Cuando un paciente es derivado al hospital Santa Rosa de Piura nunca llega solo, afuera esperan sus familiares. Durante días interminables y noches heladas permanecerán en la puerta del hospital. Allí aguardarán una noticia alentadora o el fatídico anuncio de la muerte.
Algunos ya no saben ni el día ni la hora que es, solo están atentos al llamado de un vigilante que la mayoría de veces luce cansado y agitado por las malas noticias; él les comunica lo que sucede dentro del precario hospital, en la sala UCI donde se encuentran internados más de cien pacientes por covid-19.
A la una de la tarde, momento donde el sol del norte hace arder el asfalto y la angustia es una sensación que oprime el pecho de miles de piuranos, se espera con intranquilidad la salida de un médico que brindará información detallada sobre los pacientes. Los familiares rodean al hombre de blanco, a veces preguntan ordenadamente y otras –comprensiblemente invadidos por la zozobra de la incertidumbre- exigen respuestas certeras sobre su paciente. La mayoría de ellos vienen de las provincias de la región o de lugares vulnerables de la ciudad. Es cierto, el Covid-19 ataca con más virulencia a los desposeídos, aquellos a quienes una receta con medicina cara parece ser la sentencia terrible de la muerte.
Durante esta pandemia los precios de medicamentos claves para la recuperación de un paciente afectado por el Covid-19 se han encarecido de manera grotesca e indigna, a pesar de los anuncios del presidente para regular esta terrible situación nada se ha logrado aún. Desde el inicio de la pandemia, el día más aciago para la ciudad fue aquel donde fallecieron 64 personas. Los factores son diversos: falta de oxígeno, instalaciones precarias, medicina a precio inalcanzable y comorbilidad. Ahora vivimos las consecuencias de haber olvidado al sector salud de nuestro país. Aún con todos estos obstáculos, a veces insalvables, los familiares guardan la esperanza de ver recuperado al ser amado.
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En medio de tantas personas encontramos a Bruno, un padre de familia, quien ha llegado desde el distrito ayabaquino de Paimas (a 2 horas y medio de la ciudad de Piura), acompañando a su suegro. Él ha armado su carpa frente al hospital, en el sardinel que separa la avenida Chulucanas. Bruno sabe que quedándose en ese lugar podrá estar atento a cualquier requerimiento de los médicos, muchas veces piden medicina, pañales, hasta agua.
“Hace mucho frío, llevo 10 días durmiendo en la calle y a la espera de noticias de mi suegro. No lo puedo dejar solo, es como mi segundo padre y aquí permaneceré”- Hay decisión en su voz, dispuesto a hacerle frente al mal tiempo, aunque solo haya una frágil esperanza.
Unos metros más adelante encontramos a una familia de Talara- ciudad petrolera, que a pesar de sus riquezas tiene el progreso lejano, y donde hasta el momento han muerto más de treinta talareños por el nuevo coronavirus-; ellos han improvisado un tendedero de ropa, entre dos árboles han amarrado una soga y allí han colgado sus vestidos, llevan 18 días en este lugar, los recursos se acaban y no hay nadie para darles la mano.
Una de las mujeres de la familia cuenta que todos los días le ora a Dios, pero para ella también es necesario informar sus quejas acá en la tierra, exige que los doctores le digan la verdadera situación médica de su padre, que se debate entre la vida y la muerte en una fría cama de hospital.
“Esperamos la una de la tarde hasta las cuatro para las dos noticias, mi papá está grave, pero no lo vamos a dejar solo. Ya imaginarás el día de padre que pasaremos, aquí estamos resistiendo”.
LA OTRA CARA
Mientras la angustia y zozobra reina por estos lugares, también se puede observar el foco de contagio que existe en las afueras del nosocomio: guantes quirúrgicos regados en el suelo, baños químicos sucios, un tanque de agua, que solo tiene el nombre, porque unos rateros se robaron el caño, descartables y comida en mal estado regada por todos los lugares. Todo esto no es peligroso, ni causa miedo, para las personas que duermen en el lugar, ellos solo quieren marcharse a casa con su familiar recuperado. El aviso del alta es lo más esperado por todos los que esperan, para que hallen descanso los cansados y sonrían luego de tanta prueba. Son ellos como Job el paciente, confían en su Dios y firmes esperan una luz.
Este es el caso de Marcelino Espinoza Arica (69), él ha comprado su carpa a 120 soles, un pago muy alto en estos tiempos de crisis, allí duerme y espera las noticias de su esposa. Asimismo, ha juntado cartones y trapos para poder cubrirse de las bajas temperaturas de la madrugada.
“Aquí vivimos una guerra, esperamos un doctor, comemos de la voluntad de la gente, hacemos nuestras necesidades en un solo baño, si se podría decir baño, cualquiera de nosotros se puede contagiar, es peligroso estar aquí, pero qué podemos hacer”, las palabras de Marcelino son las de miles de peruanos, ¿qué se puede hacer ante esta tragedia?
UNA ORACIÓN
Venid a mí,
todos los que estáis cansados y cargados,
y yo os haré descansar.
Mateo 11:28
En medio de tantas carpas y personas llorando por la salud de sus enfermos, encontramos a Soledad Rivera Juárez (65), una mujer anciana que regala almuerzos a los que necesitan. Es como un ángel en medio de tanto dolor.
Antes de compartir los alimentos ella da unas palabras de aliento y reconforta la fe en Dios a través de una oración. Al hombre le basta creer. Saben que rezando podrán llenarse de fuerzas y poder soportar cualquier escenario.
“Debemos ayudar al prójimo, estas personas necesitan de nuestro apoyo, traigo solo 30 almuerzos y frescos. A veces desayuno, hay que orar mucho para que esta pandemia no siga matando a nuestros seres queridos”. Sus palabras se juntan con el manso viento de la tarde, seguro irán al Dios misericordioso de los pobres y ÉL las oirá.
Editado por el equipo de Revista Nube Roja
Davies Soto se denomina así mismo como un periodista de la calle. Sus reportajes y noticias del día a día se concentran en identificar problemas sociales y visualizar la situación de las poblaciones vulnerables. Ha trabajado en prensa escrita, radial y televisiva. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Piura.