Emilio Adolfo Westphalen es, sin duda, uno de los poetas más queridos y destacados de la tradición peruana y latinoamericana. Su obra no destaca tanto por el volumen —es una obra, más bien, breve— como por la calidad. Pocas veces en la tradición un poeta ha tenido tanta conciencia de su oficio y tan buena disposición para servirse de sus recursos expresivos. Westphalen consagró su vida artística al cultivo de un estilo personalísimo e inconfundible. Es de notar, por eso, el estrepitoso fracaso de la crítica a la hora de enunciar una palabra teórica sobre su poesía: la crítica con sus abstracciones palidece frente a la sustancia poética viva que relumbra y relampaguea en los poemas del vate peruano. Hay, no obstante, aportes notables.

No es que la crítica yerre de plano, sino que dos factores extraños pero concurrentes la exponen a sus limitaciones constitutivas. El primero afecta a la ciencia labrada por la crítica literaria. El segundo es la riquísima sustancia poética misma. Por una parte, la percepción de la recepción crítica está limitada y restringida por los alcances de sus enfoques teóricos, los métodos aprehensivos, los parámetros hermenéuticos y los compromisos epistemológicos, no siempre explícitos, por cierto. Por otra parte, la poesía siempre inédita de Westphalen dice siempre algo nuevo a cada nueva lectura. Podemos decir sobre seguro que la crítica no ha agotado el sentido ni las posibilidades de la poesía porque la poesía no es sustituible por el texto explicativo, ni el texto explicativo alcanza a explicar todas las dimensiones del poema. No se siente el poema por interpósita persona. El lector se expone al poema. Siempre es posible una lectura inocente, inmediata, un encuentro espontáneo y libre entre el lector y el poema: una relación directa no mediada por la crítica. Las controversias de la crítica acerca del poema, con todo, no pueden retenernos ni inhibirnos de acudir, sin demora, hacia el disfrute del poema.

Poesía inspirada, la aspiración westphaleana de una poesía que se renueve continuamente a sí misma se cumple cabalmente en los poemas de nuestro autor. De ahí que los afanes académicos de los estudiosos de los años cincuenta crearan la dicotomía entre poesía social y poesía pura para alinear entre los puros a Westphalen. Tal parece que a la poesía social de aliento revolucionario, de ribetes épicos y tono reivindicativo no le iba bien la metáfora modernista, neorromántica y apolítica. Por su parte, la poesía pura, desgarrada, individualista, hedonista, contestataria, era tanto más nueva y muchísimo más revolucionaria, aunque los prejuicios acondicionados por la costumbre en la recepción crítica la asimilaron como etérea, cultista, castiza: se entendió que había una filiación francés que actualizaba el anhelo romántico de un arte por el arte, se encontró indicios que fueron tomados como confirmaciones en los versos de un culto a la poesía por la poesía misma —otro poeta maldito, pensaron los más sagaces—. Martín Adán deambulada las noches por la avenida de El Ejército rumbo a sus aposentos en el Hospital Larco Herrera. Así como en el caso de Martín Adán, la evolución estilística de Westphalen apenas empieza a ser objeto de interés en la literatura científica. ¿Cómo puede, en efecto, hablarse de una poética adaniana y de una poética westphaleana cuando hay rasgos estilísticos tempranos que se abandonan por nuevas exploraciones en la producción tardía? ¿Y qué de la producción media? La obra es un continuum, por cierto, pero eso no quiere decir que sea un todo homogéneo y regular, que no tenga los relieves de la contradicción, de la tensión interna, de la consistencia dialéctica.

No es errado hablar de una poética westphaleana como señal de un estilo propio del poeta. Pero esta caracterización de una poética como rasgo estilístico propio y original no debe hacernos obviar el hecho de que en sus poemas se tejen hilvanadas metáforas que discurren sobre los elementos de la naturaleza, las sensaciones que se producen en la susceptibilidad del poeta cuando se dispone a nombrar aquello que aparece y brota como poesía efectivamente presente en el verso que se profiere espontáneamente y solo después se traslada a la escritura. El cuidado estilo del poeta apuntala una poética, es cierto, pero esa poética no es sino patente en el poema, es decir en la forma específica que adopta cada poema del breve conjunto que nos ha legado el poeta: la escritura soporta el cuerpo delicado del poema y este actualiza su caudal poético cuando el lector lo lee en voz alta y redescubre la poesía, es decir cuando revive la vivencia poética que el poeta experimentara en el trance de vivir para escribir el poema.

