El descubrimiento del ser puede resultar largo, es un proceso que para muchos supera la época de los veinte, quizá los treinta, tampoco se agota con los sueños truncos, ni los hijos, ni el matrimonio.

La ventana al descubrimiento aparece en el silencio, en aquel momento en que es imposible no escuchar tus propios pensamientos en soledad, en la penumbra de la noche, entre maullidos de gatas y gatos en celo.

Cuando estaba a punto de ser adolescente el sexo rondaba en mi cabeza y en la de muchas y muchos más, era algo que generaba curiosidad, y se manifestaba en nuestra convivencia solitaria; ¿por qué pasaba? no he tenido la oportunidad de dar respuesta a esa interrogante.

La curiosidad fue grande para nosotres, para mí y las personitas que a esa edad me rodeaban. No recuerdo bien cómo lo planeamos, pero lo que si recuerdo es que nos metíamos en habitaciones oscuras de una casa, la casa donde pasó.

Estábamos sobre una cama ella y yo, tapadas con las frazadas, descubriendo nuestra sexualidad y el placer del cuerpo, el calor abundaba, debido a los esfuerzos que hacíamos para darnos satisfacción, el tiempo llegaba y era lento. En mi memoria guardo un pequeño registro de cómo se sentía, era paralizante; un calambre placentero invadiéndome o como las campanas repicando en todo el cuerpo, en especial ahí, abajo, y la felicidad fue húmeda. Esos momentos eran cortos, el miedo de ser encontradxs nos hacía salir rápido de esos cuartos, para ponernos a seguir la vida normalmente y olvidar el rato que habíamos pasado. Nunca se habló de ello, nunca nos dimos explicaciones, simplemente corríamos a nuestras casas y allí encontrábamos a nuestras madres cansadas del trabajo diario. No recuerdo el rostro de mi madre de aquella época, tampoco de su saludo al llegar del cole.

            En zonas alejadas del país, debido a la ausencia de centros educativos, niños y niñas abandonan sus caseríos natales, para asentarse en las provincias donde sí hay escuelas secundarias. Yo lo viví, en aquel periodo estaba sola, me asistía sola y estudiaba sola, estaba lejos de mi familia. Mi madre hizo muchos esfuerzos para que vaya a la nueva escuela, yo tenía pocas “amigas” y conocidos. Tengo un recuerdo especial, se trata de una chica. Recuerdo haber visitado su casa, era muy sencilla, y su familia  lo era tanto como la mía. Uno de los recuerdos que tengo es haber visto a su hermana coser a mano un overol para su pequeño hijo.

“La ventana al descubrimiento, 

aparece en el silencio, 

en aquel momento en que es imposible 

no escuchar tus propios pensamientos”

Ella y yo éramos amigas, venía a mi casa, en ocasiones a jugar o a hacer la tarea, otras veces, pasaba a beber agua y a descansar para luego seguir a su casa, habían tardes que se quedaba más tiempo, ella y yo nos acercábamos, descansábamos sobre la cama y nos acariciábamos. Recuerdo una de esas tardes, desocupaba la mesa para sentarme a hacer tareas, entonces ella se acercó por detrás de mí y me sedujo, me tomó los hombros y me sopló en el cuello, dejé las tareas y me dejé llevar. Me recuerdo húmeda, tanto, que no me soportaba y decidí desnudarme, mientras ella me miraba. La recuerdo vistiendo el uniforme del colegio.

Hay otro momento que recordar. Pasó una sola vez, en una gran casa, a la sombra del cuidado de una anciana, fuimos de visita. Ella y yo preparábamos la cama donde dormiríamos. No recuerdo de qué modo nos vimos envueltas en un descubrimiento más profundo de nuestra sexualidad, sobre la cama ella yacía tumbada guiándome y señalando los lugares de su cuerpo que quería explorar, me vi muy cerca de su vulva, alcanzaba a verla, a olerla y a sentir su temperatura mientras me dedicaba a escuchar y seguir sus indicaciones. Al parecer la gran casa hacía eco de las conversaciones que ella y yo teníamos, y quizá ruiditos de placer que ella experimentaba. En aquel momento yo también quería disfrutar de eso,  pero se negó y me quedé con las ganas, y la curiosidad de saber qué me produciría, exigía probarlo, pero acabamos por terminar nuestro pequeño momento. Decidimos salir al balcón; entonces, nos dimos cuenta que la anciana subía a hurtadillas por las escaleras de madera, espiando silenciosa todo sonido o movimiento que hacíamos. Hubo otros momentos; pero de los que más me recuerdo son estos. No sé qué nos pasó, pero después de un tiempo no volvimos a vernos, desaparecimos y no nos hemos vuelto a ver.

