas de residuos sólidos urbanos y en el 2019 fue la segunda región con más casos de enfermedades diarreicas en niños menores de cinco años—, vías mal construidas y los interminables muros de los nuevos proyectos inmobiliarios el agua demoró en encontrar rumbo hacia el humedal que se ubica a 26 m.s.n.m. Aún así llegó y lo que antes agonizaba volvió a resurgir. Una vez más discurría hacia aquella esponja, que muchos piuranos no conocen, la lluvia del cielo.

Durante toda la historia los humedales han provisto a la humanidad de agua, alimento y espacios de recreación, y grandes civilizaciones se han alzado a sus orillas. Los humedales urbanos como Santa Julia mitigan los efectos de las lluvias y actúan como reguladores de la temperatura local. De acuerdo al estudio Mitigation of Urban Heat Island Effects through “Green Infrastructure”: Integrated Design of Constructed Wetlands and Neighborhood Development, este tipo de humedales reducen la temperatura de la superficie y del aire, son claves para mitigar las islas de calor urbano. Esto es sumamente importante para Piura porque en marzo del 2016 se registró la muerte de 8 niños por golpe de calor (aquella temporada la sensación térmica llegó a 46 grados). En 2023 se han registrado temperaturas por encima de los 37 grados, consideradas de alto riesgo.

Otro punto importante es que filtran el agua y pueden servir de fuente a otros ecosistemas cercanos. Por ejemplo, Santa Julia al tener como liberador de agua al dren Sechura —que recorre gran parte de la provincia de Piura hasta la provincia de Sechura— ayuda a la agricultura local y en su desembocadura provee de agua a los Manglares de San Pedro de Vice que es un ecosistema categoría RAMSAR (en Perú hay 14 ecosistemas con esta denominación), cuya importancia es preponderante para el equilibrio ambiental de la región. Para el biólogo Elio Núñez, estudioso de las aves de ambos entornos, si desapareciera Santa Julia afectaría directamente a los Manglares de Vice. “Lo ideal es crear un área de conservación, proyecto que debió ser impulsado por las gestiones municipales, pero hasta el momento no se ha concretado ninguna acción. La vegetación del humedal filtra las aguas servidas, y si desaparece se verán perjudicados dos ecosistemas muy importantes en la región. Todo está unido, Santa Julia es como el pie en el cuerpo que representa varios ecosistemas, si se corta ya nada será igual”, sostiene Núñez.

Elio tiene razón porque una de las tareas más importantes que cumplen los humedales es la captura del carbono y los gases de efecto invernadero; cuando son destruidos o degradados lo que han almacenado  a lo largo del tiempo se libera y es sumamente perjudicial para nuestra lucha contra el calentamiento global y el cambio climático. En el informe Buenas Prácticas Medioambientales para vecinos de Humedales desarrollado por Nature Conservancy se especifica que estos ecosistemas pueden absorber dióxido de carbono y retenerlo por cientos de años. Según la Estrategia Nacional de Humedales en Perú estos ecosistemas se degradan mayormente por presiones antrópicas, débil institucionalidad y porque no existe una gobernanza de humedales. Alrededor del mundo, desde 1970, se ha perdido el 35% de humedales, con una aceleración tres veces mayor que la perdida de bosques. Las cifras son alarmantes porque los humedales también son los ecosistemas más productivos del planeta. Santa Julia ya ha perdido el 40% de su territorio y aunque no hay estudios de la cantidad de basura que recibe diariamente, el ingeniero Jimmy Cerro, gerente de la oficina de Medio Ambiente de la Municipalidad Provincial de Piura, indica que es sumamente urgente intervenir el humedal para salvarlo de una posible desaparición. “Es prioridad de la Municipalidad de Piura recuperar el humedal y generar que tenga más visibilidad, que todos los piuranos sepan su valor e importancia. Por ello durante el Día de los Humedales logramos hacer eventos allí, campañas de limpieza, pero la tarea tiene que ser constante”, declara Cerro.

Un inodoro incrustado en una loma de ladrillos destruidos grafica el abandono del humedal. Foto/Malú Ramahí

Los brazos cortados del humedal se han convertido en cienagas de agua negra y deshechos. Foto/Malú Ramahí.

Hay viviendas construidas sobre el humedal, con las lluvias intensas de marzo y abril fueron inundadas. Foto/Malú Ramahí

La basura invade gran parte del humedal de Santa Julia. Foto/Malú Ramahí

De acuerdo a la ficha técnica elaborada por SERFOR sobre el humedal Santa Julia el 7% de sus aves se encuentran amenazadas, siguiendo estos mismos datos son 91 especies las que habitan en el humedal, cuando se le pregunta a Elio Núñez hacia dónde irán las aves si el humedal desapareciera, guarda un profundo silencio y la pregunta queda sonando fuerte en el aire. Después de un momento se pregunta así mismo adónde irán. “Nosotros supimos del humedal en el 2011, cuando estábamos en la universidad, a pesar de que vivíamos en Piura no teníamos idea de su existencia, fue por curiosidad que llegamos hasta allí”. Al reconocido biólogo, quien hizo el primer recuento de aves de este ecosistema, le preocupa sobremanera que la extensión del humedal (según SERFOR de aproximadamente de 36.7915 hectáreas) vaya mermando debido a las invasiones urbanas, son cerca de 5 asentamientos humanos que cercan la gran laguna, aunque con las últimas lluvias el agua ha recuperado alguna parte del terreno perdido.  