Cada poema está labrado con amor de poeta y paciencia de artesano por el artífice del verso. Por eso mismo se debe afirmar que cada poema tiene a su vez una poética específica, propia, una poética particular que, al mismo tiempo que lo hermana con los otros poemas también lo diferencia como objeto único de arte poética. Verbo hecho poesía, cada poema reclama su lugar en la obra de Westphalen.

Si uno piensa que, formalmente, por ejemplo, el estilo elegíaco de Las ínsulas extrañas (Lima, 1933) está más próximo a Abolición de la muerte (Lima, 1935) que a Máximas y mínimas de sapiencia pedestre (Lisboa, 1985), resulta que el estilo aforístico aparece como un contrapeso de continuidad entre la obra temprana y la obra tardía. La disposición visual del poema sobre la página da la pauta para el ritmo visual, que va en simultáneo con el ritmo prosódico. Hay suficientes elementos internos que se tensan y contradicen como para postular una poética de rupturas. También los hay para postular poéticas de la reconciliación y del reencuentro. Acaso un aire menos romántico, más juglaresco, revelan los poemas del poeta mayor, iluminando ese potencial acústico que escribió el poeta joven movido por su sensibilidad musical. Al poeta también le queda bien el oficio de compositor: no en vano se trabaja con el ritmo en la métrica, no en vano los conocimientos profundos de métrica aplicada que tenían a su disposición los poetas de comienzos del siglo XX desembocaron en la estridente creación vanguardista y la nueva disposición para la exploración inusitada del poema.

En su liberación, ahora el espíritu quería hacer no solo poemas que fueran música, en el sentido incluso tradicional de esta noción, sino que, en cambio, el espíritu creador quería que sus poemas fueran fotografías, paisajes, películas, en suma, entes en movimiento. La poesía, que siempre fue visionaria, con esta nueva modernidad, se vuelve visual, visualizable: con la poesía que ve, que repara en la centralidad de la mirada, nace el video-poema. Pero este es solo un aspecto de la poesía westphaleana, un aspecto, por cierto, que lo hermana con la tradición y con los otros geniales creadores que son sus contemporáneos. Empero, también hay trovadores libando trovas en los extramuros de la poesía westphaleana: allende los muros de la ciudad letrada se agotan y principian otras tradiciones que el poeta rescata.

La crítica especializada avanza, pues, en el estudio de la obra del E. A. Westphalen y discierne su propuesta poética en el horizonte formativo de la tradición. Desde sus primeros poemas, su estilo es inconfundible. La diversidad de poetas que producen la poesía peruana ofrece un concierto de voces de los más variados tonos y matices. Poesía rica entre las más ricas del continente. Todos los poetas son un solo poeta, podría decirse, pero cada poeta es, en rigor, único: su inalienable individualidad. El poeta es artífice del verso. Mas no procede solo. No hace trabajo de arqueólogo como lingüista o filólogo, aunque no por ello deja de ser amante del lenguaje —y amante refinado, si los hay—. Tampoco hace descubrimientos por aquí y por allá. La poesía implica disciplina, persistencia, resistencia al dolor. En su mismidad, el poeta está solo en la más profunda soledad. Pero cuando compone sabe que no está solo. Que una ayuda magnífica de la propia poesía le facilita el fuego a través del cual fraguar el poema. Hay una veta mística en la poesía de todos los tiempos.

La poesía abre la ruta hacia el mundo del espíritu. La intensidad, el dramatismo y la sonoridad con que se concatenan los versos y las metáforas quieren llevar esta poesía íntima hasta más allá de sí, como si se la devolviera al rito que fue su origen, para llevarla desde allí, en lo que tiene de moderna y actual, a la radio, al cine, al videotape, al internet, sin que por ello se secularice su potencia ritual. Poesía que revela sus filiaciones, pero que se libera de los atavíos que la atan al tradicionalismo para ponerse siempre a la vanguardia, allí donde la mejor poesía todavía está intacta, inédita, dispuesta a a que la escriban los valientes que se atreven a nombrar lo innominado, lo sin nombre que está detrás de todas las metáforas. La poesía es silencio ante el misterio.

Poesía de aliento naturalista, el sensualismo de la poesía westphaleana impacta por su potencia persuasiva: la poesía es movimiento, de ahí que al poema llegue como ritmo, como tono, como respiración. Hay que respirar el aire de esta poesía pura. Hubo más cultores de la poesía pura más allá de los años cincuenta. En la maravilla poética que es Melibea & otros poemas (1977), el poeta piurano Luis Alberto Castillo escribió:

El poeta lee:

“Todo fluye,

así como estas aguas’.

