Miro el reloj y siento que tiene más horas. Me levanto y son las 9, lo miro de nuevo y no ha pasado mucho. Cada día parece igual al anterior. Es como estar encerrado en un bucle espacio temporal del que no sabemos cómo salir. Nunca pensé decirlo, pero quedarse en casa es difícil. ¿Has visto esas escenas donde un personaje hace mil cosas a la vez? Solo que cuando paro, sigue pareciendo que no ha pasado ni un minuto.

No me estoy quejando. Tengo muy presente que mis problemas son insignificantes en comparación a los de millones de peruanos que viven en condiciones paupérrimas e indignas. Lo intuyo porque diariamente hablo con ancianos y personas que sufren de alguna discapacidad, lo que ellos pasan es atroz, la mayoría viven solos o se han quedado sin trabajo, a pesar eso, a pesar de no saber si tendrán dinero para comprar comida el día de mañana, tratan de seguir las normas. Escuchar sus dificultades, la vida tan cuesta arriba que deben día tras día escalar, como un contante mito de Sísifo, hace que me duela casi físicamente el corazón; es abrumadora la preocupación, tanta tristeza y soledad. ¿Cómo entonces puedo quejarme de estar en casa rodeada de privilegios?

Lo que siento ahora es ansiedad. Tal vez también tristeza, estrés. Un sentimiento que aún no puedo descifrar. Puede que me sienta inútil porque debería estar trabajando, haciendo lo que me apasiona junto a otros colegas periodistas y no haciendo menos que nada todo el día. Debe ser que cada uno reacciona de manera diferente a los estímulos, en este caso, al encierro.

Piura es la segunda ciudad con más casos confirmados de Covid-19 en el Perú. Hoy la mayoría de sus calles lucen solitarias, y su sistema de salud ha colapsado. (Foto/Robin Paiva)

Esa idea de que la vida es una carrera nos ha llevado a hacer las cosas según un tiempo preestablecido. Cinco a siete años para la carrera universitaria, dicen. A los 30 debes pensar en casarte y tener familia, te recuerdan. Tienes más de 40 días para hacer algo, si no lo hiciste nunca fue por falta de tiempo, sino de disciplina, insisten. Dejé de usar internet unos días porque estaba cansada del “¿qué estás haciendo?”. Resulta que antes manejaba muy bien mi tiempo libre, ahora no puedo, estoy encerrada por un virus que podría matarme, y la gente sigue insistiendo en que haga algo. Creo que la desolación y el desgano asedian cada día más. Apenas tengo ganas de escribir, algo que solía hacer mucho, por esta carga. Todo cuesta más.

Entre imaginar lo que debería estar haciendo, que es trabajar; entre preguntarme si mis trámites para bachillerato están avanzando o están estancados en alguna etapa del proceso; entre extrañar como loca a mi mamá, que pasa la cuarentena en otra ciudad; entre preocuparme por contagiarme de alguna forma y morir, por mis defensas defectuosas y hemoglobina baja… ¿Cómo puedo concentrarme en algo más? La ansiedad me empuja a escapar, pero afuera hay algo que me aterra.

En estos 36 días de cuarentena, he salido una vez: por comida y medicina. Usualmente sale mi papá porque es el de mejor salud en casa, él también hace las compras sus tres hermanas que ya no son tan jóvenes. El día que salí era sábado. Mascarilla bien puesta todo el tiempo, aunque me molestara el puente de la nariz y mis enormes cachetes; guantes, que quedaban muy grandes en mis pequeñas manos; y alcohol en la carterita, solo por si acaso. Ese fue otro nivel de miedo al salir a la calle. No fue como cuando ese borracho me persiguió y tuve que correr por las calles. Esto me asusta un poquito más, es un miedo invisible. Volver a casa se hizo más urgente, ¿qué sentirán aquellas que viven con su maltratador y violador? Son tantas preguntas a la vez.

Lo más difícil de la cuarentena, además de las redes sociales, ha sido ver las noticias nacionales. ¡Qué martirio! Periodistas saliendo a perseguir personas pobres, una y otra vez. Los mismos expertos en entrevistas en varios medios o el mismo experto varias veces en el mismo medio. Hasta escuchar cada día a Vizcarra me resultaba, aunque necesario, muy tedioso. La mayoría de preguntas de la prensa me dejaban pensando: ¿En serio eso le preguntarías al presidente? Muy poco de las poblaciones más vulnerables, excepto en medios independientes y regionales que, a mi parecer, han hecho un mejor trabajo que todos los medios nacionales juntos.

No veo la hora de poder salir. Nunca había valorado la libertad porque la tenía. Podía ir a cualquier lado, a casi cualquier hora. Solo necesitaba avisar. No veo la hora de caminar de un lado a otro, sin rumbo. Buscar trabajo, ver a mi mamá, verificar si ya soy bachiller o si pronto podré sustentar mi tesis. Pero lo que más espero es que nos demos cuenta de todo lo que nos ha mostrado esta pandemia, especialmente a nivel país. Cosas que ya sabíamos, pero hemos metido en el fondo de un cajón por siglos. Las marcadas diferencias entre estratos sociales, el abuso de las AFP, el subempleo, el atropello del empresariado más rico del país… Después de esto no quiero volver a la normalidad que teníamos, quiero una normalidad mejor para todos.

Estudió Ciencias de la comunicación en la Universidad Privada Antenor Orrego. Periodista practicante en Cutivalú, columnista en diario Correo, colaboradora de la Revista Nube Roja y activista feminista.

GRAZIA HERNÁNDEZ

PERIODISTA

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