 En la secundaria no encajaba, no sabía jugar vóley; lo cual, a las chicas de mi cole les encantaba, era gracioso, a era el relleno. Tiraba la pelota a cualquier lugar, ellas se molestaban, pero era el esfuerzo a pagar por socializar. Me gustaban también los niños, pero yo a ellos no, eso es lo que percibía.

Un poco después, tuve cambio de cole, nueva ciudad, nueva gente que conocer. En las nuevas escuelas fue difícil socializar con los chicos y con las chicas, a esa edad nos gustaría ser aceptadas. Quería llamar la atención de los chicos, en las diferentes escuelas siempre hubo quienes me gustaron. En la secundaria tuve a mi primer enamorado, me gustaba mucho y experimenté esas emociones que te estremecen el cuerpo. El sexo heterosexual llegaría hasta la época de los veinte, pero esa es otra historia.

De la época universitaria hay mucho que contar, al principio las chicas y los chicos pasaron desapercibidas, mi atención estaba sobre mis problemas, sobre mi identidad personal, había la necesidad de saber quién era, a qué me dedicaría, qué quería ser y además me quería ir de la casa donde vivía y desaparecer, fue una época difícil, pero lo que más me marcó fue salir de la casa donde vivía, fue horrible, pero salí.

Conocí a muchos y a muchas, y también a una chica que me encanta. La primera vez que la besé, yo salía con un chico, ellos dos se conocían. La atmósfera fue un poco tensa, pero ella no salió de mi cabeza. Tiempo después nos volvimos a encontrar, conversamos largo y tendido y por fin la volví a besar, bebimos mucho ese día, me acompañó a casa y nos acariciamos un poco, luego tomo un libro y se marchó.

Con el rápido paso del destino conocí a más personas increíbles. Entre ellas a una chica, me encantó, tiene un estilo particular. Solíamos reunirnos para compartir, comer y beber, hablábamos mucho. Tuvimos largas charlas, caminatas y hubo besos y caricias. Confieso que me encantó. Ella se tuvo que ir.

Salí con chicos durante estos periodos, hubo algunos muy importantes. Pero el tiempo siguió pasando.

Entre activismo y voluntariado, tuve la oportunidad de conocer a muchas personas,  hicimos trabajos y muchas actividades y hubo mucho teatro en nuestras vidas,  me acerqué mucho más a la comunidad LGBTI. Conocí a mucha gente, salí con algunas personas y me di cuenta que me podía sorprender de mí misma. Me gustaba mucho un chico trans, sé que yo también le gustaba. Fue un año muy provechoso.  El teatro me llevó a conocer a muchas artistas y  a darme cuenta de que en mi vida el teatro es importante. En ese contexto conocí a una chica especial. Al principio hablamos poco, pero tiempo después nos volvimos a ver por la ciudad. Una noche un mensaje suyo me recordó que me gustaba, hablamos, nos encontramos, y la besé. Después de ese día, salimos muchos más, cada vez más juntas, hemos hablado mucho, viajes, fiestas, actividades, amigos… ella es mi compañera de vida actual, la pasamos muy bien y juntas estamos en pleno descubrimiento. Sabemos que los momentos que tocan se tienen que vivir a todo dar, no pasamos los veintes, así que sabemos de sobra que nos queda vida por recorrer, metas que cumplir, descubrimientos por hacer.

Como se dan cuenta, la historia acaba de empezar, yo apenas tengo 25 y espero que esta vida, que a veces parece de mierda, me siga sorprendiendo, ya que he decidido gastarla y sacarle el jugo a los minutos.

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