Cierra el libro.

Amanece.

El poeta lector de las aguas fluentes de la tradición se entrena en la lectura crítica y en la contemplación de la naturaleza a la caza del poema. Fluir como fluye la poesía en los poemas de Westphalen es la aspiración honesta de todo poeta. Cada poema, luego, es un ejercicio de confirmación y desapego del logro conseguido. Se necesita trabajar más: la corrección febril, las variaciones, los ensayos acústicos, las modulaciones. Se aprende a ecualizar el poema a medida que se escribe. El poeta compone una obra breve y al mismo tiempo diversa, no homogénea. Distintas poéticas, luego, dialogan y construyen lo que la crítica quiere distinguir desde una perspectiva centrífuga la noción poética westphaleana como señalando hacia la unidad estilística y discursiva. Aquí se juegan dos temas: la visión unitaria de la obra de Westphalen desde el interior y la visión unitaria desde el exterior, es decir tanto desde la crítica como desde las propuestas elaboradas por otros escritores contemporáneos (Vallejo, Moro, Abril, Arguedas). Los temas que Westphalen concatena hablan también de subjetividades que concurren al espacio discursivo del poema. No es una poesía monológica bajo ningún concepto.

Es posible que Las ínsulas extrañas (1933) nos haga pensar en aislamientos, extrañamientos y extrañezas: en el encierro, la soledad y la angustia que siente el ser humano contemporáneo, en la falta de sentido y en la obsesión por la modernidad. El poeta se abre a lo infinito: hay un horizonte más allá de lo humano. Abolición de la muerte (1935) es la celebración de los funerales por la muerte de la muerte. Los viejos ídolos caídos a finales del siglo XIX solo eran un anticipo de la inmortalidad. ¿Quién abole a la muerte? La fugacidad de la vida, la levedad de la existencia y el langour pueden resultar parciales para caracterizar como pesimista a la poesía de Westphalen Hay una gran vitalidad, por el contrario, sentimientos de profundo amor y un hondo sentido humano de la poesía como experiencia religiosa, terapéutica y cultual. Poesía de culto, se pensó por algún momento que era una poesía hermética dirigida para iniciados. Luego se divulgó el prejuicio de que era una poesía ininteligible y secreta que se cerraba sobre sí misma, que era del tipo de poesía escrita para el estudio exclusivo de aquellos que quisieran formarse como los poetas.

Las poéticas dialogan entre sí y dan consistencia al estilo westphaleano. Para ilustrarlo quisiera aquí detenerme en la articulación entre la metáfora del sediento, la perdida del alma y la música como redención del espíritu frente a la contingencia histórica y la libertad humana que labra el destino de los seres humanos sobre la tierra. Escojo la metáfora del sediento, en parte porque tiene hondo arraigo en la tradición hispánica y occidental, en parte porque permite sacar a flote dos poéticas, la poética de la sed y la poética del agua, que interactúan para estimular el sentir del lector y hacerlo vivir la experiencia estética. En efecto, en el poema titulado “Un árbol se eleva hasta el extremo…” (1933) el poeta configura una subjetividad sensible sistemáticamente intensificada por el deseo insatisfecho del agua: el sediento está poseído por la sed e implora, ritualmente, el agua vivificante. El agua le es dada con generosidad y con tal exceso que la sed se transmuta en ahogamiento por abundancia. Se anega no solamente el sediento, sino el agua, vivificante al comienzo, se convierte en un agua mortal y mortífera. Por los “rojos galeones” que zozobran en una gota de agua sabemos que el sediento es un guerrero que echa de menos las batallas en esta enumeración febril de imágenes y sensaciones. No hay salvación. Hay ritmo. Hay crecimiento. Hay reiteraciones que recuerdan la persistencia de las gotas cayendo sobre la roca.