Santa Julia también posee una gran variedad de flora que puede tener usos comerciales, medicinales y ornamentales. En el informe de SERFOR— de los más importantes que se han realizado en el humedal— se identifica que existen 17 especies de flora y dos de ellas están amenazadas: la Batis marítima en peligro crítico y la Prosopis pallida (algarrobo pálido) en categoría vulnerable, esta última especie evita la erosión de los suelos, evita la desertificación y su floración es beneficiosa para las abejas. De esta manera se constata la importancia del humedal, y por ello salta a escena aquella pregunta ominosa que interpela a todos: ¿por qué hasta el momento no se han realizado medidas certeras a nivel gubernamental?

A pesar de que el humedal está categorizado como ecosistema frágil aún no se sabe exactamente bajo que jurisdicción municipal está. Para la bióloga Diana Rojas, especialista en residuos solidos de la M. de Veintiséis de Octubre, esto dificulta que se dicten ordenanzas o se tomen medidas de gran impacto para la recuperación del humedal. Rojas narra que realizan actividades de cuidado con estudiantes de un colegio cercano al ecosistema porque muchos de los habitantes le llaman “laguna negra”, o tienen la idea de que es una ciénaga que causa enfermedades, por ello lo primordial es eliminar la estigmatización y combatir la desinformación. “Por el momento se está desarrollando un expediente de saneamiento físico legal que permita cercar el humedal de Santa Julia. Este expediente podría realizarse en junio con colaboración del gobierno regional y se podría terminar en 4 meses. Una noticia satisfactoria es que cerca del humedal el Ministerio de Cultura recientemente ha encontrado restos arqueológicos, esto ayudaría a nuestro objetivo de protección.” Para Rojas la invasión del humedal ha sucedido por el tráfico de terrenos y la desinformación de las personas porque en temporada de sequía hay zonas del humedal que permanecen secas, aun así, el suelo no es apto para construcciones por su alto nivel de inestabilidad, a pesar de que se han realizado intervenciones junto con la fiscalía ambiental el problema permanece.

A pesar de que las viviendas sobre el humedal son ilegales tienen conexiones de luz y desagüe, lo que ya genera un problema socio ambiental inminente. Según comenta la especialista en algún momento hubo seguridad municipal para evitar las invasiones y el arrojo de basura, esto solamente duró tres meses porque no había una normativa que avale ese presupuesto. Añade que la decisión para no ejecutar el gran plan de recuperación del ecosistema en anteriores gestiones ha podido ser política.

Cuando se le pregunta a Diana Rojas sobre la posible desaparición del humedal no aguarda ni un segundo para responder que no desaparecerá, confía en que por fin tantos sueños rendirán frutos. Por el bien de Piura y la costa norte de Perú, habrá que confiar.  Si perdemos nuestro humedal, también perdemos nuestro más importante regulador térmico, porque según el Fondo Mundial para la Naturaleza las ciudades sin cuerpos de agua permanecen más calientes que aquellas que si los poseen.

Además, un ecosistema acuático aporta un lugar de esparcimiento y es confortante en la salud mental de los habitantes. Lo extraño es que el humedal de Santa Julia casi no recibe visitas por su poca accesibilidad y los altos niveles de delincuencia que se registran. Lo que en otros países podría ser una zona de alto rendimiento turístico y económico, en Piura se le ha condenado a ser un botadero gigantesco de deshechos dominado por la pobreza extrema y el olvido. La falta de planificación urbana, cuya evidencia son las pocas áreas verdes existentes en la ciudad, pueden explicar esto.

“Nosotros seremos una municipalidad verde, nuestro sueño es unir el humedal Santa Julia con el parque ecológico Kurt Beer” declara Hugo Febre, el joven alcalde de Veintiséis de Octubre. “En realidad no tenemos lugares de esparcimiento adónde ir, acá no existe ello. Hacerlo nos permitirá tener un aire más puro, ojalá se pueda hacer realidad”. ¿Y cómo se logrará eso?, le consulto. “La primera opción es declararlo una zona intangible”. Aunque Febre lleva menos de 6 meses en el cargo parece tener clara la idea de volver su municipio en un gobierno verde porque ya ha solicitado la jurisdicción del parque ecológico Kurt Beer. En adelante tendrá 3 años para cumplir su palabra o dejar morir el gran humedal, tal vez, esa sea — con el aumento del calentamiento global— la decisión clave de muchos otros alcaldes y presidentes en distintas partes del mundo en la protección de ecosistemas.

