Hombres de mar

Esta crónica gráfica documenta la faena de los pescadores de San Pablo, pequeña caleta ubicada en el norte peruano. Sus autoras, usando un poderoso lenguaje visual, nos muestran la dureza, valentía y nobleza del pescador artesanal.

FOTOGRAFÍAS: LUZ ZAVALA Y GABRIELA HERNÁNDEZ
TEXTO: LEANDRO AMAYA CAMACHO

un pueblo ancestral

En el suelo del distrito de Negritos descansan los fósiles de criaturas maravillosas que habitaron el mundo hace millones de años, existe un bosque petrificado que es el testimonio latente del pasado. 

El petróleo que emana de su tierra fue aprovechado por los Incas y los Tallanes, luego arrebatado por los invasores españoles. 

Y desde siempre su mar ha sido prodigo con los esforzados pescadores piuranos. 

Son las cinco y quince de la mañana en la caleta de San Pablo y el sol aún no se muestra tras los cerros. 

Pero ya los pescadores alistan las redes y aparejos para echarse a la mar.

La brisa azul se adentra en la costa silenciosa en el momento que el alba sorprende a los hombres aguardando de pie frente a la orilla. El agua fría a esas horas parece penetrar hasta los huesos, a pesar de ello se tendrá que cumplir con la faena. El pueblo aún duerme y sus farolas no advierten la llegada del amanecer, mientras tanto permanece envuelto en el silencio que deja tras de sí la noche.

Bajo el cielo las cosas poco a poco empiezan a tomar forma. Los botes varados son como marineros en tierra seca, y la luna alumbra su madera recia que soportará el embate de las olas y las corrientes bravas. 

Los pescadores cargan sus redes, baldes y anzuelos. Todo sucede a contraluz, frente a la inmensidad inescrutable- pero también prodiga- del mar.

La fe en las caletas es firme, invencible, se basa en la imposibilidad de vencer lo que no se puede vencer, de ir contra lo que no se puede ir. Quien se enfrenta a un elemento superior necesita de la esperanza. Sus creencias los ayudan en los días duros. Confían en Dios para sortear todo mal.

Hombres de rostros duros que guardan en la mirada la memoria genética de sus ancestros que desde épocas remotas se lanzaban al mar con balsillas y velas. Los hombres aunque sean jóvenes o viejos, tienen en sus cuerpos algo de la bravura del mar. 

Cuando una balsilla – hecha de palillos – entra al mar el día empieza en la caleta. Los pescadores mantienen el equilibrio, salvan la puerta del mar dominando a las olas, luego reman hacia las peñas donde habitan los peces.

Poseen gran fuerza y resistencia física, pueden remar descalzos sobre sus balsillas durante horas, sin comer o beber.

Se pesca con anzuelo y red, en la peña o a mar abierto. Cuando los días van bien se pescan meros, especie muy apreciada por el mercado y el sector culinario del país. 

Entre los pescadores existen un lazo de hermandad y camaradería, se ayudan en el mar y también en la tierra cuando toca desembarcar la pesca y varar las balsillas. 

La conexión de los pescadores con la mar es algo que se repite en todo el litoral del norte peruano. Ellos respetan y cuidan a quien consideran una madre que da vida, pero también enfurece. Su destino es incierto porque tienen la ligera sensación de que un día su vida podría unirse a ella, para siempre.

Licenciada en Comunicación por la Universidad de Piura, fotógrafa y videógrafa. Dedicada al marketing y a la investigación académica sobre cine peruano. 

Luz Zavala García

Piura, 1995

Bachiller en Comunicación por la Universidad de Piura. Fotógrafa, editora audiovisual y diseñadora gráfica.  

Gabriela Hernández

TALARa, 1993