Un árbol se eleva hasta…

Un árbol se eleva hasta el extremo de los cielos que lo cobijan

El árbol contra el cielo contra el árbol

Es la lluvia encerrada en tan poco de espacio

Golpea contra el ánima

Golpea con las ramas la voz el dolor

No hagas tal fuerza por que te oigan

Yo te cedo mis dedos mis ramas

Así podrás raspar arañar gritar y no solamente llorar

Golpear con la voz

Pero tal levedad me hiere

Me desola

No te creía de tal ánimo

Y que no cabes en el espacio

Cómo golpea el árbol al árbol el árbol

Agua

Y navegan los rojos galeones por la gota de agua

En la gota de agua zozobran

Acaso golpea el tiempo

Otra gota

Agua

La garganta de fuego agua agua

Matado por el fuego

La llamarada gigantesca

Maravilloso final

Muerto sin agua en el fuego

La mano arañaba el fuego

La mano

Y nada más que sangre agua

No sangre fuego último fuego

Definitivo fuego

Las gotas cuentan otra cosa

Nadie cuenta las gotas

Las lágrimas son de más perfecta forma

Su música más suave apagada

El rostro de una niña alumbra una lágrima con su luz suave apagada

La lluvia llora en todo el espacio

Anega el alma su música

Golpea otra ánima sus hojas

Las gotas

Las ramas

Llora el agua

El tiempo se cuenta con las gotas el tiempo

La música dibuja el cielo

Camina sobre el agua la música

Golpea

El agua

Ya no tengo alma ya no tengo ramas ya no tengo agua

Otra gota

Aunque me ahogue

Ya no tengo alma

En la gota se ahogaron los valientes caballeros

Las hermosas damas

Los valientes cielos

Las hermosas almas

Ya no tengo alma

La música da traspiés

Nada salva al cielo o al alma

Nada salva la música la lluvia

Ya sabía que más allá del cielo de la música de la lluvia

Ya

Crecen las ramas

Más allá

Crecen las damas

Las gotas ya saben caminar

Golpean

Ya saben hablar

Las gotas

El alma agua hablar agua caminar gotas damas ramas agua

Otra música alba de agua canta música agua de alba

Otra gota otra hoja

Crece el árbol

Ya no cabe en el cielo en el alma

Crece el árbol

Otra hoja

Ya no cabe el alma en el árbol en el agua

Ya no cabe el agua en el alma en el cielo en el canto en el agua

Otra alma

Y nada de alma

Hojas gotas ramas almas

Agua agua agua agua

Matado por el agua

Con ironía despiadada, el sediento se bebe el agua abundante hasta que el agua lo ahogue. La poesía de Westphalen se torna más delicada aún: esa creatura frágil que es el poema, siempre en trance de alumbrar poesía, para ofrecerla inédita, recién nacida. El sediento nombra al agua. La sensación del agua aplaca la sed, por un momento, pero en seguida la vuelve más intensa. Es una sed abrasadora que incendia el agua. Los elementos transitan y cohabitan creando el mundo. El agua conserva intacta su potencia curativa. El fuego se sigue reservando su poder de combustión. Los árboles crecen buscando cobijo camino hacia el cielo. Ninfas en las laderas interpretando cantos e himnos sacros, practicando con la cítara y otros instrumentos musicales. Mitos urbanos, leyendas, literatura. La voz clara de los trovadores. Las murallas de la ciudad. Poesía de la sensualidad y del disfrute más exigente: poesía para saborear como el agua sagrada de Leteo y olvidarse de qué sea la poesía para que la poesía brote de la genuina expresión del poeta. Nada nuevo hay bajo el Sol. No es gratuito que el sediento llegue a desesperar hasta la esquizofrenia y se enajene hasta sentir la perdida del alma. El sediento está en duelo por la sed persistente y la satisfacción postergada. “Ya no tengo alma”, dice el sediento del poema.     La muerte de Dios, la muerte de la muerte y ahora la perdida del alma. La música elegiaca, la poesía lírica, la correspondencia de los creadores, la amistad, las ciudades, los viajes: el ansia de infinito, el anhelo de libertad. Dante reservó un lugar del infierno para castigar con la sed insaciable y siempre insatisfecha a quienes incurrieran en la gula, el dandismo y el diletantismo. Desde ese lugar que Dante soñara en sus pesadillas y en sus febriles raptos de inspiración, desde ese círculo del infierno en donde la sed y el agua abrasan mortalmente al sediento, que se regodea en la sed a falta de agua, que se ahoga con solo una gota. Una gota más, sí, aunque me ahogue: y mientras se ahoga de cielo —para hacer resonar un eco en las poéticas de los años cincuenta— despierta su alma auditiva y escucha una música, coordinaciones entre los músicos: “Oye si me esperaras detrás de ese tiempo”, escribe el poeta en el poema “Una cabeza humana viene…”. Una música que da traspiés. Otros tipos de sed evocan los tópicos de los poetas españoles de la misma época. Sed más áspera convive con aguas más drásticas en los poemas de Blas de Otero. Pedro Salinas canta la sed de un “Agua fría en la piel, / zumo de mundo inédito en la boca”.

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