Piloto de drone/ Robinson Paiva

III

PASTORES DE ÁRBOLES

La tarde era fresca al lado del humedal, las lluvias habían impregnado un aroma de hierba en la nueva orilla formada por el crecimiento repentino de la laguna. El agua había llegado rauda y escurriéndose entre los ladrillos y comiendo la arena que se le ponía al paso se extendía por todo lo largo y ancho de lo que antes había sido un barrio. Solo unos cuantos días habían bastado para que los totorales tomen lo que antes se les había negado, los pájaros revoloteaban entre muebles volcados y pedazos de tierra que sobresalían como pequeñas lomas en el agua. Era cerca de allí que se aferraba con sus largas y viejas raíces un algarrobo de color cenizo, casi sin hojas, a la orilla. Rodeado por ladrillos y toda clase de desperdicios al fin del camino. El agua había llegado, era cierto, pero la basura permanecía. Junto al árbol permanecen de pie Marcos Gutierrez y Diego Ansa, miran hacia el lado de la laguna que centellea con la luz fuerte de la tarde.

Marcos vive cerca de allí, es uno de aquellos activistas anónimos que buscan la conservación del humedal a toda costa. Casi librando batallas imposibles, como quijotes involucrados sin querer en una lucha desigual y descomunal, pero encantados por la maravillosa imagen de la naturaleza salvaje y esplendida.  Yendo y viniendo de un lado a otro con papeles en mano para exigir la limpieza, protección y puesta en valor de lo que él considera es el mayor ecosistema de la ciudad de Piura. Marco habla de manera enérgica, en su discurso incluye datos técnicos, aunque nunca haya ido a una escuela de biología o medioambiente, con él se puede andar libre por el humedal, sin miedo a la inseguridad que acecha como un tigre entre las hierbas. Dos adictos emergen entre los matorrales y lo saludan con respeto. Durante muchos años Marco ha visto también ir y venir alcaldes que han prometido y prometido pero pocas veces han cumplido. “Las autoridades solamente vienen en días festivos, con bombos y platillos, pero después no han vuelto para hacer limpieza o mantenimiento. Acá siempre botan desmonte” dice mientras señala una gran montaña de ladrillos y cemento que según cuenta pertenece a una obra pública paralizada. En aquel instante una furgoneta emerge dejando atrás una estela de polvo. Dos hombres bajan de ella, armados de palas y picos, arrojan desde una furgoneta piedras, fierros retorcidos y bloques de concreto cerca de la orilla. Durante todo el día— en una tarea meticulosa y destructiva, sin levantar la mirada hacia el cielo—han forjado una cadena de túmulos hechos de polvo y destrucción que ocultan el humedal. Solo el canto de las aves y su vuelo revelan que detrás de aquella desolación hay vida.

Marcos no llega a entender del todo esta tarea, le parece absurda. Y quizá tenga razón porque atentar contra un escudo azul en Perú— que es el tercer país más vulnerable al cambio climático— es como desinflar nuestro chaleco salvavidas. Un dato relevante es que en nuestra nación hay aproximadamente 18. 293 951,48 hectáreas de humedal, que representa casi el 14% del territorial nacional. El 0,15% de ellos son humedales costeros (según el Mapa de Humedales de Perú son 12 mil hectáreas) y a lo largo de las últimas décadas se han degradado más de 2600 hectáreas de ellos. Otro punto crítico, según datos del Ministerio de Ambiente, es que entre el 2004 y el 2020 se han perdido 132,9 hectáreas de manglar en la costa y 310,8 hectáreas de bofedales en la sierra.

Aunque en Perú el cuidado de los humedales es sumamente precario las acciones de voluntarios como Diego Ansa ayudan a golpear al gigante. Durante años, al igual que Marcos, ha organizado campañas de limpieza en el humedal. Su actitud es la de un pastor de árboles o como el mago Radagast que se escabulle de un lado a otro entre semillas, liebres y pájaros; Diego admira a aquellos personajes fantásticos de El señor de los anillos, creados por Tolkien, que luchan contra la oscuridad para que lo verde permanezca.  En feriados o domingos acude, junto a otros chicos y chicas entusiastas a limpiar las orillas de la laguna. Una tarea ardua y de soñador caminante. Ahora Diego se ha ofrecido como voluntario en la Municipalidad de Piura. ¿Por qué haces esto? Le pregunto la segunda vez que lo veo. Para que el humedal se salve, me responde.

***

En la orilla de la laguna donde se acumulan los escombros y la basura, y el agua es tan oscura que no permite ver el fondo, permanece de pie una garza. Blanca e incólume. Parece un espíritu del bosque. Estira el cuello hacia los totorales que crecen en el lado oeste del humedal, pronto vendrá un viento propicio para el vuelo. La garza estira las alas blancas y por un momento deja solo al hombre y su miseria. Vuela sobre llantas quemadas, sobre una tumba derruida coronada con una cruz de fierro, y su sombra se deforma por cientos de bolsas de basura. ¿Qué verás garza desde el cielo azul y caluroso de esta mañana? Su reflejo logra aparecer en el lado limpio del humedal.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *